Adlai Stevenson Samper

Desde el 27 de julio del 2016 el teatro Amira de la Rosa, propiedad de la Sociedad de Mejoras Públicas, entregado en comodato al Banco de la República por 99 años, cerró sus actividades por diversas fallas estructurales.

Al inicio hubo incertidumbre sobre la magnitud de los daños y cuánto duraría el recinto cultural fuera de servicio. Mutismo por parte del administrador que encomendó estudios para verificar el grado de afectación mientras la ciudadanía, todavía en estado de perplejidad, apenas si alcanzaba a dimensionar las graves consecuencias del hecho. No teníamos teatro.

Para el nuevo teatro Municipal de Barranquilla, en 1961, fue convocado un concurso de méritos arquitectónicos ganado por la firma integrada por el austriaco Henrich Zeizel, Vittorio Magagna y Mario Lignarolo.

La solución ganadora consistió en darle a las paredes laterales y el techo una dimensión para ajustar las necesidades acústicas con un alarde de ingenuidad formal pero que resultaba interesante para las necesidades urbanas culturales de ese momento.

Además; ninguno de los proyectistas implicados tenía experticia en diseño de construcciones teatrales. Eran, por así decirlo, del patio y se atrevieron.

El proyecto se construyó a retazos y es posible que a ello se deba el posterior deterioro del sistema estructural al no tener protección contra la corrosión, aunado al movimiento fuerte que significó la demolición con dinamita del vecino Coliseo Cubierto Humberto Perea.

La obra de finalización del teatro, tras ser tomado en comodato por el Banco de la República, fue un acomodo formal acústico interno que en nada representaba su pretencioso exterior, más la incorporación de elementos en su ingreso, detalles formales de cupulas y diseño exterior.

Las obras estuvieron a cargo del arquitecto antioqueño Hernán Vieco, quien se fue a estudiar y trabajar en París. Allí participó en los ‘ateliers’ de Le Corbusier e hizo conjuntamente con Marcel Breur y Bernard Zehrfuss el diseño del edificio de la Unesco.  Los constructores de la nueva etapa del teatro fueron la firma del ingeniero Alexis Barón y el arquitecto Giovanni Macchi.

Su inauguración fue el 25 de junio de 1982 y desde entonces se convirtió en referente cultural de la ciudad, sobre todo debido al prestigio intelectual de su primer director el ingeniero Alfredo Gómez Zurek. Al salir de la posición, la dirección de asuntos culturales encarga de la dirección a funcionarias de carrera trasladadas, pero sin arraigo ni liderazgo local en las labores encomendadas.

Allí se inicia el declive lento del teatro que empieza a perder audiencia en su rol de promotor y consolidador de procesos de desarrollo cultural urbano. No solo fue ese error de nombrar en la dirección a un funcionario de “carrera”, sino el lento abandono por parte del Banco de la República para adecuarlo a las transformaciones tecnológicas cambiantes en materia de tramoya e implementos.

Las luces y sonido quedaron en perfecta obsolescencia, los pianos igual y el que era eficiente equipo de aire acondicionado comenzó a mostrar fallas que agravaban, por la humedad y el calor generado, los delicados equipos internos.

Fue un evidente descuido perfectamente premeditado del cual nadie parecía percatarse. Ni mucho menos cuestionar que era un proyecto con problemas en su relación con la ciudad, encerrado por una valla y que solo consideró por asuntos pragmáticos la visibilidad y diseños sobre la carrera 54, con un descuido imperdonable del área del parqueadero y de la caja del escenario sobre un sector del barrio Montecristo que ofrece un panorama desolador y agresivo.

Cuando el teatro cerró ya el Banco de la República lo había sometido a un impecable descuido e incluso llegó a rumorarse que «era un enorme peso del cuál se querían desligar», situación que incluso llegó a mostrarse con la renuencia, en los primeros momentos tras el cierre, de adoptar un plan urgente de contingencia formal y cultural ante el hecho presentado.

A ese abandono ayudó también que, por su condición de bien de interés cultural, era necesario solicitar un largo tramite de intervención ante la dirección de patrimonio del Ministerio de Cultura, que fiel a su contextura de burocracia oficial capitalina indolente, tampoco aplicó una política de celeridad en la toma de decisiones. Por cierto el Ministerio tiene en Bogotá teatros, bibliotecas, archivos y un vasto etcétera de infraestructura mientras la periferia carece de casi todo: el perfecto modelo centralista.

Allá voy. Después del cierre, de estudios, análisis y diagnósticos, empezó el peregrinaje para darle viabilidad; no al proyecto, sino —increíble!— a los procedimientos para desarrollarlos. El Banco nuevamente adujo que sus estatutos le impedían invertir allí pues ese bien era privado y es así como la cataléptica —estaba muerta hace mucho tiempo— Sociedad de Mejoras Públicas ante la presión social para definir la intervención, decidió ceder legalmente el inmueble al dominio del banco y así superar la excusa correspondiente esgrimida de no participar en el teatro por carecer del debido dominio jurídico. 

