Buenaventura: riqueza saqueada, violencia sembrada

Buenaventura, el mayor puerto de Colombia y un tesoro de biodiversidad, cultura y recursos, es también el ejemplo más descarnado de cómo la corrupción destruye todo a su paso. La paradoja es innegable: una región con riquezas incalculables, pero con calles que se tiñen de sangre, comunidades desplazadas y una infraestructura que parece sacada de un país en guerra.

La élite política local, aliada con redes criminales y mafias empresariales, ha convertido al municipio en un botín de guerra, donde cada peso destinado a desarrollo termina engordando cuentas privadas. Mientras tanto, los habitantes sobreviven entre la violencia de bandas como ‘Shottas‘ y ‘Espartanos‘ y la indiferencia de un Estado cómplice por omisión.

El espejismo de la seguridad: consejos de papel, balaceras de plomo

Cada cierto tiempo, cuando la prensa registra otra ola de asesinatos, las autoridades montan un espectáculo con consejos de seguridad, caravanas policiales y declaraciones vacías. La gobernadora del Valle, Dilian Francisca Toro, hizo exactamente eso el 29 de enero: reunió a la Policía, el Ejército y la Armada para repetir lo que ya hemos escuchado antes: “No vamos a tolerar la delincuencia“. Pero mientras las palabras resuenan en salones climatizados, en las calles de Buenaventura la realidad es otra: balas, desplazamientos y comunidades enteras obligadas a demoler sus propias casas para que no sean tomadas por criminales.

El patrón se repite. Las cifras de homicidios pueden haber bajado en 2024 comparadas con 2023, pero ¿a cuál costo? Las muertes no disminuyen porque haya seguridad, sino porque el miedo ha obligado a muchos a huir. Las balaceras nocturnas en barrios como Nueva Colombia han convertido la ciudad en un campo de batalla donde el Estado brilla por su ausencia.

Un paraíso saqueado: riqueza para pocos, miseria para muchos

Buenaventura es el corazón del comercio exterior colombiano. Miles de millones de dólares en mercancía pasan por sus puertos cada año, pero el pueblo sigue en la miseria. No es cuestión de falta de recursos, sino de cómo se reparten. Los contratos para infraestructura terminan en manos de cárteles de contratistas que nunca terminan las obras, los presupuestos para educación y salud se evaporan antes de llegar a las comunidades y los proyectos sociales se convierten en otra caja menor de los políticos de turno.

La gobernación anunció planes de intervención social, arreglos de canchas y “mejoras en la vivienda“. Pero si la solución a una crisis estructural fuera pintar muros y organizar torneos de fútbol, Buenaventura ya sería un modelo de desarrollo. La verdad es que estas “acciones” son migajas disfrazadas de soluciones, estrategias de relaciones públicas para calmar la indignación, mientras los corruptos siguen saqueando el municipio.

Cuando la justicia no llega, la barbarie manda

El asesinato de Brenda Yasuri Ordóñez Quiñónez, una joven embarazada cuyo cuerpo fue encontrado enterrado en un hueco diminuto, es un recordatorio cruel de lo que significa vivir en Buenaventura. En un territorio donde el Estado ha fallado, donde la seguridad es un chiste y donde las bandas criminales imponen su ley, la vida no vale nada. Su hija de tres años quedará huérfana, como tantas otras víctimas de un conflicto que las élites prefieren ignorar.

Mientras los asesinatos aumentan, el gobierno sigue apostando a una “tregua” con bandas como ‘Shottas‘ y ‘Espartanos’, una estrategia que hasta ahora ha sido una farsa. Porque no se negocia con quienes viven del miedo. No se pacta la paz con quienes hacen de la violencia su negocio.

Brenda Yasuri Ordóñez Quiñónez

Conclusión: Buenaventura, una condena impuesta por la corrupción

La violencia en Buenaventura no es un accidente. Es el resultado lógico de un sistema donde la corrupción ha carcomido cada nivel del gobierno, donde los recursos no llegan a la gente, sino a las cuentas bancarias de unos pocos. Este municipio podría ser un epicentro de desarrollo, un motor económico para Colombia, pero es tratado como una finca privada de clanes políticos y criminales.

El pueblo de Buenaventura merece más que promesas huecas y estrategias de seguridad que no cambian nada. Merece justicia, desarrollo real y una administración que no se robe su futuro. Pero para eso, primero hay que romper el ciclo de impunidad que mantiene a la ciudad encadenada a la miseria y la violencia.

Llamado a la acción: Comparte este artículo y exige un verdadero cambio. La verdad no solo se lee, se enfrenta. #BuenaventuraOlvidada #CorrupciónAlDía #JusticiaParaBuenaventura

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