Por: Alfredo Molano Jimeno

TOMADO DE EL ESPECTADOR (Ver artículo original aquí)

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Contraseñas con código QR, talonarios para inscribir votantes, carnet de cada líder con el nombre del coordinador y hasta los recibos de pago de los votos comprados tenían en la campaña de Aída Merlano. Nelsón Sierra

Al tiempo que la campaña a la Presidencia de la República entra en su recta final y los aspirantes enfilan discursos contra la corrupción, el país no pierde de vista el fraude electoral revelado el 11 de marzo, en las elecciones a Congreso, en Barranquilla, protagonizado por Aída Merlano, una dirigente poco conocida y de apenas 40 años de edad, que salió elegida senadora con más de 73.000 votos, gracias a la bendición de las dos casas políticas más poderosas del Atlántico. Sin embargo, lo más atípico de esta historia no es la victoria de la actual representante a la Cámara, que no ha realizado un solo debate de control político, sino que el mismo día de los comicios, según la Fiscalía, haya sido sorprendida in fraganti en plena operación de fraude electoral.

En Colombia, y en particular en la Costa Caribe, se sabe que los votos se venden y se compran y que, por ejemplo, en el municipio de Soledad, pegado a Barranquilla, los políticos habitualmente cuadran los sufragios que les hacen falta aprovechando la pobreza y escasa educación de la gente. Lo que nadie imaginó fue que esta práctica pudiera convertirse en una empresa altamente tecnificada, que al parecer tuvo como beneficiaria a la electa senadora Aída Merlano, quien transformó la compra de votos en arte para el fraude. Una operación que se constituyó con una poderosa red de políticos reclutando líderes, que a su vez se encargaron de movilizar comunidades, barrios o familias.

En realidad, el fraude empezó a fraguarse cinco meses antes de las elecciones, a través de un complejo sistema de inscripción de votantes comprados. Además, se echó a andar una dispendiosa logística para asegurarlos, a través de casas de pedagogía de votos, contraseñas con códigos que eran leídos por máquinas de alta tecnología, contratos con seriales, huellas digitales, videos, actas, o simplemente a través de infiltrados en los puestos de votación y en la Registraduría Nacional. Paradójicamente, de cada movimiento de la trapisonda electoral quedó constancia. Tanto así que esa bitácora fue hallada el día de las elecciones en el mismo lugar donde se pagaban los votos comprados, conocido como la “Casa Blanca”.

Cuando llegaron los investigadores de la Fiscalía y la Policía, la electa congresista estaba acompañada de cuatro personas, entre ellas su hermana, y tenían en su poder más de $260 millones, además de armas de fuego sin salvoconducto . Un comprometedor material, que en el endeble sistema judicial colombiano ha resultado por ahora insuficiente. La prueba es que nadie está privado de la libertad y las pistas dejadas por este cartel del voto no han trascendido judicialmente. En contraste, se sabe que la campaña de Merlano tenía una lista de compradores de votos en la que aparecieron al menos tres diputados a la Asamblea, cuatro concejales y varios líderes de Magdalena, Bolívar y Atlántico.

De impulsadora de telefonía a la heredera de Gerlein

Aída Merlano nació en un barrio pobre del sur de Barranquilla, creció luchando sola contra la marginalidad y sus padres tuvieron un matrimonio fallido que dejó tres hijos. “Los conocí cuando ella tenía 20 años y llegaron a vivir al barrio La Unión. Su madre era de un pueblo. Su papá, ‘Monchi’ Merlano, era un hombre mujeriego con un segundo hogar. Ella estudió el colegio por cuenta propia. Luego se casó con el hijo de los cuidanderos del colegio San Gabriel y tuvo dos hijos. En esos tiempos trabajaba como asesora de ventas de celular. Después se mudó al barrio Cevillar, pero sus hijos quedaron al cuidado de una señora de La Unión. Siempre mantuvo contacto con el barrio. De hecho, su círculo cercano es de allí”, detalla una persona que la conoce.

