Como es su costumbre tras la culminación de las fiestas, la directora de la empresa del carnaval aplicó en los medios de comunicación su comunicado de victoria: “Es el mejor carnaval de los últimos años”, que, traducido al lenguaje burocrático, es el más soberbio de sus 11 años de gestión siempre con la impronta de avasallamiento de lo comercial sobre lo cultural, la desorganización en la programación de los eventos con baches, marginamientos y rupturas de la tradición dejando en balance un carnaval en estado moribundo.
No es exageración ni nada por el estilo, pues la profunda mutación desarrollada en la administración de Carla Celia consistió en desmantelar el sentido transgresor de los actores del carnaval promoviendo en el espacio temporal de las fiestas, una serie de eventos pagos en donde tangencialmente circulan, cada vez con mayor recelo y discriminación, los llamados hacedores.
No es casual que los eventos culturalmente de mayor relevancia y sin costos estén fuera de la órbita de acción de esta empresa. Allí están como ejemplos La Noche del Río, casi liquidada este año y salvada por la presión de las redes sociales; Carnavalada, Noche de Tambo, Batalla de Flores del recuerdo y otros eventos similares que presenta un singular contraste con los costos de la velada de coronación, los palcos en la Vía 40 para presenciar la Batalla de Flores y La Gran Parada; aparte, claro, de las fenomenales fiestas privadas con invitación especial para amigos de la casa y la causa.
A Carnaval SA, Fundación Carnaval, Carnaval SAS y todas las figuras jurídicas que se han inventado para desafiar la tributación y la vigilancia de la contraloría y procuraduría en el uso de dineros públicos concedidos en el usufructo del espacio público subarrendando los espacios de los palcos y cobrando por la publicidad visual colgadas en postes del alumbrado, vendiendo puestos en los desfiles a empresas para mover sus productos en desmedro de los verdaderos artífices del carnaval relegados a posiciones incómodas en donde muchos apenas si logran salir en los desfiles cuando gran parte de los espectadores abandonan ebrios, cansados, las improvisadas graderías de la Vía 40.
Todo lo que han podido apagar o suprimir con diversos métodos lo han hecho. Las populares verbenas barriales que convocaba a bailadores, reinas de la cuadra y el surtido musical con los poderosos picós la acabó la legislación mal entendida de la Secretaría de Gobierno ante la mirada cómplice y complaciente de Carnaval S.A. Eran competencia directa de muchos de los espectáculos que montan por sí mismos o por interpuestas personas en torno al jolgorio alrededor de la música.
Atrás quedaron las noches de Puya Loca, Almirantes, Polvorín en San José, Macheteros, La Fogata y Bocatos presentando a agrupaciones como Joe Arroyo, grupo Niche, Los Inéditos, Guayacán, Diomedes Díaz y otros. El mensaje es claro y sin disyuntivas: acabar con las verbenas –este año 2020 no hubo ninguna-, para privilegiar el concepto de caseta o concierto multitudinario que se puede montar con o sin carnaval.
Este año se quejó, entre otros artífices culturales del carnaval, en tono amargo y casi resignado, Alfonso Fontalvo, director de la danza El Torito Ribeño. Dijo que los estaban limitando. Que los coaccionaban al interior de sus contenidos y que incluso habían vetado la presencia de mujeres.
De alta gravedad que una de las manifestaciones culturales protegidas por la Unesco en su declaratoria de Patrimonio Oral de la Humanidad haga esta denuncia que por supuesto, si la Unesco funcionará, si hiciese de verdad seguimientos y no fuese un nido de burócratas culturales que andan todo el tiempo viajando en convites animados siempre pagos, hace rato se hubiese colocado esta declaratoria en estado precario y la hubiesen quitado con toda la vergüenza internacional que ello presupone.
