El discurso que encendió las redes… y desenterró verdades

Hay mentiras piadosas, mentiras blancas y mentiras políticas. Pero cuando Lina María Garrido declaró ante la plenaria del Congreso 20 el de julio, y después en una entrevista para El Colombiano que «yo voté por Gustavo Petro«, no solo mintió: reveló la mecánica invisible de un sistema que permite que los herederos de la corrupción se presenten como paladines de la moralidad pública.

Vestida de caporal y blandiendo una retórica enérgica contra el presidente Petro, la representante a la Cámara Lina María Garrido se robó las miradas en la instalación del nuevo Congreso. Algunos opositores la aplaudieron por su “valentía” y otros celebraron su furia televisada como si fuera la voz de un pueblo harto. Pero detrás de la puesta en escena llanera se esconde una historia que desarma su credibilidad con la precisión de una auditoría: la congresista que denuncia corrupción… proviene de ella.

Lina María Garrido no solo pertenece a Cambio Radical, uno de los partidos con mayor número de congresistas salpicados por escándalos judiciales. También es hija de un funcionario destituido e inhabilitado por corrupto y apadrinada políticamente por un exgobernador hoy condenado por desviar millones de recursos públicos. Si esta historia fuera una serie de Netflix, la sinopsis diría: “Un linaje de saqueadores en el corazón del Llano, disfrazado de moralismo en horario prime”.

El ADN de la Corrupción se Hereda

La red subterránea que conecta a los Garrido con la malversación de recursos públicos no es casualidad: es genética política. Jesús Hernando Garrido Boscán, padre de la flamante congresista, fue destituido e inhabilitado por cinco años tras un fallo de la Contraloría General que documentó cómo, siendo Secretario de Educación de Arauca, permitió que se pagaran matrículas por 441 alumnos fantasma que ya tenían cupo en colegios públicos.

El daño: $521 millones de pesos. El método: contratos sin sustento legal ni planeación adecuada. El resultado: destitución e inhabilitación. La reacción de la familia: hacerse las víctimas de una «injusticia«.

Pero el papá de Lina no fue un caso aislado. El fallo de la Contraloría involucró a toda una estructura de exgobernadores y funcionarios que durante 2007 y 2008 convirtieron la educación pública de Arauca en su caja menor personal. El sistema silencioso en su máxima expresión: robar a nombre de los niños más vulnerables mientras se construye una narrativa de «servicio a la comunidad«.

Facundo Castillo: El padrino que la coronó

Si el pasado familiar no fuera suficiente, la lógica invisible del ascenso político de Garrido pasa por José Facundo Castillo, exgobernador de Arauca condenado por la Corte Suprema de Justicia a 12 años y 2 meses de prisión por dirigir una empresa criminal dedicada al direccionamiento de contratos.

Castillo, quien apadrinó políticamente a Garrido desde su fallida candidatura a la Asamblea Departamental en 2019, operaba con documentación falsa y cotizaciones de empresas inexistentes para beneficiar a contratistas específicos. Los sobrecostos superaron los $2.072 millones de pesos entre 2012 y 2013. La Corte fue lapidaria: «todo el procedimiento contractual fue montado únicamente para darle una apariencia de legalidad".

Esta es la escuela política de Lina María Garrido. Este es el padrino que la llevó de la mano hasta el Congreso de la República. ¿Y ahora viene a hablar de corrupción?

Cambio Radical: La Fábrica de Impresentables

Pero la cosa no para ahí. Garrido milita en Cambio Radical, que según documenta Razón Pública, ha sido históricamente «uno de los partidos que más avales ha expedido a candidatos cuestionados». La lista es aterradora:

  • 9 exgobernadores procesados o condenados (5 por nexos con paramilitares)
  • 5 alcaldes destituidos por corrupción
  • 16 políticos avalados involucrados en criminalidad o corrupción

El partido de Garrido es literalmente una fábrica de reciclaje político donde los corruptos encuentran nueva vida bajo el manto de la «renovación». Y ahí está ella, con su discurso moralista, representando precisamente lo que dice combatir.

El Oportunismo Disfrazado de Convicción

Volvamos a la declaración central: «yo voté por Petro«. Garrido justifica este voto diciendo que fue «por la esperanza, por un cambio y por la paz«. Pero analicemos la conexión perdida entre sus palabras y sus actos:

Si realmente votó «por la paz» en un territorio como Arauca, devastado por la violencia, ¿por qué ahora critica al gobierno por no lograr la «paz total«? Si votó «por el cambio«, ¿por qué votó en contra de las reformas que favorecen a la población más vulnerable del país? Si votó «por la esperanza«, ¿no demuestra esto su incompetencia para evaluar candidatos?

