En un país donde la justicia parece ser más lenta que un caracol con artritis, la Corte Suprema de Justicia ha logrado un hito que merece más sarcasmo que aplausos: condenar a un fiscal corrupto… 20 años después de su fechoría.
Diego Hernán Rojas Triana, el protagonista de esta novela judicial digna de un guion de Netflix, no es un criminal cualquiera. Es un ex fiscal que convirtió su cargo público en un supermercado personal donde el producto en venta era la impunidad.
La Película B de la Corrupción Judicial
Imagínense la escena: Un 1 de agosto de 2009, en una diligencia de allanamiento, se incautan $18.182.000 y algunas armas. Pero lo verdaderamente incautado ese día fue la ética profesional de Rojas Triana.
En octubre del mismo año, utilizando la sutileza de un ladrón de segunda, Rojas Triana, a través de su asistente Ruerliz Erazo Badillo, le solicita a Bernardo Molina Ríos —la víctima de esta historia— que le entregue la mitad del dinero incautado. El chantaje era simple: o pagas, o el dinero desaparece en los laberintos burocráticos.
Un Sistema que Protege a sus Propios Delincuentes
La Corte Suprema no deja lugar a dudas: el plan de Rojas Triana era apoderarse fraudulentamente del dinero desde el principio. Y lo más insólito no es el delito en sí, sino el tiempo que tomó la justicia para actuar.
- Octubre 2009: El delito original
- Noviembre 2016: Primera imputación (¡7 años después!)
- Noviembre 2020: Sentencia absolutoria inicial
- 2024: Condena final – 120 meses de prisión
Las Cifras del Escándalo
- Tiempo entre delito y condena: 20 años
- Multa: 66.66 salarios mínimos mensuales
- Inhabilitación: 102 meses y 15 días para ejercer cargos públicos
La Verdad Entre Líneas
Lo que este caso revela no es solo la corrupción de un fiscal, sino un sistema judicial que funciona como un colchón para proteger a sus propios delincuentes. Un sistema donde la impunidad no es la excepción, sino la regla.
Bernardo Molina Ríos, el denunciante, tuvo que esperar dos décadas para ver un ápice de justicia. Dos décadas donde el sistema judicial bailaba al ritmo de la corrupción, mientras él esperaba pacientemente.
Conclusión: La Justicia que no Llega
Este caso no es un ejemplo aislado. Es un síntoma de un cáncer más profundo: un sistema donde los corruptos no temen a la ley, porque saben que el tiempo juega de su lado.
La condena de Rojas Triana no es un triunfo de la justicia. Es una admisión vergonzosa de su propia incompetencia.