El reciente exabrupto del presidente Gustavo Petro, llamando «HP» al presidente del Congreso, Efraín Cepeda, no debería sorprendernos tanto. No por la vulgaridad presidencial —que también—, sino porque refleja algo mucho más profundo: cuando un colombiano promedio escucha la palabra «político», ese calificativo es precisamente el primero que le viene a la mente.
Y no, no estamos exagerando.
Si saliéramos ahora mismo a las calles, desde el Parque de los Periodistas en Bogotá hasta cualquier plaza de pueblo en el Pacífico o la Guajira, y pidiéramos a los transeúntes definir en una palabra qué es un político colombiano, obtendríamos una cascada de adjetivos que ninguna madre quisiera escuchar sobre su hijo: ladrón, mentiroso, corrupto, vividor, oportunista y, sí, ese mismo calificativo que el presidente usó contra Cepeda.

La Radiografía Profunda de una Clase Política Parasitaria
Mientras Petro y Cepeda se lanzan insultos como si estuvieran en un ring callejero —uno acusando obstrucción, el otro recordando la «dignidad que representa»—, el colombiano de a pie no puede evitar ver este espectáculo con una mezcla de hastío y familiaridad. La verdad es que la política colombiana se ha convertido en un Sistema Silencioso donde el poder no se ejerce para servir, sino para extraer.
Como bien señala el documento «La Cara Oculta del Poder», la política «en su raíz más cruda no trata de servir al pueblo ni de construir un bien común, trata de poder. No el poder simbólico del liderazgo sino el poder real que mueve recursos
». En Colombia, esta realidad se manifiesta con particular crudeza.
Los políticos colombianos han perfeccionado el arte de transformarse en auténticos parásitos institucionales, organismos que no solo viven del Estado sino que lo debilitan sistemáticamente mientras extraen sus recursos. Un parásito biológico no mata inmediatamente a su huésped —necesita mantenerlo con vida para seguir alimentándose—. De la misma manera, nuestra clase política no destruye completamente al Estado, pero lo mantiene lo suficientemente debilitado para que no pueda defenderse.
El Mecanismo Invisible que Sostiene el Parasitismo Político
¿Por qué permitimos que esto continúe? El caso Petro-Cepeda ilustra perfectamente el mecanismo: mientras discutimos sobre insultos y «dignidades», se desvía la atención de los $700 mil millones de pesos que costaría una consulta popular o de por qué los partidos de derecha hundieron la reforma laboral que realmente afecta la vida de millones de colombianos.
La estrategia es siempre la misma: crear teatro, generar disputas mediáticas y mantener al pueblo entretenido con peleas de gallos políticos mientras el verdadero saqueo ocurre entre bambalinas.
«La verdadera política no ocurre en los debates ni en las urnas. Ocurre en pasillos sin cámaras, en reuniones sin acuerdos que nunca se publican
», nos recuerda el análisis sobre la cara oculta del poder. Y en Colombia, esos pasillos están particularmente oscuros.
La Conexión Perdida entre representantes y representados
Lo más alarmante es que este parasitismo ha roto cualquier conexión genuina entre los políticos y quienes supuestamente representan. El tejido social colombiano está tan dañado que hemos normalizado ver a nuestros líderes como enemigos naturales del bienestar común.
Cuando el presidente de la República y el presidente del Congreso se tratan públicamente como enemigos en una riña callejera, no estamos presenciando solo una crisis de protocolo institucional. Estamos viendo la manifestación de un sistema donde el diálogo ha sido reemplazado por la confrontación permanente, donde el bien común ha sido sacrificado en el altar de los intereses personales.
En este contexto, la dignidad que Cepeda menciona en su respuesta a Petro suena hueca. ¿Qué dignidad puede existir en un sistema donde el 99.9% de los ciudadanos ve a sus representantes como depredadores?
El Ciclo Secreto de la política colombiana
Este fenómeno no es accidental. La clase política colombiana ha diseñado cuidadosamente un ciclo que se perpetúa:
- Prometen soluciones a problemas que ellos mismos crean o mantienen
- Desvían recursos destinados a resolver esos problemas
- Culpan a sus opositores cuando nada mejora
- Piden más poder para «ahora sí» resolver la crisis
- Repiten el ciclo indefinidamente
Mientras tanto, las comunidades más vulnerables siguen esperando las soluciones que nunca llegan, los recursos públicos se esfuman en contrataciones dudosas, y la brecha entre ricos y pobres se expande como una herida que nunca cicatriza.
La Verdad Oculta: Todos participamos en el sistema
La parte más incómoda de esta realidad es que, de alguna manera, todos participamos en mantener este sistema. Cada vez que nos distraemos con la pelea superficial (como el insulto presidencial) y perdemos de vista el problema estructural (como los $700 mil millones que cuesta la consulta, innecesaria si los partidos de derecha no se hubieran dedicado a torpedear las propuestas de reforma del gobierno), estamos permitiendo que el ciclo continúe.
Los políticos colombianos, sean del partido que sean, han perfeccionado el arte de presentarse como la solución cuando en realidad son parte del problema. Como señala el análisis: «Los discursos son máscaras, las banderas disfraces, las promesas tranquilizantes
».
¿Hay salida a esta dinámica parasitaria?
La pregunta del millón: ¿existe alguna forma de romper este ciclo? La respuesta es tan compleja como el problema mismo, pero comienza por algo simple: dejar de distraernos con el espectáculo y comenzar a exigir resultados concretos.
Cuando el presidente Petro llama «HP» a Cepeda, debemos preguntarnos no solo por la falta de decoro, sino por qué se prefiere una consulta popular de $700 mil millones en lugar de haber debatido a fondo una reforma laboral que beneficiaría a millones.
Cuando Cepeda responde hablando de «dignidad», debemos cuestionar si esa dignidad se refleja en resultados tangibles para los colombianos o solo en retórica vacía.
Conclusión: Más allá de los insultos, la realidad de un sistema enfermo
El problema no es que Petro haya llamado «HP» a Cepeda. El problema es que, para la mayoría de los colombianos, ese calificativo describe precisamente lo que piensan de toda la clase política.
Y mientras seguimos entretenidos con estos espectáculos de insultos y dignidades ofendidas, los verdaderos acuerdos siguen sucediendo en la oscuridad, los recursos siguen desviándose, y el ciclo parasitario continúa alimentándose de un país cada vez más exhausto.
Porque como bien dice el análisis de la cara oculta del poder: «Lo único que realmente importa en la política es quién tiene la capacidad de mover el mundo sin que el mundo lo sepa
». Y en Colombia, ese mundo se mueve constantemente hacia los bolsillos de unos pocos, mientras el resto observamos, indignados pero inmóviles, el espectáculo de siempre.