Su primer matrimonio duró cerca de cinco años, pero su exesposo siguió siendo una de las personas más cercanas. Hoy es su jefe de seguridad y permanece al tanto de sus movimientos. Siendo empleada de Bellsouth, conoció a Carlos Rojano Llinás, un político conservador cercano a la casa Gerlein. Fue la misma época en que empezó a estudiar Derecho en la Universidad Libre de Barranquilla. Pero definitivamente, lo suyo no eran las leyes y terminó en la política. Con tal aceptación en la casa Gerlein que, en menos de una década, pasó de diputada a senadora electa. Previamente, en las elecciones de 2011, mientras Rojano se hizo concejal de Barranquilla con 15.000 votos, ella salió elegida diputada con 39.000 apoyos.

Durante su paso por la Asamblea se afianzó como pieza clave de la casa Gerlein, lo que le acarreó problemas con Carlos Rojano, convertido en su nuevo compañero sentimental. Para las elecciones parlamentarias de 2014 se había convertido en la persona de confianza del exconcejal y contratista Julio Gerlein, hermano del veterano senador Roberto Gerlein. Eso explica su salto a la Cámara de Representantes. En esa ocasión consiguió más de 67.000 votos y se hizo a una de las curules del Atlántico. Entre tanto, Carlos Rojano continuó en el Concejo, pero su relación con el conservatismo empezó a agrietarse, al punto que terminó moviendo sus fichas a las toldas de Cambio Radical, pero sin salirse del conservatismo.

Esa vuelta política le permitió  ser reelegido concejal con más de 34.000 votos. La curul de Aída Merlano en la Asamblea la heredó Adalberto Llinás, primo de Carlos Rojano. Con la elección parlamentaria de 2014 y los comicios locales de 2015, el matrimonio Rojano-Merlano y las casas políticas de los Gerlein y los Char le pusieron cimientos a una alianza política ciertamente arrolladora. Hoy, esa concertación de intereses electorales constituye uno de los puntos de partida para la investigación por presunto fraude electoral. Es la misma plataforma que siempre les aseguró el éxito político, pero que ahora se encuentra en el ojo del huracán.

Una máquina para comprar votos

“Tengo información que le puede interesar. Crecí con Aída Merlano, la conozco desde su juventud y participé en la compra de los votos. Sé cómo ocurrió, porque soy de su círculo cercano. Soy nuevo en esta materia, no soy de los grandes líderes que pusieron miles de votantes, pero tengo pruebas para establecer cómo funcionó el fraude”, aseguró por teléfono un desconocido con voz ronca. Tras exigir su anonimato, vía celular, el personaje envió una fotografía con un certificado electoral y un papelito gris grapado encima. Encerrada en un corazón rosado se lee una frase: “Gracias por tu apoyo”. Al lado del corazón, un código QR, es decir, un código de barras que es leído un celular.

“Me vinculé tarde al proceso, pues desde noviembre empezó la operación de compra de votos. La cosa funcionó así: el equipo de campaña empezó con el grupo de coordinadores, quienes se encargaron de conseguir líderes en barrios, comunidades y municipios de Atlántico, Bolívar y Magdalena. No fue gente parada frente a un puesto de votación con una tula de plata, como muchos piensan, el asunto incluyó inscribir cédulas, asegurar votantes, entrenarlos para votar, llevarlos a las urnas y asegurarse de que cada voto comprado fuera depositado por Aída Merlano al Senado y Lilibeth Llinás a la Cámara”, precisó el informante, quien accedió a un encuentro en un centro comercial de Soledad.

En medio de su relato, súbitamente el personaje sacó una carpeta con varios papeles. Inicialmente, un carné que demuestra que fue integrante del staff de la campaña, y un talonario al que llaman  “trabajo”, en el que aparece el registro de cada voto comprado, con nombre, cédula, puesto de votación y huella dactilar. Después, mostró más de 50 certificados de votación que llevan la contraseña gris grapada encima y también contraseñas de distintos colores (blanco, gris y rosado) que incluían el código QR y unos seriales de identificación. Finalmente, un contrato en blanco con los compromisos del líder, la forma de pago y un recibo de caja amarillo con el número de votos comprados, el valor pagado y firmas para aprobar el desembolso del dinero.

