Hay algo profundamente obsceno en la forma como ciertos individuos han convertido la salud pública en su caja registradora personal. El caso del hospital ESE Álvaro Ramírez González de San Martín, Cesar, no es simplemente otro escándalo de corrupción más: es la radiografía perfecta de un Sistema Silencioso que opera con la precisión de una máquina industrial diseñada para exprimir hasta el último peso de los recursos destinados a salvar vidas.
Treinta mil millones de pesos. Esa es la cifra que se esfumó en enero de 2024 cuando Dayra Liceth Mejía García, entonces gerente del hospital, decidió que el «Consorcio San Martín» era la opción más «conveniente» para remodelar la infraestructura. Conveniente para quién, esa es la pregunta que nadie se atreve a hacer en voz alta.
El carrusel de siempre: los mismos actores, el mismo guión
Lo fascinante de este sistema es su simplicidad brutal. No se molestan en disimular, no pierden tiempo en creatividad. ¿Para qué, si el método funciona? El «Consorcio San Martín» está integrado por TGA Asociados (65%), Carlos Olarte Martínez (5%) y Dicep SAS (30%). Tres nombres, tres empresas, pero al final del día, el mismo círculo de poder que se reparte el botín como si fuera una herencia familiar.
TGA Asociados pertenece a los hermanos Mauricio y Germán Tarazona Torres, junto con Carlos Gutiérrez. Nombres que ya deberían sonar familiares para cualquiera que haya seguido la pista del dinero público mal gastado. Carlos Olarte, por su parte, es todo un personaje: un contratista con un historial de incumplimientos en Valle del Cauca y el Eje Cafetero que, mágicamente, desde 2022 ha experimentado un «auge» en contratos públicos. Porque claro, en Colombia los antecedentes de incumplimiento son prácticamente un certificado de buena conducta.
Y luego está Dicep, con Héctor González Gómez al frente, otra de esas figuras que aparecen y reaparecen en los contratos públicos como si fueran actores de telenovela, interpretando siempre el mismo papel: el del empresario «exitoso» que casualmente siempre está en el lugar correcto, en el momento correcto, con la propuesta correcta.
La interventoría: el zorro cuidando el gallinero
Pero aquí viene la parte verdaderamente genial del esquema: la interventoría está a cargo de un consorcio liderado por Sitelsa, una empresa que tiene vínculos tan estrechos con los contratistas que prácticamente son familia. Según investigaciones de La Silla Vacía, González Gómez aparece en expedientes de la Cámara de Comercio de Sitelsa, y Juan Carlos Mantilla, revisor fiscal de Dicep, fue miembro de la junta directiva de Sitelsa.
Es como si el ladrón pusiera a su hermano a vigilar la caja fuerte y luego se sorprendiera de que el dinero desaparezca. Pero no, aquí nadie se sorprende. Esto es un sistema, no un accidente.
El cronograma imposible: eliminando la competencia de raíz
El proceso de contratación fue una obra maestra de ingeniería corrupta. La convocatoria dio entre uno y tres días hábiles para presentar ofertas. Tres días para elaborar una propuesta detallada para una obra de $30 mil millones. Es como pedirle a alguien que escriba «El Quijote» en una servilleta durante el almuerzo.
Pero claro, cuando ya tienes decidido quién va a ganar, ¿para qué perder tiempo con formalidades como la competencia real? La «exigencia
» de acreditar experiencia con cinco contratos previos ejecutados y liquidados era otra barrera perfectamente calculada para eliminar a los competidores incómodos.
El consorcio ganador presentó hojas de vida de profesionales comprometidos en varias obras simultáneamente, con horarios de hasta 32 horas diarias. Porque aparentemente, en el mundo de la contratación pública, el día tiene más horas que en el resto del planeta.
El anticipo: 17.6 mil millones para empezar
Y como si todo lo anterior fuera poco, la gerencia del hospital autorizó un anticipo del 40% del contrato: $17.6 mil millones de pesos, sin que se hubiera movido ni una sola piedra de la obra. Es como pagar por una casa antes de que alguien siquiera haya comprado el terreno.
Julián Andrés Niño Ortega, quien apoyó la supervisión técnica del contrato, trabajó para Sitelsa entre 2021 y 2023, pero «olvidó
» declarar conflicto de interés. Porque claro, ¿qué importa un pequeño detalle como ese cuando hay miles de millones en juego?
El patrón que se repite: la impunidad como regla
El ministro de Salud, Guillermo Jaramillo, dice haber ordenado una investigación sobre este contrato. Otra investigación más que se sumará a la larga lista de investigaciones que nunca llegan a ninguna parte. Porque el problema no son los casos individuales, sino el sistema que los permite.
Los mismos contratistas, con los mismos métodos, repitiendo los mismos esquemas, porque saben que nada va a pasar. Pueden ser corruptos, tramposos, incumplidos, pero mientras el sistema los proteja, seguirán apareciendo en las licitaciones como si fueran empresarios respetables.
La verdad que duele: el costo humano de la corrupción
Mientras estos señores se reparten miles de millones, los pacientes del hospital de San Martín siguen esperando. Esperando camas, esperando medicamentos, esperando atención médica que nunca llega porque el dinero destinado a salvarles la vida terminó en los bolsillos de unos pocos.
Este es el verdadero rostro del Sistema Silencioso: no son solo números en una cuenta bancaria, son vidas que se pierden, familias que se destruyen, comunidades que se abandonan. Pero eso no importa cuando hay un negocio que proteger.
La corrupción en Colombia no es un accidente, es una industria. Y mientras sigamos tratándola como casos aislados en lugar de reconocer que es un sistema diseñado para funcionar exactamente así, seguiremos viendo los mismos nombres, las mismas caras, los mismos métodos, robándose lo que es de todos.
El hospital de San Martín es apenas un ejemplo más de una máquina que lleva décadas funcionando a la perfección. Una máquina diseñada para convertir la esperanza en desesperación, la salud en enfermedad, y el dinero público en fortuna privada.
Y lo peor de todo es que mañana, en otro hospital, en otra ciudad, con otro contrato, la misma historia se repetirá. Porque el sistema no está roto: está funcionando exactamente como fue diseñado.