Por: Jan Slodvak
Aunque podría parecer un tema ajeno a la corrupción con sus múltiples y peligrosas aristas para la estabilidad de las instituciones, el tema del patrimonio cultural e histórico socavado no lo es. Por el contrario, tiene estrechas relaciones, no siempre visible ni detectables para el común de los ciudadanos. En el caso de Barranquilla estos hechos han sucedido, lenta e imperceptiblemente, sin ninguna denuncia al respecto, quizás por considerarse temas especializados en lo referente a contenidos semiológicos urbanos.
Vamos desgranando el asunto para que no crean que hablamos carreta ni propagamos chismes. Como es de público conocimiento los colores de la bandera de Barranquilla son el rojo, amarillo y verde; la cuadrilonga, que fue el primer estandarte que usaron en sus luchas los patriotas de los pueblos de la antigua Provincia de Cartagena en la causa de la independencia.
Una bandera que llevan las ciudades de Cartagena, Barranquilla, El Carmen de Bolívar, Malambo y Tenerife, habida cuenta que Barranquilla, hasta el inicio del Siglo XX con la creación del departamento del Atlántico (1905) perteneció administrativamente a Cartagena. En todos los actos institucionales de la ciudad se encontraban los tres colores de esta bandera, incluso replicados en las danzas de Carnaval. Todo un proceso cromático histórico respetado y sin cuestionamientos de ninguna índole.
Como tal esos colores amarillo, rojo y verde se usaban en todas las representaciones simbólicas de la ciudad. Por ejemplo, en las graderías de los estadios donde quedaba plasmada la bandera cuadrilonga, reforzando el imaginario histórico y el sentido de pertenencia de los ciudadanos asistentes a estas edificaciones.
Resulta que desde hace más de 8 años estos colores fueron reemplazados, sin que nadie dijera absolutamente nada, por los colores rojo, blanco y azul que en un principio asociaron a los colores del equipo de fútbol Junior. Por ello el cambio fue aceptado sin mayores obstáculos, pero —aquí viene el famoso pero— se empezaron a incorporar en otros recintos del mobiliario urbano como en la reciente remodelación del estadio Romelio Martínez que no constituye precisamente la actual casa del Junior.
Allí saltan las suspicacias, pues el rojo, azul y blanco —que es también de las banderas de USA, Cuba y Puerto Rico— aparte del glorioso Junior, es también del logo símbolo de la cadena de mercados Olímpica, de la familia Char, propietario también del equipo de fútbol Junior y miren la coincidencia, del actual Alcalde de Barranquilla Alex Char.
¿Coincidencia cromática? No parece nada casual habida cuenta del inmenso poder económico y político de esta familia que no es necesario mostrar con datos o cifras. Allí están los colores “olímpicos” desbancando a los tradicionales históricos rojo, amarillo y verde relegados al trasto de colores funcionalmente inservibles, rezagados en la nueva refundación de la ciudad planteada por el alcalde Char y su familia comprando y tumbando edificios: allí están los ejemplos de la Unión Española, el Mediterráneo, del cine Metro, del coliseo Cubierto Humberto Perea sin reparos ni remilgos de ninguna especie. La operación de renovación histórica incluyó el cambio de nombres, así que Tomás Arrieta pasa a la historia, lo mismo que Humberto Perea. Ilustres y anónimos ciudadanos que van derechito al cuarto de desechables urbanos.
Ello va en sentido contrario al espíritu de la legislación desarrollado en el Decreto 2759 de 1997, señalando en su Artículo 1 que el artículo quinto del Decreto 1678 de 1958 quedará así:
“Los Ministerios del Despacho, Gobernadores y Alcaldes quedan encargados de dar estricto cumplimiento a /o dispuesto en la legislación vigente para prohibir en adelante la designación, con el nombre de personas vivas, de las divisiones generales del territorio nacional, los bienes de uso público y los sitios u obras pertenecientes a la Nación, los Departamentos, Distritos, Municipios o a entidades oficiales o semi oficiales. Igualmente, prohíbase la colocación de placas o leyendas o la erección de monumentos destinados a recordar la participación de los funcionarios en ejercicio, en la construcción de obras públicas, a menos que así lo disponga una ley del Congreso.
Parágrafo Único. Las autoridades antes indicadas podrán designar con el nombre de personas vivas los bienes de uso público a petición de la comunidad y siempre que la persona epónima haya prestado servicios a la Nación que ameriten tal designación.”
No se conocen, en el caso de Barranquilla, las peticiones de la comunidad en el sentido de rebautizar estos recintos deportivos construidos con motivo de los pasados Juegos Centroamericanos del Caribe y más bien es todo lo contrario. En las redes y medios de comunicación hubo rechazo al cambio de por lo menos dos de estos edificios: el Tomas Arrieta y el Humberto Perea.