Luego, la fuente  entregó un cuadro con los nombres de los 21 coordinadores. En la columna correspondiente a cada identidad, se lee el número de votos comprados, el valor de los mismos y las formas de pago, con el 70 % de adelanto y, según su explicación, el añadido de “adicional” para dejar constancia del costo de votos que cada coordinador podía incluir a última hora. Los valores totales son astronómicos. Según la información obtenida, se compraron 132.766 votos, que costaron $4.138 millones. Con un agravante que examinan con lupa los investigadores: en cada rubro consignado en el informe se leen los nombres y apellidos de los supuestos responsables de las transacciones.

Y no se trata de personajes anónimos, sino de líderes que, aunque no tienen mayor figuración a nivel nacional, hacen parte de la escena política de la Costa Atlántica. Entre los nombres consignados aparecen los diputados Adalberto Llinás, de Cambio Radical, y Margarita Balén y Jorge Rangel, del Partido Conservador. También figuran los concejales conservadores de Barranquilla Aissar Castro y Juan Carlos Zamora; así como el de Soledad Jorge Mejía, del Partido Verde. De igual forma están Adriana Blanco, excontratista del Banco Mundial, y Vicente Támara, expresidente del Concejo de Soledad, capturado por corrupción. Los dineros entregados a ellos oscilan entre $600 y $700 millones por casi 20.000 votos.

El paso a paso del fraude electoral

Tras mostrar sus pruebas, el informante detalló cómo se dio paso a paso el fraude. “Para ingresar a la campaña había que presentar una entrevista, en la que se decía cuántos votos se comprometía uno a conseguir, se llenaba un formulario de hoja de vida y se recibía el talonario para inscribir votos con espacios para el nombre de cada votante, cédula, puesto de votación y número de mesa. La primera parte de la operación debía llevarse a cabo antes del 14 de enero, fecha en que se vencía el plazo para inscripción de cédulas. Los votantes debían ser “zonificados” en el mismo puesto electoral para poder hacerles seguimiento y facilitar el control”.

Una vez puesta en marcha la operación, se concretó el segundo paso: “El viernes de Guacherna fue el 16 de febrero. Ese día se firmaron los contratos y nos hicieron la primera entrega. Cada voto se debía pagar a $60.000, más $10.000 de gastos de transporte. Pero ese día, nos cancelaron lo que llamaban incentivo, correspondiente a $5.000 por cada voto. Todo se hizo en la ‘Casa Blanca’ o el comando, sede de campaña de Aída Merlano, que antes fue de Gerlein. Ese día nos reunimos con ella y nos explicó la mecánica de los pagos. Además, lloró explicando que se había separado de Rojano por problemas políticos, y aseguró que Julio Gerlein y Álex Char estaban poniendo el billete para la campaña”.

Tiempo después se dio el tercer paso. “La segunda reunión se realizó el 23 de febrero, también en el comando. Ese día nos pagaron otros $5.000 por cada voto, nos carnetizaron, nos dieron contraseñas y recibimos la explicación de cómo iba a funcionar el día de las votaciones. Nos dijeron que íbamos a disponer de casas de apoyo cerca de los puestos de votación y que cada inscrito iba a llegar con una contraseña de color blanco para realizar el simulacro de la votación. Luego se les iba a cambiar el papel blanco por uno gris, con el que debían votar. Ese día quedó claro que los votantes debían entregar el certificado de votación junto a la contraseña gris y así recibían el pago del restante 30 %. Quien perdiera las contraseñas debía pagar $50.000”.

El personaje consultado concluyó así su relato: “El último paso se dio el viernes 9 de marzo, con una reunión de urgencia. Ese día nos explicaron que se habían perdido unos certificados electorales de la Registraduría y que había que extremar los controles para evitar el robo de los votos. También pagaron el 70 % del valor pactado. El día de las elecciones, desde las 6:00 de la mañana, las casas de apoyo, el comando y los comandos satélites empezaron a funcionar. Cuando se cerraron los puestos de votación y debíamos ir a cobrar el dinero restante, nos encontramos con el allanamiento. Hubo un sapo porque no sólo cayeron a la ‘Casa Blanca’ sino a los comandos satélites, que pocos sabían dónde estaban”.

