Cuando los políticos venden balas como solución, el único ganador es el sistema corrupto que finge combatir


El Show del Tigre que esconde al corrupto

Volvieron. Como plaga recurrente que infecta cada temporada electoral, han vuelto los vendedores de violencia. Esta vez con disfraces de tigres generados por inteligencia artificial, prometiendo «balín» y «mano fuerte» como si acabaran de inventar la pólvora. Como si Colombia no hubiera transitado exactamente ese mismo camino durante siete décadas de dolor, muerte y fracaso rotundo.

Porque aquí hay que decir las cosas claras: estos personajes no son nuevos, no son valientes, y definitivamente no son la solución. Son el reciclaje más predecible y miserable de una fórmula que ya probamos hasta el cansancio, desde la «guerra total» de Rojas Pinilla —que se gastó la plata de la bonanza cafetera bombardeando su propio país— hasta el macabro «Estatuto de Seguridad» de Turbay Ayala, que convirtió la tortura en política de Estado con métodos dignos de las peores dictaduras del Cono Sur.

Y por si alguien sufre de amnesia selectiva, recordemos que entre 2002 y 2010 tuvimos un gobierno obsesionado con el «conteo de cuerpos«, una política que degeneró en la ejecución sistemática de más de 6.400 civiles inocentes presentados como guerrilleros muertos en combate. Los falsos positivos no fueron «errores«, fueron el resultado lógico de incentivar a las fuerzas armadas a presentar resultados sin importar cómo.

La violencia institucional no derrotó nada. Alimentó el monstruo.

El Populismo como cortina de humo: Mientras gritas «Mano Dura», el corrupto roba

Pero hay algo más perverso detrás de esta resurrección del discurso violento, algo que va mucho más allá de la simple ignorancia histórica. Estos candidatos que prometen «limpieza» —ese eufemismo nauseabundo para hablar de asesinatos selectivos— están vendiendo venganza disfrazada de justicia. Y lo están haciendo porque saben que funciona como distracción perfecta mientras el sistema corrupto que dicen combatir sigue operando sin consecuencias.

Populismo es prometer soluciones simples a problemas complejos. Es vender la fantasía de que con suficientes balas puedes arreglar lo que décadas de exclusión, desigualdad y abandono estatal han destruido. Es manipular el miedo y la frustración legítima de millones de colombianos cansados de la inseguridad para venderles exactamente la misma medicina que nos ha enfermado desde siempre.

¿Y saben qué es lo más cínico? Que mientras estos personajes se disfrazan de salvadores armados y viralizan videos de tigres falsos, los verdaderos depredadores —los políticos corruptos, los empresarios cómplices, los funcionarios que desvían millones— operan en la sombra, protegidos por un sistema judicial colapsado, un marco legal que los blinda y una ciudadanía distraída aplaudiendo propuestas de exterminio.

Porque claro, es más fácil señalar al «bandido» de la esquina que investigar al alcalde que se robó los recursos del PAE, al gobernador que reparte contratos a cambio de favores, o al congresista que lleva tres décadas reciclándose en el poder sin haber hecho nada diferente a enriquecerse.

La Verdad incómoda: Ganar la guerra era imposible, mantener el negocio sí

Seamos honestos con los hechos: Colombia intentó ganar militarmente un conflicto armado de más de 50 años. Fracasó. Rotundamente. Entre 1995 y 2004, cuando el conflicto alcanzó su punto más álgido, dejó 202.293 víctimas. Doscientas dos mil personas. No estamos hablando de estadísticas abstractas, sino de madres, padres, hijos, hermanos, comunidades enteras arrasadas.

Entonces llegamos a una mesa de negociación, se firmó un acuerdo de paz que —con todos sus defectos, con todas sus imperfecciones— representó una oportunidad de romper ese ciclo infernal. ¿Y qué pasó? Que los mismos que prometían «acabar con la guerrilla a plomo» ahora lloran porque la Jurisdicción Especial para la Paz no mete a los excombatientes en cárceles convencionales.