Tal evento no ha sucedido, reiteramos, por la permeabilidad y permisividad de los funcionarios de la Unesco que tienen la vista y oídos aceitados convenientemente bajo la máxima de Héctor Lavoe: “Ni pá llá voy a mirá”. Por ello funcionarias del talente de Carla Celia hacen lo que les da la gana, pues desafían fallos judiciales, los burlan, evitan auditoria sobre el estado de los negocios de la empresa e incluso promueven la idea de unas finanzas precarias con estados en rojo ante la mirada cómplice de las autoridades culturales administrativas del Distrito de Barraquilla que evitan cuestionamientos a fondo pues algunos se sienten con la posibilidad real, temprano o tarde, de asumir las riendas de la empresa. Se encuentran en estado de permanente turno burocrático.
En un reciente reportaje de Corrupción al Día se planteaban la pregunta cuál fue la causa que la escenificación de la escapada de Aída Merlano, vista en Santo Tomás una semana antes de la Batalla de Flores y “desaparecida” en cualquier tipo de alusión en disfraces, comedias o performances en Barranquilla; consecuencia lógica del modelo implementado de “espectáculo” no cuestionador que tiene, según un escritor e influencer barranquillero, su punto de quiebre en 1998 cuando la directora de Carnaval era la promesa Amira Rey –en todas partes la metían- vio al grupo de teatro Ay Macondo con una puesta en escena de sátiros y Darío Moreu, uno de sus integrantes, montado en dos zancos, mostraban un gigantesco falo que se bamboleaba libidinoso ante el horror de Amira que se arrodilló suplicando que se retirará en nombre de la moral y las buenas costumbres pues el presidente Pastrana –si Andrés!- se encontraba dentro del público y podía horrorizarse. Ay!
Para evitar estas salidas de tono con la moral falsa ciudadana, se inventaron formatos de requisitos, alterando el orden de los desfiles que es la médula central de su carnaval, promoviendo a los aconductados y relegando a los “peligrosos”. Una manipulación de castigo que además tiene otros agravantes pues a cualquiera que se le ocurra el montaje de un disfraz, comparsa, danza se le colocan trabas de salida con el argumento que hay demasiados actores y es imposible su participación. Ni se le ocurra meterse a la fuerza pues enseguida le responden con intimidaciones del uso de la fuerza policial.
El anti carnaval
Es, pues, un verdadero anti carnaval el inventado por esta empresa privada. Una segmentación de espectadores y espectáculo que implica cerrar la chispa liberadora de una fiesta colectiva basada en transgresiones morales, befas, burlas, sátiras sobre el poder y cuestionamiento en general del establecimiento. A eso es lo que temen y por ello usan esta empresa dentro de un esquema comercial para un eficaz control de la crítica política y de cualquier válvula que presente un desafío cultural al poder. Ese es el miedo.
¿Acaso estamos desvariando contra los conceptos de carnaval de Carla Celia, la empresa que dirige y el entramado político que la sostiene? ¿Son invenciones nuestras sobre la adulteración hasta casi desaparecer el verdadero carnaval? ¿Hay estado de arte y literatura teórica sobre el carnaval que nos pueda ofrecer su soporte en lo que planteamos? Esas respuestas vamos a darlas a grandes rasgos por la complejidad y hondura del tema con el ánimo de ofrecer una información estructurada a la ciudadanía y esta evalúe como le han birlado tal mago de feria sustrayéndole su carnaval para presentarle en reemplazo un paliativo tonto y torpe.
Uno de los mayores teóricos del tema es el filósofo y crítico literario ruso Mijail Bajtín que sostenía en sus escritos sobre el carnaval que este abunda en bufones, bobos, inversión de las autoridades –el alcalde no es alcalde ni la policía, por ejemplo, ejerce estas funciones-, carcajadas, con un ritual que proviene desde la edad media en donde prima la ritualidad cómica, negando en un trance de tiempo las percepciones de lo correcto, lo transcendente, las estructuras del poder –político, religioso, etc.- colocadas en entredicho, en donde los espectadores ejercen roles simultáneos como participantes y el espectáculo somos todos, no un solo sector adiestrado en esta función aboliendo las distancias entre los individuos a través de una risa colectiva que no distingue entre burlado y burlador.
Para Batjín lo grotesco permite una liberación de las ideas convencionales. Esa es la carga conceptual que cuidan en la empresa del Carnaval de Barranquilla asumiendo un papel vigilante tal como lo presenta el filósofo francés Michel Foucault en su libro Vigilar y Castigar. Si decides controvertir las directrices, pagarás las consecuencias con alguna penalidad que es casualmente –o ni tan casual- la queja que formulan los “hacedores” –así les dicen de forma oficial- del carnaval.