En la debacle de dimes y diretes burocráticos culturales empezó a criar hongos, debido a la humedad y el calor interno del teatro, el telón de boca de Alejandro Obregón que fue desmontado y restaurado. Igual suerte ha debido correr el cortinaje sensible a estas malas condiciones de conservación.

Total es que las obras del teatro, que se suponía debían demorarse dos o tres años empezaron una espiral de procesos, de aprobaciones, de consensos que alargaban dramáticamente su cierre con las correspondientes consecuencias para el desarrollo de la cultura de la ciudad.

Se proponían posibles fecha de intervención y reapertura, hasta que de un cubil sacó el Banco de la República el año  2027 para su reinauguración, sin explicar cuáles eran los fundamento de esa fecha límite que lleva más de una década —perdida para Barranquilla en tal sentido— aunque las explicaciones eran siempre los permisos del Ministerio, el diagnóstico de su estado estructural, sus intervenciones y la posibilidad de aprovechar para adecuar el recinto a nuevos tiempos del tercer milenio tan alejado de los días iniciales de su diseño en 1961.

El Banco de la República, muy diligentemente empezó a una serie de diálogos con reconocidos actores, intelectuales y protagonistas culturales para efectos de realizar, en una especie de “brainstorming”, los lineamientos correctos para efectuar nuevos diseños.

Estuve en uno de ellos en donde diseñadores arquitectónicos y directivas del Banco recogían juiciosamente las recomendaciones que necesitaba; no solo el teatro con un aforo y diseño de los años sesenta del siglo XX, sino de las necesidades reales que plantea una arquitectura teatral para una ciudad de las dimensiones culturales y demográficas de la Barranquilla actual.

Todos esos datos arrojados por las mesas se recogieron desde hace más de un año y medio. Parecía que era cosa fácil el nuevo diseño propuesto por las mesas, conciliado con el concepto anterior del teatro, sopesado por la aquiescencia de la dirección de patrimonio del Ministerio de Cultura.

El distrito de Barranquilla, a través de la Secretaría de Cultura solo daba declaraciones y comunicados en donde afirmaban que presionaban para una pronta reapertura del Amira de la Rosa pero sin ofrecer, como le corresponde por competencia, una solución de fondo a la ciudad que es la construcción de un teatro distrital (o municipal), igual a otras ciudades del país. En la realidad política no les interesan este tipo de proyectos sin que nadie sepa exactamente las causas de este desgreño institucional por la infraestructura cultural.

Cuando se creía que el Banco de la República ya tenía listo y aprobados planos del diseño de intervención del bien patrimonial teatro Amira de la Rosa en abril de 2023, aparece una información en que señalan que hay cuatro fases para el diseño del Amira de la Rosa de la cual apenas empieza a surtirse la primera. Usualmente los procesos de diseño constan de 3 fases pero acá, en torno al teatro, le agregaron otra.

Lo curioso del caso es que en septiembre 1 de 2022 el Banco de la República anunció la escogencia del Consorcio Diseños TAR (teatro Amira de la Rosa), conformada por las empresas bogotanas PAYC S.A.S.Bermúdez Arquitectos S.A.S., para efectos de los diseños técnicos y arquitectónicos de intervención luego de haber sido aprobado el Plan Especial de Manejo y Protección  —PEMP— por parte del Ministerio de Cultura, surtiéndose los procesos de entrega de los diseños los cuales deberían ser entregados en un plazo de 18 meses.

En abril 10 de 2023 el Banco de la Republica indica que se avanza en la primera fase del diseño y que apenas serían presentados en 2024 mientras adelanta impermeabilización de la cubierta del teatro que estaba en inmejorable descuido desde los días del cierre en 2016.

Parece dramaturgia kafkiana lo expresado a medios de comunicación por el gerente seccional del Banco de la Republica Diego Restrepo Álvarez que lo hecho en materia de diseño solo corresponde a la primera, de cuatro fases de diseño, de la segunda etapa de diseño: «Con el diagnóstico listo se puede iniciar el proceso de anteproyecto y proyecto de los diseños definitivos, recordando que la aprobación es por parte del Ministerio de Cultura y también se necesitan permisos de la Curaduría Urbana». 

Es otras palabras, tras siete años de cierre, estamos casi como en el principio. Sin diseños definitivos, sin la aprobación por parte del Ministerio de Cultura y sin los permisos de curaduría y autoridades distritales competentes en urbanismo y arquitectura. 

Si ese no es la versión teatralizada y camuflada del famoso cuento del gallo capón, es una nueva remasterizada para calmar las expectativas locales sobre la sentida ausencia de un teatro de estas características para beneficio de la ciudadanía. 

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