De todos los parapetos inventados con la creación del paquidérmico Museo del Caribe el único evento solitario que tenía plena validez cultural era la Noche del Río en la temporada de precarnaval. Solitario, pues tal convocatoria debería tener, en nombre de la identidad y cohesión cultural regional, un carácter casi que permanente.
Pero el Parque Cultural del Caribe, igual que la Corporación Cultural Nieto Arteta, el Museo de Arte Moderno, la Cinemateca, Carnaval S.A. y otros entes similares de carácter privado se encuentran en las mismas manos en lo que se llama técnicamente triangulación de sus cuerpos directivos, una especie de cofradía de postín que se disputan a dentelladas los escasos dineros públicos destinados a la cultura.
Alguna vez le dieron la totalidad del producido de la estampilla departamental pro cultura a la Corporación Cultural Nieto Arteta sin ningún recato legal. Los demás, fuera de ese pastel, que se conformaran en su rabia recién dispuesta haciendo muecas del talante de son de negros y volteretas chuecas como las marimondas. Estos entes; además, aducen su esquema de derecho privado y se niegan a suministrar información sobre el destino de los recursos que se le otorgan y cuál es su destino específico debidamente auditado por interventorías especializadas en nombre de la transparencia administrativa en el uso de recursos del orden público.
Digamos que Barranquilla se encuentra en franco rezago de infraestructura cultural y de eventos, aunque la Secretaría Distrital de Cultura de Barranquilla se empeñe en hacernos creer que las sesiones solemnes de los alumnos de la Escuela Distrital de Artes y algunos shows de Carnaval constituyen “gran” cultura.
No hay nada y sería necesario inventarlo todo desde cero aunque esta aseveración no sea del gusto de los burócratas que destinan a estas posiciones directivas en Barranquilla y el departamento cuyo perfil es muy parecido al de una reina de carnaval: preceden del estrato 6, cultura superficial de farándula, incapacidad de plantear retos y asumirlos y una facilidad para autoengañarse en proyectos sin pies ni cabeza.
No saben, no conocen, podría ser la respuesta unánime a cada una de las preguntas que se le formulen y así; en este orden de ideas, no sabrían diferenciar entre una recocha agitosa de sus amigos y un evento de la complejidad cultural de la Noche del Río que convoca a campesinos, ribereños, tamboreros, cantadoras, bailarines y los ancestros en torno a un reconocimiento de las raíces de nuestra cultura y que si el ineficiente elefante blanco del Parque Cultural del Caribe no puede realizarlo por la crisis general que los agobia, están allí presentes, para eso existen, las Secretarías de Cultura Distrital y Departamental solventando el impasse y manteniendo una tradición solventada desde hace 14 años.
Pero no. Les importa un pito que eso se haga o no. Lo suyo son las lentejuelas, las convocatorias artificiales del folclor en el marco escuálido de la plaza de la Paz en donde se mecen, al compás de la brisa, lánguidas estas manifestaciones culturales disecadas como taxidermistas y agonizantes como un pez sacado abruptamente de su líquido elemento.
Es que la Noche del Río es uno de los pocos inventos culturales que ha funcionado y fusionado a la ciudadanía barranquillera con las raíces musicales culturales del Carnaval más allá de las carrozas con sus reinas tirando besos a diestra y siniestra, confeti, casetas, desfiles pagos y conciertos que parecen ser el inventario comercial –la industria naranja- con que engañan a los barranquilleros cada año haciéndoles creer que de verdad se encuentran en “su” carnaval y que este goza de buena salud gracias a la declaratoria de Patrimonio Oral Intangible de la Humanidad.
Desengáñense. Lo protegido son algunas danzas y músicas, pero no es toda la parafernalia que le han agregado y que ha desdibujado el carácter transgresor del Carnaval. La cultura viva de la región Caribe colombiano, madre nutricia de esta ciudad y del carnaval anda por otros lados, convenientemente compartimentada en eventos del talante de la suspendida Noche del Río que no pertenece, ni más faltaba, a los burócratas culturales barranquilleros que saltan como canario de entidad en entidad. Un día manejan la cinemateca, el otro la Secretaría de Cultura, más tarde un centro cultural universitario, luego pasan a un museo, de allí a una galería, luego a puestos de mentiras en un carrusel sin fin mientras la ciudad padece de carencias y su rica vertiente cultural –que la tiene, pese a ellos– se rezaga y se difumina en medio de dificultades de todo tipo.
Es injustificable que un evento cultural de la importancia de La Noche del Río no tenga dolientes en el sector cultural distrital y departamental. Su montaje cuesta mucho menos que los embelecos que suelen presentar como maravillas culturales y solo son shows de aficionados, artistas en ciernes, mientras se les niegan a los verdaderos creadores culturales los debidos reconocimientos tal como sucede con las maravillosas agrupaciones participantes en La Noche del Río.
Mal, el Parque Cultural del Caribe reconociendo con la suspensión que ha tocado fondo certero. Mal, las Secretarías de Cultura Distrital y Departamental que han debido hacer el correspondiente relevo del parque para que el río con sus músicos, cantadoras y bailarines, nos recuerden una vez al año quienes somos y de dónde venimos. Mal, Barranquilla que muestra dramáticamente la crisis cultural que la agobia desde hace varios años sin solución a la vista mientras los recursos se dilapidan “misteriosamente” en proyectos fantasmas.