Por: Jan Slodvak
Veamos que dice sobre el espacio público un informativo de la Organización de Estados Iberoamericanos para la educación, la ciencia y la cultura: “1. El espacio público es el conjunto de inmuebles públicos y los elementos arquitectónicos y naturales de los inmuebles privados destinados por naturaleza, usos o afectación a la satisfacción de necesidades urbanas colectivas que trascienden los límites de los intereses individuales de los habitantes. El espacio público es el lugar que hace posible el encuentro cotidiano entre personas, quienes mediante su acción crean su propia historia y cultura. Tiene su origen en Grecia con el Ágora, en Roma con el Foro; espacios que posteriormente pasaron al servicio de la comunidad. Estas eran las plazas de carácter cívico en donde se desarrollaba la vida social, política y económica”.
Se aprecia que el espacio público no es un ente abstracto desvinculado de procesos sociales y culturales, solo percibido para defender su “integridad” cuando se sienta lesionado por grupos de personas en diversas actividades.
Toda estas previas reflexiones para conducirnos a la problemática manzana en que se encuentra el estadio de fútbol Romelio Martínez y su más inmediato entorno, en donde los primeros incitadores a la violación de normas son las mismas autoridades administrativas políticas de la ciudad, encabezadas en diversas épocas, por la Alcaldía y el Concejo Municipal. Así que analicemos una sucinta –podría ser mucho más prolija en detalles- historia del sector para entender la negligencia oficial –por acción u omisión- en el control y desarrollo del espacio urbano en la zona mencionada para el pleno disfrute de todos los ciudadanos.
Una historia privada para un espacio público
No había ningún desarrollo urbano en el sector en donde se encuentra ubicado el estadio Romelio Martínez a principios de la década de los 30. Monte, vacas, fincas cruzadas por algunos carreteables destapados. En 1929 el ciudadano norteamericano William Ladd, creador del barrio Boston, decidió ampliar sus límites agrupándolos con un nuevo barrio denominado Colombia buscando de socios a familia Obregón, propietaria del Hotel El Prado a escasas cuadras y a Pascual del Vecchio, después residenciado en Bogotá, conformando una sociedad para impulsar proyecto de barrio Colombia en 1934.
Para impulsar el desarrollo urbanístico, los socios decidieron fomentar la creación de un polo de desarrollo, donando expresamente unos terrenos para que allí se consolidara la construcción de parques y escenarios deportivos. Estos últimos con el fin de servir en las justas de las Terceras Olimpiadas Nacionales de enero de 1936. La idea era la construcción de una gran ciudadela deportiva dentro del amplio rango de extensión de los terrenos, identificándolos, allí está la mano de Ladd, como el Parque Boston.
Como parte del plan se amplió, por parte de las Empresas Públicas Municipales la avenida Olaya Herrera en dos carriles llegando justo hasta el frente del estadio donde terminaba en un round point en la tribuna de sombra. La manzana en donde se ubicó el estadio tiene forma de rectángulo con curvas sobre las carreras, tanto en la inexistente carrera 44 en esos momentos, como en la carrera 46. El estadio en su configuración inicial seguía estas curvas, pues estaba diseñado más como diamante de baseball que escenario de otros deportes.
Mediante Acuerdo Municipal se estructuró la unidad deportiva que serviría para sede de los Juegos Deportivos Centroamericanos y del Caribe de 1946. En el lote frentero, denominado Parque Surí Salcedo, se hizo el estadio de básquet Ball con la inscripción latina en su podio: Citius Altius Fortius. (Más rápido, más alto, más fuerte). En un extremo de la incipiente calle 72 la Villa Olímpica, en terrenos de la actual Normal La Hacienda, y en el otro, el eje de la carrera 54 con el hotel El Prado, la piscina Olímpica y el Centro de Cultura Física.
