Por : Unidad Investigativa CCCCC
Desde hace más de una semana diversos sectores y personas venían pidiéndole al gobierno nacional la implementación de las medidas de cuarentena en vista del progresivo esparcimiento del covid—19.
Otros solicitaban el cierre del espacio aéreo internacional. Apuntaban tales propuestas, de cuya sensatez drástica están de acuerdo tanto la derecha como la izquierda, que propondrían a evitar el sigiloso esparcimiento del virus y el colapso del endeble sistema de salud colombiano, por lo corrupto en las instituciones públicas y el marcado carácter mercantilista en las privadas. Unan todos estos factores y tienen en la mano una perfecta crisis.
El gobierno central ha actuado con lentitud en todas las decisiones. El cierre del espacio aéreo fue casi una rogativa a través de redes y medios de comunicación en donde salió a relucir la ambivalente condición de una hermana del presidente, María Paula Duque, en su condición de Vicepresidente Senior de Relaciones Estratégicas y Experiencia del Cliente de la empresa Avianca.
Pero el gobierno hizo caso omiso de toda la problemática internacional en torno al covid—19. Escondió la cabeza cuando le convino, miró hacia otros lados para no enfocar el problema debidamente, evadiendo convocar una estrategia con expertos en salud pública y epidemiología que hubiesen auscultado el panorama internacional trazando un mapa de riesgos sobre Colombia que hubiese implicando la toma de pertinentes disposiciones. Hizo lo contrario. Llamó a un embaucador de marca mayor como Manuel Elkin Patarroyo para que dijese públicamente que todo era una especie de sugestión colectiva con la epidemia.
El país que mantiene, después de USA, el mayor número de vuelos con Colombia, es España. Solamente Avianca tiene 4 vuelos diarios a ese país, Air Europa tiene vuelos a Madrid y Barcelona desde Bogotá y Medellín. Vuelan también Iberia, KLM, Lufthansa, Air France y pare de contar; sin incluir “charters” y vuelos privados. Estaba cantado, plenamente, que uno de los sitios de introducción del virus en Colombia era por este país europeo por el constante tráfico de pasajeros y vuelos.
Desde el 31 de enero se registró en España el primer caso de coronavirus con un paciente alemán ingresado en La Gomera, en la isla de Santa Cruz de Tenerife, que dio cuadro positivo. Señala el informe médico que se había contagiado en Alemania. Nueve días después, el 9 de febrero, se detectó otro caso en la isla de Palma de Mallorca. Todos fuera del territorio continental español hasta que aparecen en simultánea los primeros casos en la Comunidad de Madrid, Cataluña y la Comunidad Valenciana el 24 de febrero, cuando Barranquilla se encontraba en pleno carnaval con turistas de diversas nacionalidades.
Si el gobierno colombiano hubiese tenido un centro de ausculta y observación sanitaria a nivel internacional de los procesos de avance del virus, el 26 de febrero hubiese dado voz de alarma para colocar en cuarentena a todos los viajeros procedentes, no solo de España, sino de Europa. Incluso, suspender vuelos. No lo hizo. No informó de controles sanitarios en los aeropuertos que se convirtieron en las puertas de entrada del virus en Colombia ni mucho menos alertó a la población sobre el riesgo de visitar a determinados países y las consecuencias a que se expondrían.
Una posición de alta irresponsabilidad social pensada con el objetivo de no alarmar la industria de los viajes aéreos y el turismo, creando condiciones calamitosas para su desempeño. Las consecuencias omisivas o permisivas de esta actitud pueden observarse en los documentos de historia clínica sobre infectados. La mayoría estuvo de visita en España, USA o tuvo contacto con alguna persona proveniente de allí. No solo en Colombia. También en otros países del Caribe con vocación turística como Cuba y República Dominicana.
El gobierno colombiano, para la primera semana de marzo del 2020, ya debería tener un especial plan de contingencia y de información con los viajeros procedentes de España, USA y Europa por ser unos posibles portadores del virus infeccioso. Cuarentena vigilada obligatoria bajo supervisión médica sin atenuantes.
