Todos los medios de comunicación han presentado las disculpas a la vicepresidenta de la República Francia Márquez como una simple obligación judicial, sobre todo, la última de ellas, de manos del senador Miguel Polo Polo. 

O sea, se disculparon y ya, no ha pasado nada. ¿Será eso lo que tratan de comunicar los medios?

Nosotros creemos que detrás de esas disculpas hay muchas cosas que contar y discutir, por eso nos proponemos deshilvanar los hilos que entretejieron esa situación que se volvió frecuente en las pasadas elecciones presidenciales.

Al voltear la moneda de la disculpa de Polo Polo, por ejemplo, descubrimos a una persona “ignorante” en asuntos de ética y política, a un mentiroso, a un hombre vil y sin escrúpulos. Esa disculpa reafirma su condición de cerasta, de individuo peligroso por su pobre condición ética.

Desafortunadamente, personas como esas son las que resultan elegidas para gobernar y elaborar leyes, en una pálida y deficiente democracia representativa como la que tenemos en nuestro país.

No sabemos distinguir entre un político y un politiquero. Políticos hay pocos, pues su misión en la vida es vivir para la política; pero politiqueros, los que viven de la política, son la mayoría y Miguel Polo Polo es un claro ejemplo de ello.

Cómo es posible que alguien que recurre a la mentira quiera dirigir los destinos de una nación. En una democracia es posible, pero en una sociedad civilizada (de ciudadanos en toda la extensión de la palabra) las posibilidades de éxito son muy pocas.

Cuatro siglos antes de Cristo, ya Platón la tenía clara: algo inferior que convive con algo inferior, engendra algo inferior. La corrupción, el odio, la violencia y la ignorancia ¿qué otra cosa pueden engendrar?

Por eso del senador Polo Polo debería saber la diferencia entre el Pándemos y el Spoudaios, dos conceptos que desarrolló Aristóteles, y que le pueden ayudar mucho en su vida futura.

El periodista Alfonso Reece Dousdebés escribió una vez que la filosofía sirve para organizar de manera correcta la vida y poder vivir como un ser humano entre seres humanos. No es una especulación inservible. Es un conocimiento útil para la vida práctica y cotidiana, eso sí profundo y estable.

Para Reece el concepto aristotélico del “spoudaios” es una idea según la cual le gustaría vivir, aplicándola en todas las circunstancias y momentos. Veamos sus argumentos.

Para Aristóteles el fin de la vida humana es la felicidad. Al sentido de esta felicidad, sea como excelencia ética o como placer, solo podemos llegar a saberlo si reflexionamos.

El hombre ordinario (el Pándemos) también desea una buena vida, pero no se cuestiona qué es lo que realmente la constituye, entonces sigue siempre los dictados de la multitud, sin preocuparse por las formas más duraderas e intensas de felicidad. Se contenta con poco.

El hombre aristotélico ideal es el “spoudaios”, denominación discutida. Originalmente quería decir “el diligente”, pero hay consenso entre los estudiosos de que el filósofo quiso decir bastante más con ese término. Interpretando el contexto se han propuesto distintas traducciones, para unos es virtuoso, para otros sabio y maduro, o decente, reflexivo, honesto, siendo frecuentes las versiones que hablan de serio, en el sentido de confiable, cumplidor y sincero. Pero no es necesario abandonar por completo el sentido original de esta palabra, para entender qué es lo que quería definir el filósofo de Estagira al utilizarla.

El “spoudaios” es un hombre valioso, porque es alguien con quien se cuenta, que está dispuesto. Su palabra y su compromiso valen, es puntual y cumplido, con una notable connotación de riguroso. Ser “spoudaios” es por definición alguien que actúa, pero sin duda es también una actitud, que podemos asimilar al “estar presente al presente” del budismo zen.

El “spoudaios” es valiente y sensato; reposado, sincero y sociable; buen amigo; y ama las alegrías puras, especialmente la filosofía. Es alguien que se ama a sí mismo, pero que ejecuta ese amor en la práctica de la virtud, porque esta es la manera más segura de tener abundante alegría.

Estar dispuesto no significa meterse en todo, sino intervenir en aquello para lo que es diestro y para lo que está preparado. Pondera las circunstancias, para hacer en el debido tiempo la acción correcta, frente a los hombres y circunstancias apropiadas, con medios legítimos para un propósito justo. Según interpretaciones de maestros hebreos, cuando Moisés le preguntó a la divinidad que le hablaba desde la zarza ardiente, que en nombre de quién debía hablar al faraón, le habría respondido “yo estaré allí”. Entonces Dios sería el supremo “spoudaios”, el que está siempre dispuesto, el que estará allí. En concordancia, cuando en el Edén Dios busca a Adán que ha pecado lo llama “¿dónde estás?”. El hombre pretexta su desnudez para ocultarse. El que no ha cumplido evita al otro, se esconde. No está allí.

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