Señala Batjín que a través del mecanismo de lo grotesco se descubre el carácter relativo y limitado del hombre: “se esfuerza por expresar en sus imágenes la evolución, el crecimiento, la constante imperfección de la existencia: sus imágenes contienen los dos polos de la evolución, el sentido del vaivén existencial de la muerte y el nacimiento”.
En todo el centro del discurso se encuentra la llamada cultura popular que para la cultura oficial burocrática es un latente peligro de insubordinación y de allí sus arrebatos para controlarla a en modo, espacio y tiempo bajo la egida de cualquier metodología o ideología, pues la potenciación de la creatividad popular produce rebeliones y estas desnudan y tumban el orden implementado del buen burgués.
En el fondo, esta es la verdadera necesidad de control del carnaval y la intención no siempre consiente de desvirtuarlo en su basamento original. Se trata de “orientar” de forma controlada a la cultura popular relegándola a una especie de tarjeta postal para mostrar a turistas con la eliminación definitiva de la befa, lo grotesco, burla, sátira y cuestionamientos a todos los órdenes divinos y humanos.
Ese carnaval de mentiras, descontextualizado de sus bases primigenias, asumido como un proyecto comercial es la sumatoria que deja Carla Celia en su desastroso paso por Carnaval SAS. Ella y el que venga a reemplazarla, pues son exactamente iguales en su rol, forma y contenido y su función consecuencial será la misma. No soltaran ese control pues la cultura libera y para la burocracia oficial cultural lo importante es mostrar en sus evidentes limitaciones conceptuales, una escenografía perfectamente manipulada en donde la crítica es desechada por la lisonja y la profundidad de planteamientos reemplazada por la banalidad farandulera.
El último Carnaval
Este último carnaval de Carla Celia, el “mejor de los últimos años”, en sus palabras, muestra dentro de marcos más amplios, la rotunda crisis de la cultura en Barranquilla en toda su macabra dimensión. Nada raro que así como María Teresa Fernández pasó de la Secretaría de Cultura departamental a la Distrital y que la Departamental la ocupe una ex reina de Carnaval sin ningún palmarés de importancia, y que un día Deyana Acosta Madiedo sea Secretaría de Cultura, mañana directora de la Cinemateca, luego dirija el Centro Cultural Cayena de Uninorte, sea ahora veedora cultural –así se presentó en un reciente informe periodístico- y que Juan Jaramillo pase de Secretaría Distrital de Cultura a gerente de una infraestructura cultural inexistente en un puesto fantasma en la nomenclatura del Distrito y que de pronto le toque el turno en Carnaval SA.
De la web de Carnaval de Barranquilla S.A. sacamos parte de la biografía burocrática oficial de Carla Celia. Analicen el contexto barranquillero cultural con obras paralizadas, museos quebrados por parte de una élite de dirigentes culturales y saquen conclusiones: “De su amplia trayectoria en el área cultural y patrimonial hacen parte su participación en la Junta Directiva del Museo de Arte Moderno, el Comité Mixto del Atlántico, Telecaribe y el Comité de Artes Plásticas de la Cámara de Comercio, al igual que la dirección del Consejo de Patrimonio Distrital. Durante los años 2006 y 2007 se desempeñó como Secretaria de Cultura y Patrimonio del Atlántico y también ocupó la Dirección de Patrimonio de Edubar”.
Entienden ahora el afán de control cultural y político del carnaval situándolo en una ciudad dominada por una singular hegemonía que no permite disensos, críticas y que por instinto, pues carecen de las bases ideológicas para entender su cabal función, cumplen el rol de manipular; incluso con el extremismo de una crisis de largo aliento, cualquier intento de liberación al respecto. Es que la verdadera cultura –no la que se han inventado- los descartaría por innecesarios e ineptos y tal situación en su extremo más rotundo se presta a retornar a las raíces históricas del carnaval con su carga liberadora de transgresiones.