Cuando el cazador se convierte en presa: la historia de una condena anunciada

La jueza Sandra Heredia no solo condenó a Álvaro Uribe Vélez a 12 años de prisión domiciliaria. Le hizo un favor histórico a la verdad: validó cada palabra que Iván Cepeda pronunció hace 11 años en el Congreso, cuando acusó al entonces todopoderoso expresidente de tener vínculos sistemáticos con paramilitares y narcotraficantes.

¿La ironía más deliciosa? Fue la propia soberbia de Uribe la que construyó su condena. Al denunciar a Cepeda por «manipulación de testigos«, no solo terminó absolviéndolo de toda culpa, sino convirtiéndose en el primer expresidente condenado en Colombia por exactamente el mismo delito que quiso endilgarle a su acusador. Como diría cualquier abuela paisa: «El que escupe pa'rriba, en la cara le cae«.

MÁS ALLÁ DE UNA CONDENA: EL MAPA COMPLETO DE LA IMPUNIDAD

El Fenómeno del Culto Político

Lo que más sorprende de esta condena no es que haya llegado, sino que tomara tanto tiempo. Y más aún: que siga teniendo defensores entre quienes más sufrieron sus políticas. Como lo expresan con crudeza algujnos analistas: «Lo incomprensible es ver al oprimido defendiendo a su opresor como si fuera su salvador, como si agradeciera la cadena con la que lo amarraron«.

Uribe no construyó un proyecto político; construyó un fenómeno de culto. Logró que el celador vote por él, que el mototaxista comparta sus frases, que el campesino lo idolatre sin saber que le quemaron la finca «con bendición presidencial«. Un síndrome de Estocolmo colectivo que desarma cualquier lógica democrática.

La Anatomía de un Sistema Corrupto

Los Años Dorados del Narcotráfico (1980-1982)

La historia comenzó mucho antes del debate de 2014. Siendo director de Aeronáutica Civil entre 1980 y 1982, Uribe otorgó licencias como si repartiera volantes en semáforo. Pero no a cualquiera: a los pesos pesados del Cartel de Medellín.

Le dio licencia al helicóptero que terminó en Tranquilandia, el complejo cocalero más grande de la historia. ¿Casualidad? El helicóptero era de una empresa donde su padre Alberto Uribe tenía participación. Los derechos se traspasaron curiosamente dos meses después del operativo antidroga. «Muy extraño«, como diría Cepeda, que información de esa época se «perdiera» en Aerocivil durante los ocho años de presidencia uribista.

A su concuñado Jaime Alberto Cifuentes Villa le otorgó licencia de piloto. Los Cifuentes Villa no eran precisamente una familia de aviadores recreativos: eran el clan que proveía cocaína al Cartel de Sinaloa y lavaba activos desde los años 80. Dolly Cifuentes, pareja de su hermano Jaime Alberto, terminó extraditada y condenada en Estados Unidos.

Fabio Ochoa y sus dos hermanos tienen un lazo que une con la familia Uribe Vélez. Por ejemplo, el helicóptero con placas HK-2704-X, de color azul y blanco, el cual utilizaba Alberto Uribe Sierra, padre del expresidente Uribe.

Según el general en retiro de la Policía Nacional, Luis Luis Ernesto Gilbert Vargas, este helicóptero pertenecía a una empresa donde la familia Ochoa tenía injerencias. Ese helicóptero, utilizado por Uribe Sierra, fue encontrado en la operación donde fue destruida la finca Tranquilandia, el complejo de cocaína más grande de la historia del país, perteneciente a Pablo Escobar.

Ante este hecho, el expresidente Alvaro Uribe Vélez afirmó que fue su hermano Jaime, alias “el pecoso”, el encargado de vender el helicóptero, porque este había quedado casi destruido.

De acuerdo con Gustavo Salazar, el papá de Fabio Ochoa, quien tiene el mismo nombre de su hijo, es pariente de Álvaro Uribe Vélez y vivieron en el mismo municipio de Salgar. Acorde con las palabras del abogado Salazar, este tema está muy bien documentado por la empresa legal que tenía Fabio Ochoa (padre) de la venta de los caballos y donde la familia Uribe era cliente.

Los ochoa fueron los primeros en impulsar la carrera política de Álvaro Uribe Vélez, Alcaldía de Medellín y participación en cargos importantes del gobierno nacional.

El la foto Álvaro Uribe en una esquina y en la otra el Joven Ochoa. Reunión de Narcos en Medellín.

Las Convivir: Legalización del Terror

Como gobernador de Antioquia (1995-1997), Uribe perfeccionó la fórmula: legalizar el paramilitarismo bajo el eufemismo de «cooperativas de seguridad«. Las famosas Convivir fueron, según múltiples sentencias judiciales, «un elemento para el desarrollo y expansión de los grupos paramilitares«.

Mientras Uribe las vendía como «grupos de gente de bien con radiecitos«, la realidad era escalofriante: 422 subametralladoras, 373 pistolas, 217 escopetas, 17 ametralladoras Mini Uzi, fusiles Galil, lanzacohetes y granadas de fragmentación. ¿Para qué necesitaba «gente de bien» con «radiecitos» semejante arsenal?

Las cifras no mienten: durante el funcionamiento de las Convivir, las masacres en Antioquia aumentaron 371.4%, con un 80% perpetradas por paramilitares. Pero claro, eran solo «gente de bien» protegiendo sus fincas.

El Precio de Decir la Verdad

Pedro María Valle, presidente del Comité de Derechos Humanos de Antioquia, le advirtió a Uribe en 1996 sobre planes de atentados en la vereda Las Granjas. La respuesta del gobernador fue descalificarlo y acusarlo de «afectar a las Fuerzas Armadas». Seis meses después asesinaron a cuatro líderes exactamente donde Valle había advertido. A él lo mataron el 27 de febrero de 1998.

