El Teatro de la Indignación Selectiva
Mientras Gloria Gaitán escribía con valentía una carta que desnudaba las contradicciones de la élite política colombiana, el país asistía a un espectáculo que ya conocemos demasiado bien: la instrumentalización del dolor para obtener réditos políticos. El magnicidio de Miguel Uribe Turbay —un crimen que debe ser esclarecido y castigado con todo el peso de la justicia— se convierte en el pretexto perfecto para que las mismas fuerzas que han mantenido al país sumido en la corrupción estructural vuelvan a agitar las banderas del miedo y la polarización.
La hija de Jorge Eliécer Gaitán, con la autoridad moral que le otorga ser heredera de una víctima emblemática de la violencia política colombiana, señaló lo que muchos no se atreven a decir: «Me entristece que, en un momento que debía unirnos en el dolor y en la reflexión, se haya trazado una línea que deja fuera a una parte de la ciudadanía». Sus palabras develan el Sistema Silencioso que opera cuando las élites tradicionales deciden quién puede llorar un muerto y quién no, quién tiene derecho al duelo nacional y quién debe ser excluido de él.

El «Sistema Silencioso» en acción: Exclusión disfrazada de principios
Lo que presenció Colombia en las honras fúnebres de Miguel Uribe no fue un acto de dignidad familiar, sino la puesta en escena del Sistema Silencioso que Gloria Gaitán denunció sin tapujos. La decisión de rechazar la presencia del presidente Gustavo Petro en las ceremonias fúnebres no fue un gesto espontáneo de dolor; fue un acto político calculado que envía un mensaje claro: algunos ciudadanos y sus representantes son más legítimos que otros.
Como señala Gaitán en su carta: «Ese gesto, más allá de las razones que lo motivaron, envía un mensaje que hiere a quienes apoyamos el llamado 'Gobierno del Cambio' porque creemos en la necesidad de superar el País Político oligárquico que, durante dos siglos, ha gobernado bajo la sombra de la violencia y la exclusión«.
Esta exclusión no es casual. Es parte de un Sistema Silencioso que opera precisamente cuando las élites tradicionales sienten amenazados sus privilegios históricos. La muerte de Miguel Uribe, por terrible que sea, se convierte en el combustible perfecto para alimentar la narrativa de que solo ellos —los herederos del poder tradicional— son víctimas legítimas de la violencia, mientras que quienes representan el cambio son señalados como culpables.
La corrupción del discurso: Cuando el dolor se vuelve propaganda
Laura Bonilla, Subdirectora de la Fundación Pares y analista política, lo dice sin rodeos: «La marcha de hoy no gritaba justicia. Gritaba ‘Petro asesino'». Y ahí está la clave de cómo funciona la corrupción del discurso político en Colombia. El dolor legítimo por un magnicidio se transforma en combustible para una maquinaria de polarización que beneficia a quienes han vivido décadas sin rendir cuentas.