Argumentaran algunos que se está hilando demasiado fino en estas cuestiones de colores y símbolos relacionados con la identidad cultural y el sentido del civismo barranquillero. Pues bien, según la Sentencia C-469, 1997, el significado de los símbolos patrios (Decreto 1967, 1991) “la bandera, el escudo y el himno son la representación material de una serie de valores comunes a una Nación constituida como Estado. Por ello, estos símbolos se han considerado siempre como objeto del respeto y la veneración de los pueblos que simbolizan. Y por ello, también, la mayoría de las legislaciones del mundo los protegen y sancionan su irrespeto como falta grave, a veces como delito”. Por extensión, esta sentencia y normatividad se aplica en lo símbolos de distritos, municipios y departamentos.
Por ello, a la vista de todo el mundo y sin que nadie —ni siquiera la obsoleta Academia de Historia de Barranquilla— lo protestara, en los inicios de la segunda administración del Alcalde Alex Char decidieron; nadie sabe quién y con qué permiso, anular —otra vez el tema de suplantación crómatica— los colores representativos del escudo de Barranquilla, dejándolo solo con fondo blanco y delineado con negro. ¿El próximo paso para incorporarle otros colores y mostrar como marca quiénes son los reales controladores de la ciudad?
La operación de marcación urbana simbólica pica y se extiende como la verdolaga, tal como dice el famoso bullerengue cantado por Joe Arroyo, “se riega por el suelo” con un reciente ejemplo de refundación de simbolismos relacionados con la historia de Barranquilla. En la confluencia de la avenida Circunvalar con la Vía 40, en la rotonda del barrio Las Flores, hay dos imágenes. Una de la santísima virgen María y la otra de doña Adela de Char, que, vea las coincidencias, es madre del actual Alcalde de Barranquilla.
Unos metros más arriba, en otra rotonda en plena avenida Circunvalar, se acaba de construir un monumento por parte de los empresarios Daes y sus empresas ubicadas en la vecindad. Empresarios que poseen concesiones del distrito de Barranquilla en lo concerniente a infracciones electrónicas, semaforización, amoblamiento, luz pública y una empresa de construcciones que participó con notable éxito en la construcción de recintos deportivos para los mencionados Juegos Centroamericanos y del Caribe.
El monumento, de varios colores —al que algunos asimilan a la bandera LBGT— se alza majestuoso sobre el suelo provocando a los tropicalistas locales desaforados encomios en el sentido que es más grande que el obelisco de Buenos Aires, el de México y tan grandioso como la Torre Eifel, la de Pisa o el Arco del Triunfo. ¡Hágame el favor!
Independientemente de sus calidades estéticas, de su aporte a los monumentos de la ciudad, sería menester analizar su nombre, ciertamente erróneo, como ya lo han manifestado algunos teóricos de la arquitectura locales, bautizado como Ventana al Mundo. Lo paradójico del caso es que Barranquilla durante el siglo XX acuñó el bien ganado membrete de La Puerta de Oro de Colombia, gracias a sus puertos y al desarrollo cosmopolita de la población.
Por la ventana solo se observa, a manera de espectador pasivo. En cambio por las puertas se sale, se entra: acceso espacial y simbólico de inmenso contenido en el caso particular de este imaginario barranquillero de Puerta de Oro de Colombia cambiado, merced a la difusión de este monumento, a Ventana de Oro de Colombia con todo lo que ello implica. Es importante señalar que los promotores de este monumento, ciertamente agraciado en su concepción pero desafortunado en sus contenidos simbólicos, constituyen pieza clave junto a los Char en el control político y económico de la ciudad.
Se sobreponen, dicho sea de paso, a la inveterada costumbre de colocarle el nombre de Alberto Pumarejo o Mario Santo Domingo a plazas, calles, edificios, puentes, avenidas —la circunvalar se llama Alberto Pumarejo— en lo que parece ser un evidente cambio en el “line up” de los antiguos prohombres hacia los nuevos corporativos marcando territorio, consolidando la idea de control total que ante su desmesura, produce la fractal corrupción actual. No hay corrupción, bajo esta perspectiva de la administración pública y la política urbana, en disponer del presupuesto ciudadano en la escala que desee, con deudas casi impagables en una urbe paupérrima, bajo la premisa de actuar, igual que en una empresa privada, con ánimo total de señor y dueño.
Para lograr lo anterior, el primer paso aséptico de esta metodología es borrarnos la historia y la identidad. Después seremos simple grey de sus rebaños.
https://sites.google.com/site/jdvillalobos/ventana
Hay mucha razón en lo que dices, sin embargo, es la prueba de que miramos el punto negro en la hija de papel. Le invito a hacer un reportaje, con cifras y estimados, sobre Como estuviera Barranquilla en 2018 si desde 1990 tuviéramos gobernantes competentes quite no ss hubieran robado el dinero de la ciudad, seguro estuviéramos por encima de la ciudad más desarrollada de Latinoamérica. Le reto a que lo haga en lugar de estar sembrando cizaña. No soy político ni hago política, pero adoro mi ciudad.