Por: Ciro Gómez Ardila*
TOMADO DE EL ESPECTADOR
Todos hemos visto fractales, sepamos o no que se llaman así. Lo sorprendente de estos es que si miramos en su interior, encontramos la misma forma original, pero de menor tamaño. Un fractal sencillo está constituido por formas iguales a sí mismo. Un brócoli, por ejemplo, es un fractal porque cada ramita es un brócoli en miniatura, que a su vez está formado por más brócolis de menor tamaño. Un árbol es un fractal, porque al igual que el tronco se divide en varias ramas, cada rama se subdivide de igual forma en ramitas más pequeñas, que si miramos de cerca nos parecerán un nuevo árbol.
Pensando en fractales se me ocurrió la idea de que la corrupción es uno, es decir, que un gran acto de corrupción está soportado por actos de corrupción menores, que a la vez se apoyan en actos corruptos cada vez menores.
Quizás a veces pensamos en la corrupción como el producto de unos funcionarios públicos que abusan de su poder para su beneficio personal. Y es así, pero estos actos no se dan en el vacío. Mi tesis es que se apoyan en la estructura “fractal” de hechos menores de corrupción y que, por lo tanto, debemos replantear la lucha contra la corrupción.
Francis Aguilar (Managing Corporate Ethics, 1994), luego de analizar los problemas éticos en las empresas, concluyó que una de las razones de los comportamientos no éticos en las organizaciones es que estas o sus directivos no son capaces de cumplir sus funciones operativas. En traducción libre, lo dice así en la página 12: “Cuando una firma pierde su habilidad de alcanzar sus metas económicas por medio de una conducta empresarial apropiada y ética, las presiones comienzan a aumentar para aceptar acciones marginales e incluso no éticas”.
Es decir, cuando fallamos en nuestras labores técnicas como profesionales, la tentación de suplir nuestras fallas con comportamientos oportunistas y no éticos aumenta. O, dicho desde el otro punto de vista, lo primero para comportarnos éticamente es hacer bien nuestro trabajo. Si logramos las metas de ventas antes de terminar el mes, no estaremos tentados a reportar ventas ficticias. Si tenemos el liderazgo suficiente para garantizar nuestra elección democráticamente, no estaremos tentados a prometer lo que sabemos que no podemos cumplir, a aceptar apoyos de personas cuestionadas o directamente a comprar votos.
¿Por qué puede ser tan difícil derrotar la corrupción? Porque no tenemos personas capaces de cumplir sus metas por medios lícitos. Vale decir, malos profesionales, producto de una mala educación y de (una nueva imagen fractal) la aceptación de la mediocridad desde el colegio. Ser tolerantes con los trabajos hechos a medias es una forma sutil, pero muy efectiva, de apoyar la corrupción.
No sin razón, todos queremos inculcar en nuestros hijos o en nuestros alumnos una conciencia ética y un conocimiento del daño que se hacen a sí mismos y a los demás si se comportan no éticamente. Pero esta barrera, como una presa, puede verse sobrepasada por las aguas de la necesidad. Hay, pues, que trabajar en esa necesidad en dos frentes: capacitarlos para que puedan suplir lícitamente sus necesidades (como ya está dicho) y enseñarles a mantener sus necesidades en un nivel razonable. La presión por “tenerlo todo” y “tenerlo ya”, la concepción de que el éxito es poseer o tener poder lleva a unas “necesidades”, esta vez entre comillas, inalcanzables.
Así pues, valorar y enseñar a valorar las cosas que de verdad importan y que no dependen sino en menor medida de la capacidad monetaria es una forma radical de luchar contra la corrupción. ¿Será que los corruptos, a despecho de su poder adquisitivo, sí son de verdad felices?
Los grandes actos de corrupción se apoyan en otros más pequeños. Esa es mi tesis. Y es mi explicación para que pasen tantas malas cosas y pareciera que nadie las ve ni es culpable. Esto ya ha sido estudiado y se ha llamado la teoría de la ventana rota: un carro abandonado con una ventana rota o un edificio con una ventana rota genera una reacción de mayor vandalismo. La ventana rota es el signo de que hay descuido, de que se puede hacer lo que uno quiera, que a nadie le importa. O, puesto de la forma contraria, un edificio bien cuidado invita a su preservación.
Todo se relaciona con los filósofos clásicos: la virtud es un hábito que se perfecciona y aumenta por repetición. Lo mismo aplica a los vicios. Se puede decir que la virtud y el vicio son fractales. Los grandes actos de corrupción se apoyan en más pequeños; los grandes actos de virtud se apoyan en actos más pequeños. De allí la importancia de cuidar nuestros pequeños actos porque no podemos desentendernos de las repercusiones más grandes de ellos. Que no seamos nosotros la ventana rota.
*Ph. D., profesor de Inalde Business School
Cuando pienso como se podría combatir la corrupción, me surgen inquietudes como por ej. : Cómo no se puede detectar en un funcionario de entidad pública o privada, un patrimonio inexplicable y desproporcionadamente aumentado? Si yo no puedo ocultar lo que me robo, ¿para qué me lo robo?
[…] “acto” de corrupción “menor” que soporta todas la ramificaciones, igual que un brócoli (http://corrupcionaldia.com/2018/07/16/la-corrupcion-como-fractal/), de la falta de transparencia y el reinado del comportamiento ilícito y dañino de los dirigentes […]