Duele. Y duele mucho saber que estamos pagando semejante cifra mensualmente a los congresistas, $172.000 millones, y que los colombianos solo tengamos a cambio escandalos de corrupción, entramados de latrocinios, tráfico de poder, defensores de clanes de constratistas, y una mediocre legislación del bien común.

En Colombia, el Congreso no es solo el epicentro del poder legislativo, sino también el origen de una matriz de corrupción que asfixia al país. Con el inicio de las sesiones legislativas y las jornadas extra anunciadas por el Gobierno para agilizar la discusión de la reforma a la salud, se revive la polémica sobre los sueldos de los parlamentarios. Y no es para menos: los más de 190 congresistas le cuestan al Estado más de $172.000 millones de pesos al mes, una cifra escandalosa que contrasta con la falta de inversión en educación, salud y desarrollo social.

¿Cuánto gana un congresista en Colombia?

Actualmente, los parlamentarios colombianos reciben alrededor de $48 millones mensuales, pero esta cifra es solo la punta del iceberg. Según el Observatorio Fiscal de la Universidad Javeriana, el gasto de personal del Estado se compone de seis ítems: salario básico, factores salariales (primas, bonificaciones y gastos de representación), remuneraciones no constitutivas, contribuciones a salud y pensión, y prestaciones sociales.

Para los senadores, la asignación mensual es de $11,6 millones, los gastos de representación ascienden a $20,6 millones, y la prima especial de servicios llega a $15,8 millones. En total, un senador puede costarle al Estado hasta $74,6 millones al mes. Los representantes, que tienen tareas adicionales como desplazamientos regionales, reciben $10,3 millones en asignación mensual, $21,9 millones en gastos de representación y $21,4 millones en prima de servicios, sumando un total de $72,8 millones al mes.

Pero los congresistas no son los únicos con sueldos exorbitantes. El secretario de la Cámara recibe $83,2 millones mensuales, mientras que el director del Senado llega a ganar $98,8 millones. En total, el costo mensual de los 108 senadores y 188 representantes asciende a $172.137 millones de pesos, una cifra que debería indignar a cualquier ciudadano.

Un sistema diseñado para perpetuar la corrupción

Lo más indignante no es solo el monto de los sueldos, sino la falta de voluntad política para cambiar este sistema. En varias ocasiones se han presentado proyectos de ley para reducir los salarios de los congresistas, pero ninguno ha prosperado. Esto demuestra que el Congreso no solo es cómplice de la corrupción, sino que es su principal beneficiario.

Mientras los congresistas disfrutan de sus privilegios, Colombia enfrenta una crisis en educación y salud. Con $172.000 millones al mes, el Estado podría construir escuelas y hospitales en todo el país, garantizando un futuro digno para millones de niños y jóvenes. Sin embargo, la prioridad parece ser mantener a los políticos en un estado de opulencia, mientras la nación se hunde en la miseria.

La vergüenza de un Congreso sin ética

Es vergonzoso que ningún congresista haya presentado un proyecto de ley para instituir procesos y estrategias anticorrupción en todos los espacios del Estado. Este silencio cómplice es una bofetada a la democracia y una traición a los ciudadanos que confiaron en ellos para representarlos. La corrupción no es un fenómeno aislado; es un sistema silencioso que opera en las sombras, perpetuado por quienes deberían velar por el bien común.

¿Cuánto vale la dignidad de un país?

El costo de los congresistas no es solo económico; es moral. Cada peso que se destina a sus sueldos es un peso menos para la educación, la salud y el desarrollo de Colombia. Es hora de exigir transparencia, rendición de cuentas y una reforma profunda que ponga fin a este escándalo. Los congresistas deben entender que su deber no es enriquecerse, sino servir al pueblo.

Conclusión: una llamada a la acción

La corrupción en Colombia tiene su origen en el Congreso, y es allí donde debe comenzar su erradicación. Es hora de que los ciudadanos alcen la voz y exijan un cambio. No podemos seguir permitiendo que unos pocos se enriquezcan a costa de la miseria de millones. La dignidad de un país no se mide en los sueldos de sus políticos, sino en su capacidad para garantizar justicia, educación y bienestar para todos.

¿Estamos listos para enfrentar la verdad y exigir el cambio que Colombia necesita? La respuesta está en nuestras manos.


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