Se le acabó la fiesta. El Juzgado 15 Penal del Circuito de Conocimiento de Bogotá revocó la libertad condicional que desde el 11 de abril le había permitido a Emilio José Tapia Aldana —condenado por el carrusel de la contratación en Bogotá y protagonista del escándalo Centros Poblados— seguir pagando sus penas por fuera de la cárcel. La orden es clara: captura inmediata. El juez recordó que, aunque Tapia ya había superado las tres quintas partes del cómputo, la gravedad de las conductas y el daño al interés público impiden tratar este caso como uno más de “buen comportamiento” y trámite penitenciario. La Procuraduría había apelado el beneficio otorgado en Barranquilla; hoy, el péndulo vuelve al lugar correcto.

Así funciona el ciclo secreto de la impunidad: se acumulan condenas (145 meses por fallos de 2016 y 2017), se computa el tiempo, se muestra conducta “intachable” y se pide libertad condicional. El número cuadra (87 meses = 3/5; Tapia llevaba 88), pero el sistema olvida valorar lo esencial: la extrema gravedad del fraude contra la contratación pública. El juez de Bogotá lo dice sin rodeos y desmonta el razonamiento del despacho que le abrió la puerta en abril: con delitos que “ocasionaron el mayor descalabro de que se tenga noticia en la contratación distrital”, la vara no puede ser la misma. Resultado: revocatoria y recaptura.

Los actores y sus roles

  • Juzgado 15 Penal (Bogotá): revoca la libertad condicional y ordena la captura inmediata; no procede recurso.
  • Juzgado 1º de Ejecución de Penas (Barranquilla): otorgó el beneficio el 11 de abril pese a las alertas.
  • Procuraduría: apeló la concesión de abril y empujó la revisión de fondo.
  • INPEC: debe materializar la recaptura y definir el reingreso penitenciario.

Además, medios judiciales reportan que la juez que otorgó el beneficio está bajo lupa, un síntoma de que la cadena de decisiones también debe rendir cuentas.

El impacto real (y la cuenta que seguimos pagando)

Tapia no es un personaje aislado: es la bisagra entre dos heridas abiertas.

  1. Carrusel de Bogotá: sentencias consolidadas que describen afectación “a las altas esferas” y socavamiento de las arcas distritales.
  2. Centros Poblados: pólizas falsas, contrato por $1 billón y un anticipo de $70.000 millones para conectar zonas rurales que sigue doliendo donde más duele: en las escuelas sin internet. Parte de ese dinero terminó en compras personales y lujos (≈ $5.063 millones), según reconstrucciones periodísticas y del expediente. ¿Quién repara a los niños que perdieron conectividad y a las comunidades que siguen desconectadas?

El sistema que lo permite (y el que debemos corregir)

Este caso revela una grieta estructural: la evaluación mecánica de beneficios penitenciarios frente a delitos que erosionan la democracia desde su base —la contratación pública—. Pistas de corrección:

  • Test de gravedad y confianza pública. Para macro-corrupción, el buen comportamiento no basta: debe ponderarse el daño sistémico y el riesgo de reincidencia reputacional en la contratación. El juez lo aplicó, y es un precedente saludable.
  • Control cruzado de beneficios. Cuando hay condenas acumuladas por corrupción y nuevos procesos conexos, las decisiones de ejecución de penas deben pasar por un filtro reforzado con intervención de víctimas institucionales (MinTIC, contralorías), como reclamó la Procuraduría.
  • Transparencia que existe poco y tarde. La Secretaría de Transparencia de la Presidencia —creada para irradiar políticas anticorrupción— sigue sin mostrar una estrategia verificable que prevenga la repetición de estas puertas giratorias ni tableros públicos de seguimiento a grandes condenados por corrupción. En la práctica, no se conoce un programa robusto que esté controlando el uso debido de los recursos o la integridad de la contratación a nivel nacional. Esto también es parte del problema.

Cierre | De la indignación al deber ciudadano (y una salida posible)

La pregunta no es si hubo corrupción; es si vamos a seguir normalizando que vuelva por la puerta de atrás. Hoy la justicia corrige, pero ningún juez puede reemplazar lo que solo la ciudadanía organizada logra: vigilar, exigir y recomponer la confianza. El civismo —esa “tecnología social” de microactos que multiplican confianza— y la sociedad civil fuerte —ese “soberano” que disciplina al poder— no son metáforas: son el antídoto cotidiano a la impunidad que nos cuesta escuelas, hospitales y dignidad. Cada gesto cívico y cada veeduría real cuentan.


Nota editorial (estándar del proyecto): Sumamos esta pieza a nuestro monitoreo continuo de grandes casos de corrupción y su impacto en la vida real. Si tienes documentos, contratos o datos que ayuden a seguir la ruta del dinero y de las decisiones en Centros Poblados u otros macros-casos, escríbenos. La sociedad civil se fortalece cuando comparte pruebas y exige, con civismo, resultados.

Comparte este artículo si crees que la justicia debe ser más que un cálculo de meses: debe ser memoria, reparación y prevención.

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