El país donde las balas también tienen apellidos
En Colombia no todos los muertos son iguales. Hay cadáveres que conmueven a las élites y titulares que se redactan antes del último suspiro. Y luego están los otros. Los que caen en el asfalto y desaparecen en el silencio. Es el caso de Juan Camilo Espinoza, asesinado a sangre fría en hechos aún sin esclarecer a manos de un menor de edad. Mientras su familia lo llora en el anonimato, el país está absorto en el drama político-mediático de Miguel Uribe Turbay, hospitalizado tras un atentado que ya tiene fiscal, abogado estrella, cadena de oración y cobertura especial en los noticieros. ¿Por qué a uno lo lloran en prime time y al otro apenas lo mencionan?
¿Quién era Juan Camilo Espinoza?
Espinoza no era un senador, ni venía de una casta política. Era un joven en condición de discapacidad motriz permanente, abogado y líder en su comunidad. El video de su asesinato, registrado en cámara, es brutal y claro. Pero los medios, las autoridades y la opinión pública optaron por hacerse los ciegos. ¿La razón? No era “noticiable”. No generaba clics, no había dividendos políticos, no pertenecía a los círculos de poder que convierten una tragedia personal en un asunto de Estado.

La cobertura selectiva: ¿indignación genuina o cálculo estratégico?
La indignación que ha generado el atentado contra Uribe Turbay no es gratuita: es un capital político. La firma del abogado Víctor Mosquera, usual defensor de causas uribistas, ya presentó una denuncia penal contra el presidente Petro, acusándolo de generar “ambientes de odio”. El senador está en cuidados intensivos, es cierto, pero la narrativa mediática ya lo ha convertido en mártir de la democracia, en víctima directa de la polarización. En contraste, el caso de Espinoza no tiene abogados mediáticos, no hay una comisión especial investigando su muerte y, lo más grave: no hay país llorándolo.
El sistema que decide quién importa
Según el enfoque de La Cara Oculta del Poder, la política en Colombia no es un instrumento para servir al pueblo, sino un dispositivo de control basado en estrategias emocionales, mediáticas y de manipulación. La diferencia de cobertura entre Uribe Turbay y Juan Camilo Espinoza revela cómo la estructura del poder decide qué muertes merecen titulares y cuáles se archivan como daño colateral.
La corrupción no siempre se manifiesta en contratos amañados o sobornos. A veces se disfraza de silencio. Una prensa que calla es tan corrupta como un político que roba.
El doble estándar como mecanismo invisible
La corrupción estructural, como lo explica el análisis de Corrupción estructural, no solo es el robo descarado de los recursos públicos; es también el sistema de impunidad y olvido que invisibiliza a las víctimas sin apellidos ilustres. El caso de Juan Camilo Espinoza es una herida más en ese cuerpo social que se desangra mientras el país asiste, anestesiado, al circo del poder.
¿A quién le sirve el olvido?
La respuesta es sencilla: al sistema. A ese sistema blindado que protege a sus hijos legítimos (los Turbay, los Uribe, los Char, los Gnecco) y sacrifica a los bastardos (los Juan Camilo, los nadie). Porque una víctima de estrato medio no genera ruido, pero un político herido sí puede convertirse en héroe, mártir, argumento electoral.
Este país no está dividido entre izquierda y derecha, sino entre los que pueden pagar una denuncia ante la Corte y los que ni siquiera consiguen que la Fiscalía conteste el teléfono.
Conclusión: No es odio, es cálculo
La diferencia entre un escándalo nacional y un asesinato silenciado no es la gravedad del hecho, sino el valor simbólico que se le asigna. A Juan Camilo lo mató una bala, pero lo remató el olvido. A Miguel Uribe lo hirió otra bala, pero lo elevó un aparato mediático-político perfectamente engrasado. No estamos frente a dos casos de violencia política: estamos frente a un espejo que nos muestra, sin filtro, el clasismo, el racismo y la hipocresía de un país que sigue llorando a sus príncipes y enterrando en silencio a sus plebeyos.



