Nunca se había asesinado tanto en el mundo. Un informe de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD), presentado hace menos de una semana en Viena, señala que en 2017 murieron asesinadas más de 400.000 personas, que quintuplica el número de víctimas que produjeron ese año todos los conflictos armados del planeta.
En medio del derrame de sangre, América Latina es un punto especial del informe. Esta zona del mundo reporta la tasa de homicidios más alta, y es el único lugar que ha visto crecer esta cifra en los últimos años. Esto es especialmente extraño pues, aunque las muertes violentas en el mundo crecieron, la tasa de homicidios global bajó por el también aumento progresivo de la población. Si bien esto pasó en Latinoamérica, no fue suficiente para que el índice de asesinatos bajara.
En el continente hay puntos en rojo y pocos ejemplos para emular. Chile es la única nación cuya tasa, 3,1 muertes por cada 100.000 habitantes, es menor que la media mundial.Algunos países triplican su tasa, como sucede con El Salvador, Venezuela, Jamaica, Honduras, Brasil y Colombia.
A la hora de dar razones para explicar la situación latinoamericana, el informe señala al crimen organizado y al narcotráfico como los grandes responsables.
“Hay otros tipos de homicidios, como la violencia en la pareja o en la familia. Pero el elemento del crimen organizado es mucho más alto que en ninguna otra región del mundo”, explicó a la agencia Efe Angela Me, jefa del departamento de investigación de la ONUDD y una de las coordinadoras del informe.
Así también lo analiza Jorge Iván Avendaño Mesa, profesor de Investigación Criminal de la Universidad de Medellín. Para el académico, “el homicidio es una manera de controlar el territorio. El crimen organizado es un oficio que deja rentabilidad, y en términos económicos matar es desaparecer la competencia y quedarse con el negocio”.
Otro elemento que captura la atención del estudio se refiere a la relación, en la mayor parte del mundo, entre el crecimiento y el desarrollo socioeconómico, y la reducción de los índices de la violencia. El informe concluye que en América Latina no se cumple esta idea. Nuevamente el crimen organizado parecer ser el único elemento diferenciador con el resto del mundo, y en este caso sus repercusiones parecen ir más de la mano de lo cultural.
“En América Latina hay países como Brasil, Colombia, El Salvador, México y otras zonas, donde la violencia ha llegado acompañada de un impacto cultural muy fuerte. En nuestro país, por ejemplo, ser un integrante de algún ‘combo’ no solo da dinero sino estatus social. Eso dificulta el accionar del Estado”, dice Avendaño.
Precisamente el informe señala una aparente ineficacia en los sistemas de justicia de los países latinoamericanos. Mientras en Europa por cada 100 víctimas de homicidio, 66 personas fueron identificadas y condenadas por ese delito, en América Latina apenas se llega a 35 condenas. Los índices de Asia y Oceanía también son mucho mayores.
Para Carlos Velázquez, coronel retirado y profesor universitario, esto tiene que ver con las herramientas técnicas con las que cuenta la justicia de América Latina para resolver los homicidios.
Excepto algunos casos, la mayoría de sistemas de esta zona del continente “tiene en los testimonios la prueba más importante en la investigación. Hace falta un mayor avance en laboratorios, que permita realizar pruebas de mayor envergadura para esclarecer más rápidamente los casos de homicidio”, dice Velásquez.
Las recomendaciones de la ONU y los expertos pasan por fortalecer el Estado y sus instituciones para que estas puedan combatir con mayores inteligencia y eficiencia las redes criminales, además de resistir sus ataques. Y si bien, aunque el estudio muestra casos preocupantes, como el aumento dramático de índices de Brasil, México y Venezuela, también resalta reducciones, como ocurre con Colombia, y ejemplos, como la situación chilena.
TOMADO DE EL COLOMBIANO