Según declaraciones del paramilitar «Don Berna«, Pedro Juan Moreno (secretario de Gobierno de Uribe) le informó a Carlos Castaño que Valle «era una persona que hace parte del ejecutivo de las Farc«. La orden estaba dada. Valle pagó con su vida el crimen de decir la verdad sobre Uribe.

La Presidencia: Cuando el Sistema se Perfecciona

El Respaldo Paramilitar

Según Salvatore Mancuso, las AUC apoyaron «como organización» la campaña presidencial de Uribe. En reuniones con Pedro Juan Moreno en 2001, se acordó que los paramilitares dejarían de hacer «acciones con objetivo múltiple» (masacres) porque perjudicaban la campaña.

Los Ochoa lanzaron públicamente su candidatura en 1997. Fabio Ochoa encabezó una manifestación de más de 3,000 personas respaldando a Uribe en la Plaza Cisneros de Medellín. La alianza entre narcos, paras y políticos había encontrado su candidato perfecto.

Los Falsos Positivos: Genocidio con Estadísticas

Ya como presidente, Uribe perfeccionó la fórmula del horror: convertir el asesinato de civiles inocentes en «resultados operacionales«. 6,402 personas fueron asesinadas por militares y presentadas como guerrilleros dados de baja. Un genocidio sistemático maquillado como «seguridad democrática«.

Cada campesino asesinado era una estadística más para mostrar «resultados«. Cada madre que lloraba a su hijo era «daño colateral» del éxito presidencial. Un presidente que vendía prosperidad mientras repartía contratos entre amigos y cadáveres entre estadísticas.

EL DEBATE QUE CAMBIÓ LA HISTORIA

16 de Septiembre de 2014: La Verdad en el Congreso

Iván Cepeda no llegó con las manos vacías a enfrentar a Uribe. Había entrevistado ex paramilitares en cárceles de Colombia y el exterior, revisado documentos judiciales, analizado registros de prensa de tres décadas. Su debate «Álvaro Uribe Vélez: narcotráfico, paramilitarismo y parapolítica» no era una opinión: era una radiografía forense del sistema corrupto.

Escenas del debate

Juan Guillermo Monsalve, recluido en Cómbita por 40 años, le había contado cómo el Bloque Metro se conformó en la finca Guacharacas de los Uribe. No era chisme de cárcel: Monsalve había declarado lo mismo ante Justicia y Paz. Pablo Hernán Sierra García, ex comandante del Bloque Cacique Pipintá, corroboró la versión ante justicia ordinaria.

La Reacción del Poder

La respuesta de Uribe fue típica de su carácter: en lugar de defenderse con argumentos, corrió a denunciar. Se retiró del Congreso y fue directo a la Corte Suprema a acusar a Cepeda de «manipulación de testigos«. Su argumento era que Monsalve había mentido motivado por beneficios prometidos por Cepeda.

Había un problema: Monsalve ya había declarado lo mismo ante Justicia y Paz, antes de hablar con Cepeda. La mentira era evidente, pero Uribe apostó a que su poder político pesaría más que la verdad. Se equivocó.

LA JUSTICIA QUE LLEGÓ TARDE PERO LLEGÓ

El Cazador Cazado

En 2018, la Corte Suprema sorprendió al país: absolvió completamente a Cepeda y abrió investigación contra Uribe por manipulación de testigos. Al expresidente le tocó renunciar a su curul para no ser investigado por la Corte sino por justicia ordinaria. Su pupilo Iván Duque era presidente, su protegido Francisco Barbosa era fiscal. El escenario parecía perfecto para la impunidad.

Pero el 4 de agosto de 2020, la Corte ordenó la detención domiciliaria de Uribe. El magistrado Héctor Alarcón explicó: «La providencia fue adoptada con base en posibles riesgos de obstrucción a la justicia". Uribe, el hombre que se creía intocable, terminó arrestado por exactamente lo mismo que acusó a Cepeda.

El Final de una Era

La salida de Duque y Barbosa, la llegada de Petro y Luz Adriana Camargo a la Fiscalía, y especialmente la designación de la jueza Sandra Heredia, cambiaron el tablero. Heredia no se dejó intimidar por las cátedras jurídicas de Uribe ni por las quejas de sus abogados eternos, Jaime Lombana y Jaime Granados.

La condena del 28 de julio de 2025 no es solo contra Uribe: es la validación histórica de todo lo que Cepeda denunció hace 11 años. Cada párrafo del debate de 2014 quedó ratificado por un tribunal de justicia.


REFLEXIÓN FINAL: EL ESPEJO DE NUESTRA DEMOCRACIA

Esta condena es más que un fallo judicial: es un espejo cruel de lo que hemos sido como sociedad. Uribe no llegó al poder por casualidad, no se mantuvo por accidente, no construyó su culto político en el vacío. Lo hizo con nuestro silencio cómplice, con nuestra indiferencia conveniente, con nuestra capacidad infinita de mirar hacia otro lado cuando la verdad nos incomoda.

La pregunta que nos deja esta condena no es si Uribe era culpable – eso ya lo sabíamos desde hace décadas. La pregunta es si estamos dispuestos a aprender de este espejo, o si preferimos seguir creyendo que la impunidad es normal, que la corrupción es inevitable, que la verdad es opcional.

Porque al final, Uribe no fue solo un problema de Uribe. Fue un problema de todos nosotros. Y mientras no entendamos eso, seguiremos produciendo nuevos Uribes, con diferentes apellidos pero con la misma fórmula: poder sin límites, verdad sin valor, justicia sin dientes.

La condena llegó. La pregunta es si nosotros también hemos aprendido la lección.

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