En el reino de la burocracia colombiana, donde la corrupción no solo se tolera sino que se aplaude, el exdefensor del pueblo Carlos Camargo se ha ganado un lugar destacado. Con su megalomanía desbordante y recursos públicos en mano, este funcionario decidió llenar las sedes de la Defensoría del Pueblo con placas que exaltan su “gestión”. Pero, ¿qué hay realmente que agradecer?

Un legado de mármol y cinismo

Durante su mandato como defensor del pueblo, Camargo ordenó la instalación de placas conmemorativas en múltiples sedes de la Defensoría. Estas no eran simples placas informativas, sino monumentos a su propio ego, financiados con recursos del pueblo. Lo irónico es que mientras se glorificaba con mármol, su gestión brillaba por su mediocridad y opacidad.

Odebrecht y el tape-tape electoral

Antes de ser defensor del pueblo, Camargo fue consejero electoral y firmó la ponencia que archivó un caso de corrupción relacionado con Odebrecht. ¿Coincidencia? Difícil de creer. Esta decisión marcó el inicio de su trayectoria como un defensor no del pueblo, sino de los intereses del gobierno de Iván Duque y sus aliados.

El defensor que huyó durante el estallido social

En medio del estallido social de 2021, cuando cientos de jóvenes eran reprimidos violentamente, Carlos Camargo decidió tomarse un descanso en Anapoima. Su ausencia en uno de los momentos más críticos para los derechos humanos en Colombia es prueba de su desinterés por cumplir con las funciones de su cargo.

La demanda y el clamor por justicia

Hoy, una demanda de cumplimiento exige que las placas sean retiradas y que la Contraloría investigue los costos de su instalación. ¿Cuánto se gastó en este ejercicio de vanidad? ¿Quién permitió que recursos públicos fueran desviados para inflar el ego de Camargo? Estas preguntas esperan respuestas contundentes.

Megalomanía en el Estado: un mal sistemático

El caso de Carlos Camargo no es aislado. La falta de programas anticorrupción en las entidades del Estado colombiano permite que funcionarios de alto nivel utilicen el erario como si fuera su patrimonio personal. Mientras tanto, los ciudadanos siguen esperando soluciones reales a problemas urgentes.

Conclusión: Un defensor del ego, no del pueblo

La gestión de Carlos Camargo quedó marcada por su lealtad a un gobierno corrupto y por decisiones que priorizaron su imagen sobre el bienestar colectivo. Las placas conmemorativas son solo un símbolo de una administración que nunca estuvo al servicio del pueblo. Es momento de exigir no solo la rendición de cuentas, sino también cambios estructurales que impidan que casos como este se repitan.


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