En Barranquilla, cuando llueve, la verdad flota. Y el pasado viernes, mientras el agua brotaba entre las flamantes losas de cemento del recién inaugurado Malecón del Sur o de Rebolo, también emergió la realidad de una obra que parece diseñada más para las fotografías que para resolver problemas.

Los $130 mil millones de pesos invertidos en el arroyo Rebolo —presentado como la solución definitiva a décadas de inundaciones en el suroccidente de Barranquilla— no resistieron su primera prueba real: un aguacero. El agua, como la corrupción, siempre encuentra por dónde filtrarse.

«El agua llegó hasta aquí«, señalaba Ana Mantilla a un reportero, marcando con su dedo una línea a 30 centímetros del suelo de su vivienda. Mientras tanto, en redes sociales circulaban videos donde chorros de agua escapaban entre las losas que supuestamente deberían contenerla, convirtiendo el flamante proyecto en una costosa regadera urbana.

La Aritmética de la Improvisación

La historia del Malecón de Rebolo es matemáticamente reveladora: de los $131.707 millones invertidos hasta ahora, $111.716 millones se destinaron exclusivamente a las losas. Una proporción que sugiere que tapar el problema era, literalmente, la prioridad.

El proceso de adjudicación parece extraído de un manual de eficiencia administrativa: licitaciones resueltas con rapidez inusitada y competencia prácticamente inexistente. En marzo, el Consorcio San Felipe (99.99% Mota Engil Colombia ME SAS y 0.01% Mota Engil Perú) resultó ganador en una competencia donde su único rival «no cumplió ninguno de los requisitos».

Para la segunda licitación, por $19.052 millones, ni siquiera se molestaron en fabricar competencia: el Consorcio San Felipe II, con una ligera variación en su composición, fue el único oferente.

El Deja Vu del Contratismo

Para quienes observan los patrones de contratación en Barranquilla, la presencia de Mota Engil resulta tan familiar como las inundaciones mismas. Durante la segunda administración de Alejandro Char (2016-2019), la firma portuguesa obtuvo contratos por $239.654 millones. Este año, bajo la nueva administración Char, ya aseguró proyectos por $210 mil millones.

Mientras tanto, los barrios adyacentes al arroyo Rebolo recibieron más que agua: les llovieron preguntas. ¿Cómo es posible que una obra tan costosa no considerara aspectos hidráulicos básicos? ¿Por qué se ignoraron las advertencias sobre la confluencia de al menos 8 escorrentías? ¿Realmente alguien creyó que poner concreto encima de un problema lo solucionaría?

Lo Predecible del Desastre

Lo más sorprendente del desbordamiento no es que ocurriera, sino que fuera tan previsible. Apenas en agosto, medios alternativos como Corrupciónaldía.com publicaron advertencias claras sobre el riesgo que representaba cubrir el canal sin estudios técnicos adecuados.

Los expertos habían señalado problemas elementales: reducción de la capacidad de evacuación, dificultad para el mantenimiento y limpieza, probable acumulación de residuos y escombros. En esencia, todo lo que terminó sucediendo.

Pero en el mundo de las grandes obras públicas, a veces la función es secundaria frente a la forma. Un malecón inaugurado el 24 de diciembre —fecha tan propicia para regalos— cumple mejor su propósito político que hidráulico.

El Silencio de los Cómplices

Mientras los vecinos sacaban el agua y el lodo de sus casas, y contaban las ranas que llegaron con la inundación, los defensores de la administración y gran parte de los medios tradicionales guardaban un silencio tan hermético como debieron serlo las juntas entre las losas del malecón.

La lógica invisible que opera detrás de estas dinámicas es simple pero efectiva: inaugurar con bombos y platillos, ignorar las críticas técnicas, minimizar los fracasos cuando ocurren, y confiar en que la memoria colectiva sea tan fugaz como el agua que eventualmente se retira.

El impacto oculto, sin embargo, permanece en los hogares afectados, en los recursos desperdiciados y en la perpetuación de un ciclo donde las soluciones reales quedan subordinadas al espectáculo de la obra pública.

Entre tanto, el agua sigue su curso, indiferente a inauguraciones y discursos. Y como demostró el viernes pasado, ni siquiera 130 mil millones de pesos pueden convencerla de fluir según los calendarios políticos.

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