Las hazañas deportivas del Junior
En la llegada del Junior al profesionalismo la devolvió al Estadio Municipal su protagonismo perdido. Se mostraba totalmente obsoleto para competiciones y para el creciente público, pero era lo único que existía. Turbas, saqueos, buses parqueados sobre los antejardines, basuras, domingo tras domingo. Nadie decía nada. Con el beneplácito del alcalde, concejo, periodistas que miraban con buenos ojos estas muestras desaforadas de afición deportiva que produjeron, a la larga, el primer síntoma de deterioro de la zona. Algunos restaurantes cercanos, como el Chop Suey del chino Jorge Mekong se fueron para una zona cercana, mientras que El pez que fuma, de Hernán Córdoba, cerró sus puertas.
No era para menos. Pero lo peor vino después. Ante la demanda de graderías, en un hecho típico y reiterativo de las alcaldías frente a la normatividad urbana, se construyeron unas gradas, bautizadas de La Desidia, rápidamente paralizadas por que su culminación implicaba alinear la cancha sobre la calle 72. Las obras inconclusas se convirtieron en refugio de gamines, cagadero y basurero público hasta que decidieron demolerlas y planear allí un parque.
Las reformas urbanas inoficiosas
Antes, en el transcurso de las décadas del 50, 60 y 70, se decidió demoler el round point donde campeaba una respectiva estatua para efectos de acoplarse a la ampliación de la carrera 46 hacia el norte. Un comentarista deportivo de la época decía que las obras de remodelación del Romelio habían empezado por afuera. Para ello siguieron el lineamiento de la antigua manzana con su borde curvo llevando hasta allí el respectivo segmento de la carrera 46 entre calles 72 y 74.
El parque posterior, sobre la carrera 44 con calle 72, bautizado Luis Carlos Galán, fue una de las malas típicas concesiones de la época. Una empresa de productos escolares remodeló unas bancas, hizo unos pequeños senderos con canchas y un CAI. En contraprestación recibió un lote para levantar allí una anti estética bodega en donde vendía sus productos. El lote cercano, un peladero, usado como parqueadero, tuvo varios cortejantes: circos, ciudades de hierro, casetas de carnaval, festivales de cervezas y ferias artesanales.
Veamos que dice el diario El Tiempo en su edición del 2 de diciembre de 1996: “En lo que concierne a la feria artesanal al documento inicial se le hizo una modificación en lo que concierne al artículo sexto en donde reza que la Asociación de Artesanos del Atlántico cancelará al Instituto Distrital de Recreación y Deporte la suma mínima de 30 salarios mínimos mensuales y una máxima de 80 vigentes, por el arriendo del parqueadero del Estadio Municipal. La propuesta inicial era de 10 salarios. El concejal Dimas Martínez Núñez rindió concepto favorable al proyecto señalando que el mismo está inscrito en las facultades de la corporación otorgados por el artículo 313 de la Constitución y la ley 16. Agrega Martínez Núñez que desde el punto de vista social, la iniciativa coadyuva a resolver la ubicación de una con tradición como es la de los artesanos y no se cruza con otras actividades como el Carnaval, temporada de circo u otro tipo de ferias que se instalan en la calle 74 con la carrera 46”.
Una de las tantas salidas en falso de las autoridades administrativas políticas de Barranquilla sobre esa zona. Antes, en la década de los 70 y 80 aparecieron propuestas de centros comerciales, unidades habitacionales por parte de promotores privados las cuales, por fortuna, no pudieron llevarse a cabo. Novios, cortejantes, en torno al espacio público del estadio que ya sin el Junior, en su nueva sede del Metropolitano de la Ciudadela 20 de julio, quedaba otra vez fuera de las dinámicas urbanas.
Otra vez rectifican la carrera 46 y le dan continuidad de línea recta, dejando un islote al que se le fabricó una fuente luminosa que funcionó los primeros meses hasta su extinción, tanto de luces como de agua. Refugio de gamines que llevaron la indigencia a casuchas detrás de la tribuna de sol en el estadio en una increíble Villa Miseria en donde lo mismo se podía conseguir drogas que artículos recién robados. Todos con la ceguera de la administración distrital.
