Colombia, un país con 180 peajes a lo largo de sus carreteras, ocupa el trágico primer lugar en América Latina en cantidad de casetas de cobro y también en corrupción vial. A diferencia de los países donde los peajes garantizan buenas condiciones en las vías, aquí se convierten en una trampa financiera que aumenta los costos de transporte sin ofrecer vías competitivas. A lo largo de este análisis, veremos cómo las concesiones, la falta de planificación y la corrupción han convertido el sistema vial colombiano en un negocio millonario para pocos, mientras el país sigue atrapado en una infraestructura deficiente.

Colombia, el país con más peajes de Latinoamérica

La cifra es impactante: 180 peajes en todo el país, de los cuales solo 29 son gestionados por el Instituto Nacional de Vías (Invías). El resto está en manos de la Agencia Nacional de Infraestructura (ANI) y operado por concesionarios. En comparación, Brasil, con una extensión territorial cinco veces mayor, cuenta con solo 120 peajes. México tiene 87, Ecuador 35 y Chile 50. Y no solo tenemos más peajes, sino que también son los más caros de la región.

Corrupción: el enemigo número uno de las vías colombianas

La corrupción en la contratación es un enemigo silencioso que ha afectado gravemente la calidad y el avance de la infraestructura vial en Colombia. Lo advertía Germán Pardo en 2022, ex presidente de la Sociedad Colombiana de Ingenieros: “Mientras las decisiones sean políticas, será difícil avanzar”. Las concesiones no son manejadas como políticas de Estado sino como negocios de gobiernos de turno, y el caso de Odebrecht y la fallida Ruta del Sol son apenas la punta del iceberg. Este proyecto, pensado para conectar el centro del país con la costa norte, terminó en desastre financiero y en escándalo de corrupción.

Concesiones: un negocio redondo para unos pocos

En Colombia, los contratistas de las concesiones reciben contratos que duran hasta 30 años, donde los peajes generan ingresos millonarios para unos pocos. Estas concesiones, que se convirtieron en un negocio jugoso desde los años 90, apenas ofrecen mejoras significativas en la infraestructura. La primera generación de concesiones, liderada por el gobierno de César Gaviria, prometía vías modernas y de doble calzada, pero hoy, después de 30 años, las vías como Bogotá-Villavicencio y Cartagena-Barranquilla siguen presentando problemas constantes.

Las “Generaciones” de vías: ¿mejora o fracaso?

Primera generación: de 1993 a 1997, incluyó la concesión de vías ya trazadas y, en muchos casos, con pésima gestión. Hoy, estas rutas están en estado crítico.

Segunda generación: 1995-1999, con el gobierno de Ernesto Samper, trajo mejoras en estudios y licencias, pero no en los resultados.

Tercera generación: durante el gobierno de Álvaro Uribe, se concedieron varios proyectos, como Zipaquirá-Palenque y Briceño-Tunja-Sogamoso, pero escándalos de corrupción, como el famoso Plan 2500, ensombrecieron los avances.

Cuarta generación: prometió una inversión de 47 billones de pesos en nuevas vías, con obras como la Autopista Conexión Pacífico y el Corredor Girardot-Puerto Salgar, pero los resultados siguen en entredicho.

¿Por qué los peajes no están a cargo del Estado?

Si el dinero de los peajes se utiliza para financiar obras, ¿por qué el propio Gobierno no maneja directamente los proyectos de infraestructura vial y cobra peajes “razonables”? En lugar de ello, el Estado otorga a empresas privadas concesiones de años, permitiendo que inflen costos y mantengan las vías en estado crítico. Es una bofetada a la ciudadanía y una muestra más de que la falta de control en estos proyectos beneficia a unos pocos.

El precio de la ineficiencia

Un estudio del Fondo Monetario Internacional revela que Colombia ocupa el puesto 33 entre los países con las carreteras más lentas del mundo. Con una velocidad promedio de 72 km/h, nuestras carreteras no solo obstaculizan el transporte sino que también encarecen el precio de bienes básicos, afectando a productores y consumidores.

Peajes caros y vías ineficientes: un golpe a la competitividad

Ejemplos como el de la ruta Medellín-Bogotá son alarmantes. Aunque la distancia entre ambas ciudades es de solo 443 kilómetros, el trayecto toma casi 9 horas debido a los múltiples peajes y el mal estado de las vías. Y si la excusa es la “topografía difícil”, veamos la ruta entre Cartagena y Santa Marta: un trayecto de 235 kilómetros, totalmente plano, que está lleno de peajes y aún así, no se recorre en menos de 4 horas.

Mientras tanto, los colombianos seguimos pagando

El gremio transportador denuncia que las demoras y el mal estado de las vías aumentan los costos de operación. Mayor consumo de combustible, mayor riesgo de accidentes y más tiempo perdido en cada recorrido. Las promesas de desarrollo y competitividad se desvanecen ante el evidente abandono de las vías.


Conclusión: peajes costosos, vías mediocres

En un país donde las carreteras están en ruinas y los peajes aumentan cada año, hablar de competitividad es una burla. La infraestructura vial en Colombia se ha convertido en un negocio millonario para los concesionarios y un suplicio para el ciudadano común. ¿Cuánto tiempo más soportará el país esta “inversión” que solo beneficia a unos pocos?

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