En Barranquilla, los estratos altos de la ciudad, que son los que con frecuencia viajan a España, USA y Europa, minimizaron los riesgos de la llegada del virus. Acostumbrados a hacer lo que les da la gana basados en el amiguismo, las relaciones de poder y el soporte económico, se soltaron literalmente el moño, armando el perfecto cuadro de contaminación en una ruidosa y multitudinaria fiesta de matrimonio en el Country Club de Laura Atique y Nelson Cure para más de 500 concurrentes, según señalan algunas fuentes que bien hubieran podido ser menos ( o de pronto más) pero que de todos modos estaban infringiendo las reglas sanitarias sobre concurrencia en recintos cerrados.
El desprecio a la normativa y las más elementales reglas de prevención del virus, produjeron en ese rumbero ambiente sus condiciones ideales de propagación. Una inmensa y gigantesca irresponsabilidad social de los promotores de esta fiesta matrimonial que además, para que no entrar en disquisiciones sobre la honra y dignidad de las personas involucradas, contó con una delegación de visitantes desde España. Los novios, conocidos entre sus amistades del estrato 6 como Lali y Nechi, convocaron a sus amigos de todo el mundo que llegaron en son de jarana a la fiesta desde USA –de Boston, señaló una fuente, llegó un infectado— y por supuesto de las Europas donde muchos cursan estudios o se dedican al vacile chévere.
El desafío a la sensatez y el irrespeto a la convivencia civilizada fue el factor común de este suceso ampliamente publicitado en diversos medios de comunicación y en las redes sociales. Por supuesto, que tras amenazas penales del Country Club de Barranquilla sobre rumores en redes sociales sobre la pertenencia y responsabilidad del centro social aparecieron los comunicados “aclaratorios”: “solo” habían 440 personas y allí no había ningún ciudadano de la Unión Europea, tras comprobación exhaustiva –la escena es digna de recrearse en una película: Migración Colombia y Policía pidiendo papeles a dignos caballeros con riguroso esmoquin y a perfumadas damas con vestidos de modistos— para concluir que allí no había ningún ciudadano español. Por supuesto que esto es posible, pero también es posible que hubiesen decidido evacuarlos por una de las tantas puertas que tienen los misteriosos salones del Country Club o se tratase de colombianos residentes en ese país con sus papeles en regla. Pero españoles infectados hay en Barranquilla como sucedió recientemente en un supermercado de la calle 84, en donde le tocó intervenir a la policía para obligar a ciudadanos de ese país confinados en una casa del barrio Paraíso a su salida abrupta de su plan de compras.
Fueron dos fiestas. Otra de ellas en Cartagena a la cual acudieron los personajes de la élite local al parecer sin percatarse de lo expuestos que estaban a contraer ese virus en medio de la alegría de la rumba. El senador Armando Benedetti expuso a Vicky Dávila, de la revista Semana, pormenores del caso. Dijo que en la primera fiesta llegaron españoles y que según una suya fuente de la “élite”, unos españoles de Valencia, amigos suyos, lo llamaron para inquirir si su presencia en la fiesta equivaldría a una cuarentena. Esos extranjeros entraron por aeropuertos y nadie les aplicó protocolos sanitarios ni los obligaron a confinarse en cuarentena.
Lo peor; según Benedetti, es que algunos sensatos llamaron a invitados; tanto viejos como jóvenes, para alertarlos del riesgo en caso de asistencia, pero decidieron, a la mejor manera irresponsable de un buen sector de los estratos socio económicos altos de Barranquilla, que ellos tienen suficiente poder para crearse un blindaje que les permitiera alejarlos del contagio de algo tan vulgar como un virus con una dosis cretina en su imaginación de creerse en el don de inmortales o supermanes.
