El senador del Pacto Histórico, Alex Flórez Hernández, tras una falta vergonzante, impropia de un ser humano civilizado, ha sido merecedor de la sanción social equiparada a la tarjeta amarilla que se usa en el futbol.

Si aceptamos que la tarjeta roja se debe usar para castigar actos criminales, como homicidios, corrupción, pillaje, narcotráfico y delitos que atenten contra el bien común, la tarjeta amarilla es una advertencia para que no se vuelva a cometer el mismo error o parecido.

El senador Flórez Hernández le jugó sucio a sus electores, pues su bandera para elegirse fue la educación. Su lema era: “Vamos a transformar a Colombia con educación”.

Y continúa presentado su imagen mostrando un lápiz, como señal de cambio de violencia (armas) por educación.

Pero se le subió el cargo de senador a la cabeza y cambió el lápiz por una botella de whisky y se desbocó en estupideces contra un agente de policía que quería cumplir con su deber.

Ver video:

Con una segunda tarjeta amarilla, la sociedad colombiana seguramente no lo perdonará y le sacará la tarjeta roja, como le ha sucedido a algunos políticos del pasado. Solo basta con recordar el caso del ministro Carrasquilla.

A pesar de ser abogado, el senador Flórez parece que nisiquiera tocó los libros de Platón, ni los de Aristóteles, y menos aún los de Kant. Pero es joven, 31 años, y por eso le recomendamos ahondar más en la filosofía, pues, como lo hemos venido repitiendo, la filosofía sirve para organizar de manera correcta la vida y poder vivir como un ser humano entre seres humanos.

No es una especulación inservible. Es un conocimiento útil para la vida práctica y cotidiana, eso sí profundo y estable.

Igualmente le recomendamos que ahonde el término aristotélico “spoudaios”: pues es un concepto según la cual un político, que pregona por un cambio en su sociedad, le gustaría vivir, aplicándola en todas las circunstancias y momentos. 

Si el senador Alex Flórez Hernández quiere un cambio para la sociedad, debe comenzar por él mismo y convertirse en ese hombre aristotélico ideal que es el “spoudaios”. Originalmente quería decir “el diligente”, pero hay consenso entre los estudiosos de que el filósofo quiso decir bastante más con ese término.

Interpretando el contexto se han propuesto distintas traducciones, para unos es virtuoso, para otros sabio y maduro, o decente, reflexivo, honesto, siendo frecuentes las versiones que hablan de serio, en el sentido de confiable, cumplidor y sincero. Pero no es necesario abandonar por completo el sentido original de esta palabra, para entender qué es lo que quería definir el filósofo de Estagira al utilizarla. 

El “spoudaios” es un hombre valioso, porque es alguien con quien se cuenta, que está dispuesto. Su palabra y su compromiso valen, es puntual y cumplido, con una notable connotación de riguroso. Ser “spoudaios” es por definición alguien que actúa, pero sin duda es también una actitud, que podemos asimilar al “estar presente al presente” del budismo zen.

El “spoudaios” es valiente y sensato; reposado, sincero y sociable; buen amigo; y ama las alegrías puras, especialmente la filosofía. Es alguien que se ama a sí mismo, pero que ejecuta ese amor en la práctica de la virtud, porque esta es la manera más segura de tener abundante alegría.

Las disculpas no bastan, es necesario demostrarlo en acciones.

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