La respuesta es más simple y más cínica: Garrido miente. Ella y su partido Cambio Radical tenían una misión y una órden inquebrantable: derrotar en las elecciones a Gustavo Petro, el candidato de la izquierda. Por lo tanto, ella votó por Rodolfo Hernández, de eso no hay dudas. Su discurso del 20 de julio no fue el de una votante decepcionada, sino el de una opositora calculadora que encontró en la crisis de gobierno la oportunidad perfecta para construir capital político personal.

La aritmética del cinismo

Los números también desmienten su narrativa heroica. En las elecciones de 2022, Garrido obtuvo apenas 10.134 votos (13,16%) en Arauca, quedando en segundo lugar. Una votación modesta para alguien que ahora se presenta como «la voz de 18 millones de colombianos«.

Pero hay algo más revelador: si realmente votó por Petro en segunda vuelta, ¿cómo se explica que un territorio que supuestamente la respalda haya dado una votación tan baja a una candidata que dice representar el mismo sentir de quienes «votaron por esperanza«?

La radiografía profunda de estos números revela que el discurso de Garrido no representa ningún sentir mayoritario, sino el oportunismo de una política regional que vio en la crisis nacional la posibilidad de proyectarse mediáticamente.

El Sistema que se perpetúa

Lo verdaderamente preocupante del caso Garrido no es solo su hipocresía individual, sino lo que representa del mecanismo invisible que permite que la corrupción se recicle generación tras generación.

Primero, el padre roba en educación y construye un patrimonio político familiar. Luego, el padrino corrupto la impulsa al poder regional. Después, el partido históricamente corrupto le da el aval nacional. Finalmente, los medios amplifican su discurso «anticorrupción» sin cuestionar sus antecedentes.

Este es el ciclo secreto que perpetúa la podredumbre política en Colombia: los herederos de la corrupción se presentan como renovación, y el sistema mediático y político los legitima sin hacer las preguntas incómodas.

La Verdad detrás de la Máscara

Cuando Garrido dice «yo voté por Petro«, no confiesa un error de juicio: miente para construir autoridad moral. Cuando critica la corrupción del gobierno, no actúa por convicción: ejecuta una estrategia política. Cuando se presenta como voz del pueblo, no representa a nadie: busca relevancia mediática.

La puerta transparente que abre este caso permite ver cómo opera la simulación política colombiana: personas sin autoridad moral se presentan como líderes éticos, herederos de corruptos se visten de renovadores, y políticos mediocres se autoproclamam voces nacionales.

El Impacto Oculto de la mentira

Pero esta farsa tiene consecuencias reales. Mientras Garrido construye su perfil mediático criticando al gobierno, los recursos que su padre malversó nunca llegaron a las escuelas rurales de Arauca. Mientras su padrino político Castillo robaba con contratos educativos, cientos de niños araucanos seguían sin pupitres ni materiales pedagógicos.

El impacto oculto de permitir que políticos con estos antecedentes se presenten como voces morales es que normalizamos la corrupción como escalón hacia el poder. Le decimos a la sociedad que da igual tu pasado, da igual tu familia, da igual tu partido: si sabes hacer un discurso emotivo, puedes aspirar a ser líder.

La Mentira más Grande del Año

«Yo voté por Petro» no es solo una mentira: es la síntesis perfecta de todo lo que está podrido en la política colombiana. Es la frase que resume cómo el oportunismo se disfraza de convicción, cómo la corrupción hereditaria se presenta como renovación, y cómo los medios amplifican sin cuestionar.

Garrido puede seguir fingiendo indignación moral, pero los hechos son tozudos: es hija de un corrupto destituido, fue apadrinada por un condenado, milita en un partido capturado por la criminalidad, y ahora miente sobre su pasado electoral para construir relevancia política.

La verdad oculta detrás de su discurso no es valentía, sino cálculo. No es dignidad, sino oportunismo. No es honestidad, sino la mentira más descarada del año político colombiano.

En un país serio, políticos como Garrido no tendrían espacio mediático. Pero en Colombia, donde la simulación es moneda corriente, hasta los herederos de la corrupción pueden presentarse como paladines de la transparencia.

Y esa, queridos lectores, es la verdadera tragedia nacional.


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