En este país tenemos que aprender a llamar las cosas por su nombre, basta de disfrazar titulares, tergiversar contenidos y ocultar lo evidente.

Ya lo decía Gorgías en el Encomio de Elena (s. V antes de Cristo): la palabra (el Logos) es un poderoso soberano, realiza divinísimas acciones. Es por ello que hasta hace poco la palabra era propiedad de los grandes medios de comunicación, de los poderosos dueños del país. Estábamos sujetos a la narrativa oficial de ellos en cuanto al manejo del poder y de los recursos públicos.

Robaban, mentían, manipulaban, asesinaban, y se volvían poderosos sin que nos diéramos cuenta cómo lo hacían. Su gran aliado era el poderoso soberano Logos.

El caso de corrupción más sonado en todo el continente americano, Odebrecht, que ahora en Colombia vuelve a despertarnos de un letargo hipnótico por la manipulación que hizo la clase política y la justicia, es el mejor ejemplo de lo que fue el dominio del poderoso soberano Logos.

Gracias al descubrimiento de nuevos audios, ocultos por evidentes razones de interés, ahora sabemos que todos han mentido. Desde que la multinacional Odebrecht realizó los primeros acercamientos con el entonces presidente Álvaro Uribe Vélez, han estado mintiendo, manipulando la información y haciéndonos creer que “trabajan” por el país.

Esta foto lo dice todo, se hacen los pendejos y continúan abusando del Logos (la Palabra) para mantener el poder, para seguir aumentando sus fortunas privadas a costa de los recursos públicos, para continuar sembrando el odio en la muchedumbre contra todo aquello que se les interponga.

Por supuesto que todos sabían que estaban financiando la campaña de Óscar Iván Zuluaga con dineros sucios producto de la más aberrante corrupción. Sobre todo, porque sin la anuencia del jefe no se movía un dedo en esa campaña.

Lo más triste de todo es que el país institucional calla, no dice nada la Fiscalía, no pronuncia una palabra la Procuraduría, y el mutis de la altas Cortes es decepcionante. Todo es hipocresía y cinismo.

Pero no debemos acostumbrarnos a este silencio cómplice, el mismo silencio que mantuvimos con los horrores de los paramilitares, con la ignominia de los falsos positivos, con el terror de la guerrilla asesina, con la insidia de los partidos políticos, y con el desparpajo de las bandas criminales que azotan gran parte del país.

Comencemos a gritar a los cuatro vientos todos los actos delincuenciales que llevaron a cabo estos señores y señoras del Centro Democrático con la ayuda de los dineros corruptos de la compañía Odebrecht.

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