Las informaciones sobre la presencia de españoles infectados en Barranquilla y de conspicuos miembros de la “creme de la creme” recorren redes sociales pues son cifras de confinamiento privadas, que no entran en estadísticas oficiales o se camuflan debidamente para no causar alarma. Según Benedetti, una parte de los españoles llegó el 5 de marzo y salió el 15 acotando que “el coronavirus en la Costa Caribe está en la clase alta”.
La unidad investigativa de Corrupción al Día hizo un recorrido por un vasto cuadrante del norte de Barranquilla (carreras 46 a 62, calles 79 a 90) indagando entre repartidores de tiendas, restaurantes y farmacias sobre la posible presencia del virus. Varios de ellos señalaron que existían rumores que en algunos edificios existían dos o tres casos de contagiados y que algunos desafiaban la auto reclusión paseando por zonas sociales obligando a los otros moradores a llamar pidiendo intervención de la policía y autoridades de salud.
No se alarmen ni crean que se trata del fomento del pánico. Pero lo que expresó Benedetti sobre el comportamiento irresponsable del estrato 6 barranquillero es absolutamente cierto. Connotadas damas, empresarios, dirigentes, con el contagio del virus por no aplicarse las medidas profilácticas necesarias. Con un desprecio formidable a sus vecinos, a los ciudadanos, que a cuenta de su desbordada vanidad –“espantajopismo”, le dicen en esa ciudad— ahora se encuentran en situación de riesgo donde los peor librados serán la población más vulnerable: los estratos 1 y 2.
Si creen que la fiesta fue solo un fugaz episodio de locura matrimonial, aparece otro caso, el de la diseñadora Francesca Miranda y su hijo Francisco Jassir, residentes en un edificio en el cuadrante urbano del billete y el poder en Barranquilla, cerca del Parque Rosado. Regresaron desde Nueva York y fueron advertidos sobre la necesidad de someterse a una cuarentena.
En las inspecciones de verificación realizadas por Migración Colombia, la Policía Nacional y la Secretaría de Gobierno Distrital encontraron su ausencia del lugar de residencia en el norte de Barranquilla. En otras palabras, violaron las medidas cautelares de confinamiento, pues según indican diversas versiones circulantes en el norte de Barranquilla, se dedicó, como toda “socialite” que se respete, a visitar amigas para intercambiar impresiones sobre los aconteceres del periplo colocando en grave riesgo la salud de otras personas. Por su irresponsabilidad sanitaria se hizo acreedora a un comparendo sancionatorio.
Quedan claras varias conclusiones de estos hechos. El primero; los laxos controles y las medidas tardías del gobierno colombiano para impedir el flujo “normal” de turistas y visitantes a países extranjeros cuando han debido, desde antes de carnaval, promover estrictos controles incluso cerrando el espacio aéreo. Recuerden que el carnaval de Venecia fue suspendido por estas causas.
Segundo, la actitud irresponsable con el resto de la ciudadanía de la clase “alta” barranquillera, que con su debida ilustración han debido tener una actitud consciente a la hora de organizar sus eventos o posponerlos debido a la peligrosidad de la pandemia, es realmente sublime. Les importaron un carajo los riesgos asumidos solo por salirse con la suya imbuidos de un espíritu de creerse intocables e indestructibles.
Si creen en un Dios en las alturas, ante la apertura de esta caja de Pandora, serán juzgados rudamente. No les quepa la menor duda al respecto, pues de su locurita rumbera saldrán lesionados y muertos de los estratos bajos que no tendrán con qué pagar costosas clínicas y acudirán al colapsado sistema de salud del Sisben. Bien visto a la luz de análisis jurídicos, esta responsabilidad constituye una especie de posible genocidio inducido a nivel de propagación de enfermedades contagiosas en la modalidad, por acción responsable o irresponsable, denominada Bioterrorismo. Para mayores indagaciones al respecto desde la perspectiva filosófica, es preciso analizar esta contundente frase de Jürgen Habermas:
«La irresponsabilidad por los daños forma parte de la esencia del terrorismo».