La fachada de la Justicia: El sistema que perpetúa la corrupción en Colombia
En Colombia, la justicia funciona como un espectáculo itinerante. Periódicamente, monta su carpa en alguna región para ofrecer una función donde fiscales, policías y funcionarios menores son exhibidos como trofeos. La audiencia aplaude brevemente, y pronto olvida. Mientras tanto, el verdadero circo—ese entramado que blinda a los poderosos—continúa operando en la sombra, con la maquinaria bien aceitada de la impunidad.
La reciente operación en Antioquia que dejó 80 funcionarios procesados por corrupción se presenta como un éxito rotundo de la Dijín. Jueces, fiscales e inspectores de policía cayeron por montar tutelas fraudulentas o extorsionar a víctimas. La narrativa oficial celebra estas capturas como una victoria contra la corrupción. ¿Pero lo es realmente?
La Red Subterránea: Una corrupción de muchas cabezas
Los 80 funcionarios procesados no representan células aisladas. Son parte de un sistema donde la corrupción no es la excepción sino la regla. El caso del Juzgado Primero Civil del Circuito de Oralidad de Bello es revelador: una estructura perfectamente articulada para manipular tutelas contra entidades públicas y privadas, con horarios específicos para la distribución de casos y montos calculados según la «retribución económica» esperada.
«No son manzanas podridas, es todo el huerto el que está contaminado
«, explica un exmagistrado que prefiere mantenerse anónimo. «Estas capturas son como cortar las ramas visibles de un árbol cuyas raíces siguen intactas bajo tierra
«.
La condena de 10 años para Juan Sebastián Montoya Cardona, inspector de Policía de Bello, por nueve delitos contra la función pública parece severa. Sin embargo, ¿qué ocurre con quienes desde posiciones más altas diseñan el sistema que permite estos abusos?
El Mecanismo Invisible: La Maquinaria que blinda a los poderosos
Colombia ha perfeccionado un sistema donde capturar a un puñado de funcionarios de nivel medio genera titulares, mientras las élites políticas permanecen intocables. Como señala el análisis del fallecido jurista Alejandro Nieto en «El desgobierno de lo público«, la corrupción en el país no es de casos aislados, sino «una práctica sistemática integrada en el funcionamiento del Estado».
Los mecanismos de esta protección son evidentes:
- Aforamiento selectivo: Los altos cargos gozan de protecciones especiales que dificultan su procesamiento.
- Lentitud judicial calculada: Los procesos se alargan hasta la prescripción.
- Politización de la administración: Los nombramientos responden a intereses partidistas, no a méritos.
- Ausencia de control ciudadano efectivo: La línea 157 anticorrupción recibió 2,859 llamadas en un mes. ¿Cuántas terminarán en condenas reales?
La ironía es palpable cuando la misma nota sobre las capturas en Antioquia menciona al fiscal Nicolás Darío Sánchez, condenado por cobrar $3 millones a una víctima para «agilizar» un proceso por estafa. El sistema está diseñado para ser tan lento que pagar por «agilizarlo» se vuelve la única opción viable para muchos ciudadanos.
La resignación ciudadana: El cómplice silencioso
Mientras hablamos de los 80 funcionarios capturados, vale la pena preguntarse: ¿dónde estaban los ciudadanos cuando estos delitos ocurrían a plena luz del día? La respuesta es incómoda.
«Quien controla el miedo de la gente se acaba adueñando de su alma», dice un apartado del documento sobre corrupción estructural. La sociedad colombiana ha desarrollado una alarmante capacidad para la resignación. La indiferencia y la cobardía colectiva son el mejor escudo de los corruptos.
En las calles de Medellín, pregunté a varios ciudadanos sobre estas capturas. La respuesta más común: «¿Y eso qué cambia? Mañana vendrán otros a hacer lo mismo
«.
Esta desesperanza aprendida es precisamente lo que el sistema necesita para perpetuarse. Como señala el análisis de Nieto, la idea del «todos son iguales» ha calado hondo, generando una desconfianza absoluta hacia cualquier alternativa.
¿Una luz al final del túnel?
La campaña anticorrupción de la Dijín en Antioquia muestra que es posible actuar cuando existe voluntad institucional. Sin embargo, una verdadera transformación requeriría:
- Eliminar el aforamiento para los cargos públicos, garantizando que todos sean juzgados por igual.
- Establecer auditorías independientes en la gestión de fondos públicos.
- Implementar la responsabilidad patrimonial de los funcionarios corruptos.
- Crear mecanismos efectivos de participación ciudadana, más allá de una línea telefónica.
En palabras del profesor Nieto, la corrupción en Colombia no es un problema de casos aislados, sino «una práctica sistemática integrada en el funcionamiento del Estado». Mientras estas reformas no se realicen, operativos como el de Antioquia serán apenas una gota en el océano de la impunidad.
El Impacto Oculto: Cuando la Justicia es solo una fachada
Lo verdaderamente trágico de esta historia no son los 80 funcionarios procesados. Es el daño invisible que causa la normalización de la corrupción en un país donde el Estado ha sido secuestrado por intereses particulares.
Cada tutela fraudulenta, cada extorsión a una víctima, cada contrato amañado tiene un rostro humano al otro lado. Son recursos que no llegan a hospitales, escuelas que no se construyen, justicia que no se imparte para quienes más la necesitan.
Como diría Alejandro Nieto, el problema es que el Estado colombiano «no está gobernado en favor de los ciudadanos, sino que ha sido secuestrado por una clase política que actúa como una casta parasitaria».
La pregunta que queda flotando es: ¿Estarán los colombianos dispuestos a dejar de ser espectadores y convertirse en protagonistas del cambio? ¿O seguirán aplaudiendo brevemente estas capturas mediáticas mientras el verdadero sistema de corrupción sigue intacto?
La línea 157 está abierta para denuncias. El tiempo dirá si es una herramienta real de cambio o simplemente otro mecanismo para la simulación.