Un resultado de alianzas

En el momento en que Merlano celebraba su elección con 73.200 votos, comenzó el allanamiento por parte de la Sijín con el apoyo de la Fiscalía.En la “Casa Blanca” encontraron dinero, armas, material electoral y abundante documentación que podría probar el paso a paso del fraude. Eso sí, no hubo capturas. Ni Aída Merlano ni su hermana Vanesa fueron privadas de la libertad. Serán la Corte Suprema de Justicia, en el caso de la congresista electa, y la Fiscalía, en lo que se refiere a los demás implicados, las que establezcan cómo se gestó el fraude señalado ese mismo día por las autoridades. Al menos ya existen los indicios de una práctica ilegal con muchos casos similares, pero con escasa pesquisa judicial.

De cualquier modo, la Misión de Observación Electoral (MOE) ya había advertido la inusual inscripción de votantes en Atlántico, Bolívar y Magdalena, justo los tres departamentos en los que Merlano y sus socios alcanzaron su triunfo. Una victoria que se construyó sobre la base de una alianza entre las casas políticas más representativas de la región:los Gerlein y los Char. Ambas con afinidades: nacieron a partir de familias de empresarios que accedieron a la política exitosamente. Los Gerlein fueron tres hermanos que manejaron el Partido Conservador en Atlántico. Los Char lo han hecho con Cambio Radical. En la coyuntura actual, por ahora, eso no significa que se hayan involucrado en el fraude.

“Sólo quiero hacer una última precisión, porque las cosas son como son. Aída Merlano no estuvo sola”, insistió el informante. Y a renglón seguido añadió: “La mayoría de casas políticas compran los votos, pero no sólo con plata. Aquí se dan tejas y materiales de construcción o también puestos de trabajo. Por ejemplo, se sabe en Barranquilla que los empleados de Olímpica o de cualquier empresa de los Char habitualmente tienen que poner votos para mantener sus empleos. Les piden cinco votos por cada empleado. También en los colegios que tienen convenio con la Alcaldía, se les exige a los papás poner votos para recibir becas. Al menos en estas elecciones, las dos casas políticas actuaron en llave”.

Se refiere al entramado político que, al margen del fraude, demuestra cómo los Gerlein y los Char estaban apoyando a Aída Merlano. “Iban juntos en esto. La fórmula de Aída en Atlántico era Lilibeth Llinás, prima de su exmarido, que pertenece a Cambio Radical. Ella no salió elegida a pesar de que consiguió casi 50.000 votos, pero sí salió su fórmula en Bolívar, Emeterio Montes, del Partido Conservador (familiar de William Montes, exsenador condenado por haber firmado el Pacto de Ralito con los paramilitares)”, insiste. Al revisar electoralmente dónde estuvieron los votos de Merlano, se constata que casi 30.000 apoyos los recibió en Bolívar, en los mismos municipios donde ganó Montes. Otros 32.000 votos los consiguió en Atlántico, el 70 % de estos en Barranquilla.

Su exesposo, Carlos Rojano, no se quedó con las manos vacías. Su prima no fue elegida, pero sí su hija, Karina Rojano, quien alcanzó curul en la Cámara con 67.185 apoyos. Cabe recordar que en el equipo de coordinadores de Merlano figuraron también el diputado de Cambio Radical Edilberto Llinás, hermano de la fórmula de Merlano y primo del concejal Rojano, así como la diputada Balén, viuda de Jorge Gerlein, hermano de Julio y Roberto. Por ahora, los diputados y concejales referidos han negado su participación en el fraude, a pesar de figurar en varios documentos. Ahora solo resta que la justicia aclare hasta dónde lo suyo fue política o hicieron parte del carrusel de los votos comprados.

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