Aquí hay que preguntarse: ¿De verdad creen que un grupo armado con poder territorial, capacidad militar y recursos entrega las armas a cambio de una celda? ¿O será que prefieren la guerra eterna porque es más rentable electoralmente que la paz imperfecta?

La justicia transicional no es impunidad. Es la única forma viable de procesar crímenes masivos sin colapsar el sistema judicial y sin perpetuar la guerra. Conocer la verdad, reparar a las víctimas, garantizar la no repetición: eso también es justicia. Pero claro, es menos espectacular que prometer fusilamientos masivos desde un helicóptero.

El Sistema que protege al corrupto necesita que sigas mirando hacia otro lado

Y mientras el debate público se concentra en si hay que darle «balín» a los delincuentes o negociar con grupos armados, el verdadero enemigo de Colombia —la corrupción estructural— sigue operando con impunidad casi total.

¿Por qué? Porque el sistema está diseñado para proteger a los poderosos. El aforamiento que blinda a congresistas y funcionarios de alto nivel, los procesos judiciales que se eternizan hasta que prescriben, la complicidad entre sectores políticos y económicos, la falta de auditorías independientes, la opacidad en la contratación pública: todo eso garantiza que mientras tú te indignas con el ladrón de gallinas, el que se roba millones siga siendo tu próximo alcalde.

La corrupción no es un problema de individuos aislados. Es un sistema. Una red de complicidades que va desde el funcionario que cobra sobornos hasta el empresario que financia campañas políticas a cambio de contratos inflados, pasando por el ciudadano que justifica al corrupto porque «al menos arregla calles«.

Y ese sistema se fortalece cada vez que elegimos a un candidato que promete violencia en lugar de transparencia, venganza en lugar de justicia, espectáculo en lugar de gestión seria.

Lo que realmente necesitamos (Pero no vende en redes sociales)

La solución no es sexy. No se puede reducir a un video de 30 segundos con música épica y efectos de tigre. Pero es la única que funciona:

Un sistema judicial fortalecido que persiga y sancione tanto a los violentos como a los corruptos. Cárceles dignas enfocadas en la resocialización, no en la venganza. Procesos judiciales ágiles y transparentes. Eliminación del aforamiento para que los funcionarios públicos respondan como cualquier ciudadano. Auditorías independientes obligatorias en la gestión de recursos públicos. Penas severas con inhabilitación perpetua para quienes se roben lo público. Educación que prevenga que los jóvenes sean absorbidos por las economías ilegales.

Pero sobre todo: una ciudadanía que deje de aplaudir a los vendedores de violencia y empiece a exigir rendición de cuentas real. Porque mientras sigamos comprando el discurso del «tigre» que promete acabar con todo a punta de balas, el verdadero depredador —el político corrupto— seguirá depredando sin consecuencias.

La pregunta que define nuestro futuro

Balín, balas, bombas y ejecuciones extrajudiciales ya tuvimos desde 1948. Nos trajeron 300.000 muertos en La Violencia, décadas de conflicto armado, paramilitarismo, narcotráfico y un Estado ausente en gran parte del territorio. ¿De verdad vamos a seguir cavando para salir del hueco?

O peor aún: ¿vamos a seguir permitiendo que los candidatos populistas nos distraigan con shows de tigres falsos mientras los corruptos de verdad vacían las arcas públicas?

La corrupción no se combate con balas. Se combate con transparencia, instituciones fuertes, justicia efectiva y una ciudadanía que no se deje engañar por el espectáculo. El sistema corrupto necesita que sigas gritando «mano dura» para seguir operando en silencio.

La pregunta no es si Colombia necesita seguridad. Por supuesto que sí. La pregunta es si vamos a exigir seguridad dentro del marco del Estado de derecho y con justicia real, o si vamos a seguir eligiendo a los mismos vendedores de violencia que llevan 70 años fracasando mientras los corruptos sonríen.

Porque al final, cada voto por un candidato que promete violencia es un voto más de impunidad para el corrupto que se roba tu futuro. Y eso, sí que es ser cómplice.


¿Listo para ver más allá de los titulares? En corrupcionaldia.com exponemos los sistemas que permiten la corrupción, no solo los actos. Porque la verdad no se lee, se siente.

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