Por: Diana Martínez Berrocal

La ciudad consentida de Colombia, la sede alterna del gobierno nacional, uno de los sitios turísticos más reconocidos del mundo, ha resistido desde su fundación: la opresión de los españoles, la crueldad de la esclavitud, el saqueo de los piratas, el sitio de murillo y dolorosas epopeyas que la hicieron merecedora del honroso título de ´La heroica’.

Doscientos años después, Cartagena continúa resistiendo; y hoy se debate entre el comercio sexual, la prostitución infantil, la ingobernabilidad, y una grave crisis institucional, política y administrativa.

Es que en las últimas décadas, Cartagena ha sido degradada por una clase política corrupta que ha abusado insaciablemente de su patrimonio, de su presupuesto, de sus recursos; que al igual que los mercaderes del sexo, se han valido de la ignorancia, la miseria y el hambre del pueblo, para llegar al poder y desde allí saquear nuestro erario a punta de contratos y burocracia.

Proxenetas de la política, que así como “la madame” le hacen ´pistola´ a la justicia y delinquen cínicamente ante las miradas de todos a través de una red de operarios que se concentran precisamente allí, alrededor de la Plaza de la Aduana.

Pero si ellos lo han hecho mal, peor nosotros; pues hemos sido tan cómplices, tan permisivos, tan tolerantes…que los hemos elegido para que nos usen, nos exploten y nos conviertan en lo que somos: una ciudad desigual y fragmentada que agoniza en medio de su propia pobreza.

Por eso estoy convencida que la recuperación de Cartagena dependerá precisamente de la dignidad de sus habitantes, de su libertad para decidir, de su capacidad de entender que esto depende solo de nosotros; nadie nos va a devolver el orgullo por la ciudad, y Cartagena no se merece tanta vergüenza.

Por lo tanto, la única manera de acabar con dos de las practicas más antiguas de la humanidad (la prostitución y la corrupción), es atacando sus causas y no sus consecuencias. Urge entonces educarnos y requerir que nuestros próximos dirigentes surjan de un verdadero pacto ciudadano, donde la mínima exigencia sea, que el ejercicio del poder político se subordine a unos límites éticos y morales.

Termino trayendo a colación la frase final de la novela más famosa de nuestro nobel de literatura: “las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra”.

¿Será que los cartageneros estamos condenados a cien años más de abusos y desgobierno? o por el contrario, ¿Todavía tenemos una segunda oportunidad de unirnos en torno a un proyecto colectivo que nos permita construir ese sueño de ciudad que todos anhelamos y además, merecemos?

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