Laura Bonilla
Analista de Colombia+20 El Espectador
Subdirectora de la Fundación Pares y analista política. Politóloga y magister en Estudios políticos con diploma de altos estudios europeos en América Latina Contemporánea. Experta en análisis de conflictos armados, violencias organizadas y patrones de violencia contra civiles
El Sistema Silencioso opera precisamente así: toma emociones genuinas —como el dolor por una muerte— y las canaliza hacia objetivos políticos que nada tienen que ver con la justicia. Mientras gritan «asesino» en las calles, los verdaderos responsables de la corrupción estructural que mantiene al país en la violencia permanecen intocables, protegidos por el ruido de la indignación dirigida.
Como dicen los expertos en corrupción: «El corrupto sigue ganando y no es porque sea más inteligente ni porque el sistema lo proteja, es porque la sociedad se acostumbró a perder». Y efectivamente, mientras la ciudadanía se deja llevar por la polarización artificial, los verdaderos corruptos siguen operando en las sombras, redistribuyendo contratos, manipulando licitaciones y perpetuando el Sistema Silencioso que los protege.
Los datos incómodos que nadie quiere ver
Pero los hechos son tercos, y los datos no mienten. Bonilla presenta evidencias demoledoras que destrozan la narrativa de que la «seguridad democrática» del pasado fue exitosa. Durante el gobierno de Juan Manuel Santos, los homicidios se redujeron de 14.871 casos en 2010 a 11.957 en 2017. En contraste, durante el gobierno de Iván Duque —representante de esa misma élite que hoy se presenta como víctima— los homicidios volvieron a dispararse: 13.686 en 2021 y 13.540 en 2022.
Estos datos revelan el Sistema Silencioso en su máxima expresión: mientras se agitan las banderas de la seguridad para obtener votos, la realidad muestra que fueron precisamente esos gobiernos «de orden» los que presidieron el repunte de la violencia. Pero estos datos incómodos se diluyen en el ruido de la propaganda, en el teatro de la indignación selectiva que beneficia a los mismos de siempre.
La sociedad civil secuestrada: Entre el miedo y la complicidad
Debemos tener presente a James Buchanan y su concepto de «ciudadanos constitucionales» que actúan con responsabilidad para limitar la arbitrariedad de los políticos. Pero en Colombia, esa sociedad civil ha sido secuestrada por el Sistema Silencioso que opera mediante la manipulación de las emociones colectivas.
El resultado es una sociedad que, «admira al que roba, al que engaña, al que abusa del poder, no sólo normaliza el delito, lo convierte en aspiración». Una sociedad que aplaude cuando el dolor se instrumentaliza políticamente, que acepta que unos muertos valgan más que otros, que permite que la exclusión se disfrace de principios morales.
Gloria Gaitán lo dice con una claridad demoledora: «Sé que las clases dominantes en nuestra historia han invocado muchas veces la 'unidad nacional' como bandera, pero con la condición de que algunos sean 'más iguales que otros'«. Y ahí está la raíz del problema: el Sistema Silencioso que permite que las élites tradicionales definan las reglas del juego, incluso en el dolor y la muerte.
El Círculo Vicioso de la Impunidad Emocional
Lo que presenciamos con el caso de Miguel Uribe es una nueva forma de impunidad: la impunidad emocional. Las mismas élites que han permitido que Colombia sea uno de los países más corruptos de América Latina, que han tolerado la violencia sistemática contra líderes sociales y excombatientes, ahora se erigen como víctimas morales que tienen el derecho exclusivo de definir quién puede acompañar su dolor.
Como señala el Análisis sobre Corrupción Estructural: «La impunidad no es casual. Es parte de un sistema diseñado para proteger a la élite política». Y esa impunidad se extiende ahora al terreno emocional: ellos deciden quién puede llorar, quién puede acompañar, quién tiene legitimidad moral.
Mientras tanto, el Sistema Silencioso sigue operando: contratos millonarios que se adjudican sin transparencia, recursos públicos que se desvían sin consecuencias, una justicia lenta que nunca alcanza a los poderosos. Pero todo eso se oculta bajo el manto del dolor instrumentalizado, de la indignación dirigida, del teatro político que convierte víctimas en verdugos y verdugos en víctimas.
La Verdad que duele: El fracaso de la «Seguridad Democrática»
Bonilla lo dice sin anestesia: «No tienen evidencia suficiente para volver a vender en 2026 la seguridad democrática de 2002«. Y efectivamente, los datos muestran que durante el gobierno de Duque —heredero directo de esa tradición política— la violencia se intensificó, la extorsión se consolidó, la criminalidad urbana se disparó y la institucionalidad fue desbordada.
Pero el Sistema Silencioso opera precisamente ocultando estos fracasos bajo el ruido de la polarización. Es más fácil gritar «Petro asesino» que explicar por qué durante su gobierno la violencia homicida se mantuvo estable (13.555 en 2023 y 13.497 en 2024) después de haber recibido el país con 13.540 casos al final del mandato anterior.
La responsabilidad de los Medios: Cómplices del Sistema Silencioso
Los medios de comunicación juegan un papel clave en la perpetuación del Sistema Silencioso. En lugar de analizar los datos, prefieren reproducir las emociones. En lugar de investigar las causas estructurales de la violencia, amplifican los gritos de venganza política.
Dicen los expertos: «La corrupción se volvió parte del paisaje y como ya no escandaliza, avanza, se normaliza, se institucionaliza, se vuelve costumbre». Los medios han normalizado la instrumentalización del dolor, han institucionalizado la exclusión disfrazada de principios, han convertido en costumbre que algunos muertos sirvan para hacer política y otros simplemente se olviden.
Gloria Gaitán: La voz que rompe el silencio
En medio de este teatro macabro, la carta de Gloria Gaitán emerge como un faro de lucidez. Con la autoridad moral que le da ser hija de una víctima emblemática de la violencia política, se atreve a decir lo que otros callan: que la exclusión en nombre del dolor es otra forma de violencia, que utilizar un magnicidio para hacer política es una profanación de la memoria del muerto.

«No puedo callar ante lo que considero un acto de exclusión que contradice los valores de reconciliación que tanto proclamamos como nación«, escribe Gaitán. Y con esas palabras rompe el Sistema Silencioso que pretende que algunos dolores son más legítimos que otros, que algunas víctimas merecen más respeto que otras.
Su carta es un acto de resistencia contra el Sistema Silencioso que opera cuando las élites tradicionales instrumentalizan el dolor para mantener sus privilegios. Es un llamado a la dignidad en medio de la manipulación, a la verdad en medio de la propaganda.
Conclusión: Rompiendo el Sistema Silencioso
El magnicidio de Miguel Uribe debe ser esclarecido y los culpables deben pagar. Pero utilizar ese crimen para hacer política, para excluir, para polarizar, es otra forma de violencia que perpetúa el Sistema Silencioso que mantiene a Colombia en el atraso.
Como dice Gloria Gaitán: «Espero que algún día podamos volver a encontrarnos en un terreno común, donde la diferencia no sea motivo de rechazo, sino de construcción colectiva«. Ese día llegará solo cuando rompamos el Sistema Silencioso que permite que las élites corruptas instrumentalicen el dolor, manipulen las emociones y perpetúen la impunidad bajo el disfraz de la indignación moral.
Mientras tanto, el Sistema Silencioso seguirá operando: los corruptos seguirán robando mientras la sociedad se distrae con la polarización, los verdaderos responsables de la violencia seguirán impunes mientras el país se rasga las vestiduras por víctimas selectas, la justicia seguirá llegando tarde o nunca mientras el teatro político consume toda la atención.
La pregunta que queda es si Colombia tendrá el valor de mirar más allá del ruido, de analizar los datos más allá de las emociones, de construir una sociedad donde todos los muertos valgan igual y ningún dolor se instrumentalice para hacer política.
Este análisis forma parte de la metodología «Sistema Silencioso» que expone los engranajes invisibles que perpetúan la corrupción y la manipulación en Colombia. No se trata solo de identificar culpables, sino de desentrañar cómo las estructuras de poder manipulan emociones colectivas y perpetúan ciclos de injusticia.