Cuando se hizo imposible el control del espacio público sobre la calle 72, exactamente en el edificio en donde estaba el Ley, con los crecientes vendedores estacionarios, se planificó una formula salomónica en contra de los intereses públicos: los pasaron a la pared circundante del estadio, entre la calle 72 con carrera 46 y asunto solucionado. Orden urbano en una acera y desorden en la otra.
Y en eso llegó el proyecto Transmetro
Los palos de ciego seguían con el embrollo del espacio público y la utilidad urbana del lote del estadio. Que una concha acústica para espectáculos culturales. Desarmar el estadio y solo dejar el testimonio patrimonial de la tribuna de sombra para el recuerdo de las viejas jornadas deportivas construyendo allí una gran zona verde. Promesas y sueños de maqueta –ahora lo llaman la ilusión de los renders- y nada pasó, hasta que llegó pitando el proyecto de Transmetro, una de las propuestas más torpes jamás planteadas en esta ciudad, en materia de renovación urbana y una especie de placebo sedante ante los requerimientos reales del transporte público masivo. La solución, en un proyecto con recursos para comprar una manzana aledaña al estadio, fue cederle el espacio de parqueo, el lote arenoso de montaje de ferias artesanales y casetas de carnaval, a la manera de estación a la que después le cambiarían el nombre por Joe Arroyo.
Allí empezaron los problemas otra vez. Según los documentos de cesión del lote por parte de la familia Del Vecchio, en caso de que este se usará, en cualquier tiempo, con un cambio de destinación de la actividad deportiva y de zona verde retornaría al dominio de sus cedentes. Nada menos que allí empezó una polémica al respecto que, como es usual en Barranquilla, se aplicó la estentórea frase de “Va porque va!”. Así este lote pasó a la posesión de una empresa mixta con una demanda en tribunales que lleva varios años y con previsibles resultados en ley.
Pero la andanada de desatinos no acaba allí. Deciden tomarse la 46 para que los buses ingresen a la estación Joe Arroyo, con todos los peligros que conlleva un tráfico constante cruzado de esta naturaleza y el acceso despejado a un escenario deportivo. Si allí no ha asomado una tragedia se debe a la bienaventuranza divina pues todos los elementos se encuentran perfectamente dispuestos.
De colmo, reducen la carrera 46 a dos carriles cuando desde la calle 74 vienen 8 con los consiguientes traumatismos en colas, precisamente, quién lo creyera, sobre uno de los portones de salida de los buses que cubren las rutas. Un perfecto arroz con mango total construyendo la más perfecta de todas las imprevisiones posibles en una avenida de la importancia de Olaya Herrera, la entrada a un estadio y una estación del sistema de transporte masivo. Ante las protestas, deciden echar “rever” abriendo –un regalo para Barranquilla- según dijo uno de los contratistas de la obra, otro carril en la curva de la carrera 46 frente al estadio. Pero ahora sí, pásmense! Después de todas las protestas sobre el caso de los carriles, después que se amplía con uno más, los talleres de la carrera 46 decidieron apropiarse del nuevo carril para arreglar vehículos sobre la vía. ¿De Ripley? Claro que sí. Y los reguladores de transito? Bien, gracias, ocupados en asuntos más importantes.
Otra vez las tribunas se asoman sobre la calle 72
Increíble. Cuando se creía que este espacio urbano no podía tener mayores afrentas, aparece el nuevo proyecto del estadio Municipal Romelio Martínez cambiando el eje de la cancha, acogiendo recomendaciones de la ODECABE. La obra diseñada por el arquitecto Mazzanti planteó la recomendación girando la cancha 90°, dejando incólume la tribuna de sombra pero con un pequeño detalle de arrasamiento del espacio público. Se montó, como su antecesora tribuna de la desidia, sobre el espacio peatonal de la calle 72 con todo lo que ello significa en materia de seguridad, estética y movilidad urbana.
