Ante el cierre de bares y discotecas por efectos del virus se ha entronizado una nueva costumbre en los estratos 5 y 6 de Barranquilla cual es el montaje de fiestas en apartamentos con regularidad semanal, produciendo las consiguientes molestias a indignados vecinos ante la magnitud de los escándalos; que en el caso de la agresión a la médica Peñaranda, estaban hasta un grupo de mariachis que presto huyeron en desbandada por las escaleras, un cantante desafinado de karaokes, mientras los concurrentes, plenos de entusiasmo, esnifaban cocaína con ingesta de licor con el consecuente desenfado general en el ágape.
Precisamente la carencia de sensatez salió a flote rápidamente ante el requerimiento de la médica que dejaran las consuetudinarias parradas que trastocaban la tranquilidad nocturna de los moradores del edificio, recalcando además, en vista de la calidad de arrendataria que tenía la pareja oferente de la curiosa fiesta, que a los propietarios les tocaba soportar con estoica resignación los decibeles en los equipos y los gritos, a lo que la dama arrendataria, muy oronda y decente, le espeta a la médica y a un policía decorativo que la acompañaba, que todo “le sabe a mondá”.
Esa contundente frase es la clave de esta nueva clase social surgida de los detritus del enriquecimiento rápido, licito o ilícito, sin mayores niveles de educación –y si los tienen son meros adornos enmarcados en diplomas- que se ha metido en Barranquilla contaminando con su toxicidad todos los ámbitos que toca. Solo les interesa salirse con la suya, avasallando tal vándalos atrabiliarios con todo lo que sospechen que no se encuentra alineado convenientemente a sus intereses. Por desgracia la doctora Peñaranda no tuvo la perspicacia de precaver de la evidente peligrosidad que entraña en solicitarle a este tipo de personajes un ápice de cordura y que se encuentran en la obligación de respetar las leyes; que en el caso debatido se circunscribe a los altos volúmenes sonoros más allá de lo permitido con la perturbación de la tranquilidad pública, la flagrante violación del tope de personas en un apartamento bajo el esquema de este tipo de reuniones que entrañan el riesgo de contaminación del virus que todavía sigue circulando en todos los estratos sociales, en especial en las localidades de Riomar y Norte Centro Histórico.
El hecho en su singularidad es muy parecido a una fiesta de 500 invitados que se hizo en el Country Club contra viento, marea y prevenciones de la inminente llegada a la ciudad del virus precisamente desde Europa donde procedían algunos de los invitados en el mes de marzo. Un desafío basado en el poder económico y en la creencia de encontrarse por encima de legislaciones y autoridades administrativas con las consecuencias posteriores de estas fiestas –en todos los estratos- en la alta cuota de enfermos y muertes en Barranquilla.
Para efectos prácticos sobre sus consecuencias los casos son similares. Los implicados en las lesiones personales a la médica actuaron bajo el marco de creerse intocables bajo los designios de un padrino poderoso que los cobija con su conveniente sombra, aupados en su condición de contratistas públicos recibiendo cuantiosas sumas que les permite ejercer su condición de nuevorriquismo en medio de alardes –lo que se ha denominado en la jerga cotidiana ciudadana el espantajopismo- de carros de alta gama, apartamentos en Miami y toda una farnofelia de corronchería aunque tiendan a figurarse muy finos y elegantes por usar perfumes costosos y vestuario de reconocidos diseñadores.
Este tipo de espécimen es identificable por la calidad de sus conversaciones, su escasa comprensión de las nociones de humanidad y el apego textual a los perfiles de la cultura “traqueta” con todo lo que ello representa. Son los ciudadanos que hacen negocios chimbos internacionales en su afán inmoral de riquezas logrando estrellatos insignes expuestos en sus mansiones, vehículos, yates; después confiscadas, defraudando al estado con contratos que no los ejecutan o lo hacen a medias, en obras “empanadas”, los que ven los recursos públicos como una especie de caja para sus aventuras empresariales creando castillos ilusorios que después se derrumban con estrepito, tal como sucedió con el arquetipo mayor de los contratistas criollos, los Nule y sus allegados.
La flor y crema de la corronchería estrato 6 con delirios de grandeza basado en el poder de acumulación del capital, arrasando sin contemplaciones al que tenga la desdicha de cruzarse en su camino; los cuasi dirigentes enfrascados en sus negocios sin ningún tipo de respeto para nadie, excepto para sus pares y auspiciadores, los de las fiestas y parrandones interminables en donde todo se vale, hasta caer en el paroxismo de la agresión personal y los desacatos a las autoridades bajo los efectos de los alucinógenos y el whisky.
Son en el fondo una nueva clase social surgida desde sus mismos detritus. Los paladines de una visión de negocios y de comportamiento en que todo les “sabe a mondá”, como bien dijo una de las asistentes al baile en el edificio La Ria y que ella, seguramente en medio de su ignorancia, creerá que ha dicho una contundente frase célebre que zanjará la discusión o queja.
Lo peor; en la agresión a la doctora Peñaranda se encontraba presente como protección un miembro de la policía nacional sin mascarilla, ido, testigo de los desafueros en su impasividad, como si fuese –lo fue efectivamente- un convidado de piedra. Así es esta nueva clase social en connivencia con sus auspiciadores políticos y privados que los mueven de contrato en contrato, de puesto en puesto como sus cuadros de confianza presentándolos sin recato como los nuevos “emprendedores”. En realidad son unos auténticos depredadores.