El arte de delinquir y ascender: la tragicomedia política de Jorge Cerchiaro

Mientras la ciudadanía colombiana sigue esperando una transformación ética en la política, el sistema se encarga de reciclar a sus viejos conocidos. Esta vez, el turno es para Jorge Alberto Cerchiaro Figueroa, actual representante a la Cámara por el partido Colombia Renaciente —un nombre paradójico si se tiene en cuenta que muchos de sus miembros parecen renacer, sí, pero en las mismas aguas turbias de siempre. Acusado formalmente por la Corte Suprema de Justicia por los delitos de contrato sin el cumplimiento de requisitos legales y peculado por apropiación, Cerchiaro se convierte en el último exponente del ciclo secreto de corrupción que define a gran parte de la dirigencia política de regiones como La Guajira.

Los hechos por los que se le investiga no son nuevos. Ni su modus operandi sorprende. Todo ocurrió durante su paso como alcalde de Barrancas (2016-2019), donde ejecutó un contrato para la supuesta reforestación de la ribera del río Ranchería. Supuesta, porque según las investigaciones, el proceso de adjudicación fue una coreografía de ilegalidades que terminaron sembrando menos árboles de los que se necesitaron para imprimir el contrato.

El negocio que no alumbró nada

Como si fuera poco, desde marzo de 2024 Cerchiaro enfrenta otro juicio, esta vez por haber firmado, en 2018, un contrato para el alumbrado público del municipio sabiendo perfectamente que no había plata para sostenerlo. Su administración firmó convenios con Alumbrado Público de Barrancas S.A.S y su correspondiente interventoría, a sabiendas de que los recursos recaudados no alcanzaban para cubrir la operación del sistema.

¿Negligencia? ¿Estupidez administrativa? ¿Cálculo político? En cualquier caso, Cerchiaro comprometió los dineros públicos de un municipio con graves carencias básicas, vendiendo humo eléctrico con cargo al erario.

Política en Colombia: manual de supervivencia para corruptos

Los casos de Cerchiaro no son excepcionales; son parte del paisaje. Son lo común. Lo “estructural”. Porque en Colombia no se trata de que un político caiga en la tentación de robar. El sistema está diseñado para que esa sea la norma. Como lo plantea “La cara oculta del poder”, la política no es el arte de servir, sino de apropiarse: de los recursos, de las instituciones y de las voluntades colectivas. Se construye con hambre ajena y dependencia planificada.

Cerchiaro, lejos de ser un “infiltrado” o una manzana podrida, es el fruto de una maquinaria que lo protege con impunidad judicial, lo premia con un cargo en el Congreso y lo exhibe como ejemplo de éxito político.

Corte Suprema, sin medida de aseguramiento: ¿una broma?

Uno pensaría que al menos, tras dos acusaciones formales, este señor debería estar rindiendo cuentas desde la cárcel. Pero no. La Sala de Instrucción de la Corte Suprema, muy seria y decorosa, decidió no imponerle medida de aseguramiento. Total, ¿qué podría salir mal si un presunto criminal administra decisiones legislativas desde el Congreso?

Este tipo de decisiones judiciales —así como el famoso aforamiento parlamentario que los blinda de ser juzgados como cualquier otro ciudadano— son parte del blindaje institucional que permite que el ciclo de la corrupción jamás se interrumpa.

La Guajira: tierra fértil para los clanes políticos y la sequía de justicia

El caso de Cerchiaro no puede entenderse sin analizar el contexto de La Guajira, territorio históricamente colonizado por clanes políticos que combinan prácticas clientelistas, mafiosas y nepotistas. Lo de Barrancas es solo una postal más de un departamento donde los contratos públicos son botines de guerra electoral y la pobreza, una excusa funcional para justificar cualquier desfalco.

El contrato de reforestación y el del alumbrado no fueron errores, fueron estrategias. Porque donde hay oscuridad, florece el clientelismo, y donde se prometen árboles que nunca se siembran, se plantan redes de poder.


¿Y la ciudadanía?

Mientras tanto, la ciudadanía —nosotros— permanece anestesiada entre la rabia y la resignación. La impunidad de los gobernantes solo es posible por la indiferencia activa de la sociedad. Si un político corrupto asciende en vez de caer, no es solo porque el sistema lo permite: es porque lo toleramos.

La solución no está en esperar que las instituciones lo resuelvan, sino en activar una ciudadanía vigilante, crítica y empoderada. De lo contrario, Cerchiaro será apenas un nombre más en la galería de criminales con fuero.


Un cierre desde el civismo: sembrar esperanza en vez de contratos falsos

La corrupción no se combate solo con denuncias. También se derrota con civismo, esa “tecnología social” que transforma comunidades desde las pequeñas acciones. Si queremos otra política, debemos construir otra cultura: de respeto, de control ciudadano, de integridad cotidiana.

Porque cada vez que un ciudadano dice “esto no me afecta”, un Jorge Cerchiaro sonríe y se perpetúa.

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