Por supuesto los diligentes funcionarios de Planeación fueron, tomaron medidas y al final, como era de esperarse, dieron el veredicto: todo se encuentra bien. En apariencias técnicas, por supuesto, pues parece que la tribuna queda justo en el límite o lo sobrevuela, asunto permisible pero de riesgos cuando se trata del manejo de multitudes en donde la acera peatonal y la calle quedan sin mayor protección. Veamos que señala la Ley 9 de 1989 sobre ese tipo de espacios públicos y su interacción dinámica con otros espacios. En negrilla subrayada:
Artículo 5º.- Entiéndese por espacio público el conjunto de inmuebles públicos y los elementos arquitectónicos y naturales de los inmuebles privados, destinados por su naturaleza, por su uso o afectación, a la satisfacción de necesidades urbanas colectivas que transcienden, por tanto, los límites de los intereses, individuales de los habitantes. Así, constituyen el espacio público de la ciudad las áreas requeridas para la circulación, tanto peatonal como vehicular, las áreas para la recreación pública, activa o pasiva, para la seguridad y tranquilidad ciudadana, las franjas de retiro de las edificaciones sobre las vías, fuentes de agua, parques, plazas, zonas verdes y similares, las necesarias para la instalación y mantenimiento de los servicios públicos básicos, para la instalación y uso de los elementos constitutivos del amoblamiento urbano en todas sus expresiones, para la preservación de las obras de interés público y de los elementos históricos, culturales, religiosos, recreativos y artísticos, para la conservación y preservación del paisaje y los elementos naturales del entorno de la ciudad, los necesarios para la preservación y conservación de las playas marinas y fluviales, los terrenos de bajamar, así como de sus elementos vegetativos, arenas y corales y, en general , por todas las zonas existentes o debidamente proyectadas en las que el interés colectivo sea manifiesto y conveniente y que constituyan, por consiguiente, zonas para el uso o el disfrute colectivo”. Adicionado un parágrafo del Artículo 17, Ley 388 de 1997 Sobre incorporación de áreas públicas.
Se aprecia en la citada normatividad que las áreas peatonales y las de retiro son espacio público. En ningún caso pueden ser llevadas, y menos en un estadio con afluencia de espectadores, a límites mínimos o exiguos. Así el estadio pertenezca a los bienes del Distrito de Barranquilla, este no puede disponer unilateralmente en la imposición de criterios sobre restricciones al espacio público peatonal y vehicular que fue lo que sucedió en la práctica. Los bienes de uso público, parte integral del espacio público, no son Res nullius, cosas de nadie que puede cualquiera persona, hasta el distrito, apropiarse de ellos. La Constitución Política de Colombia, en varios artículos establece la titularidad de los bienes de dominio público, en cabeza de la nación (artículo 102) de los departamentos, municipios, distritos (artículo 362). Pero, incluso con restricciones de dominio y posesión claramente expuestas con las consiguientes contra prestaciones cuando suceda un desmedro de ellos.
Es el estadio del Distrito de Barranquilla? Sí, pero con limitaciones a la propiedad, visto ya en la cesión de la familia Del Vecchio sobre ese terreno. Puede el distrito de Barranquilla, en aras de una remodelación, cercenar un importante paso peatonal de una de las principales avenidas, provocando aglomeraciones sobre la calle y disminución de los probables flujos vehiculares y peatonales? No, pues agrava la situación en el acceso de la actual tribuna de sombra con el flujo cruzado con la línea de Transmetro y en la calle 72, ya de por si congestionada durante buena parte del día, y no ofrece espacio de transición entre el espacio público y el de acceso al estadio, vulnerado con las correspondientes filas de ingreso ni la evacuación que se tomará, inevitablemente la citada calle. En presencia de anti genios urbanistas?
Solo falta, ahora que el estadio se encuentre terminado y pase el frenesí de los Juegos Centroamericanos, que se le entreguen en concesión a un operador privado para su explotación. Lo público, el espacio público? Eso es lo de menos.
Barranquilla aguanta todo. Hasta los goles al urbanismo y la planificación desde la cancha del Romelio Martínez.
Vuelve y juegan las tribunas de la decidia en el mismo estadio de la misma ciudad. No aprenden