Absoluta verdad que Aida Merlano, destacada discípula y participe de la corrupción electoral en el departamento del Atlántico, no inventó nada. Todo lo encontró hecho, estructurado, dispuesto como una plataforma de usufructuaria a la que ella colocó su pimienta de sensualidad descrestando a todos los que encontró con la cadencia de su paso.

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Nadie podía resistirla. Los que la conocen caían, caen, arrobados ante su sonrisa y desprejuicio moral, hecho relevado al desgaire por su hija al señalar en una entrevista televisiva que su mamá no tiene problemas en desnudarse ante cualquiera persona en disímiles circunstancias. Se las sabe todas usando su belleza para dominar hasta el más fiero y pintado como Julio Gerlein a quién que puso como un pajarito manso a comer de su mano.

Una simpatía desarrollada desde la infancia, acrecentada en la adolescencia entre las boliteras del barrio Buenos Aires a las que conocía una por una. A sus vecinos que confiaban en ella y en sus intermediaciones para conseguir de todo: desde materiales de construcción, empleos, contratos, pavimentación, becas y dinero. Una tradición aprendida del padre de Aida, Domingo “Monchi” Merlano, uno de los tantos líderes barriales utilizados por Julio Gerlein para apuntalar la empresa electoral consistente en la elección de su hermano Roberto como senador, quién a su vez sería su sostén a través de sus relaciones e influencias en la consecución de contratos de obras públicas que lo erigiría como uno de los súper contratistas de Colombia. Con un poder tan omnímodo que gritaba feroz, grosero, deslenguado a los directivos y empleados de las dependencias públicas que lo citaban para dirimir problemas derivados de sus obras. Llegaba a responder con una arrogancia que intimidaba, amenazando con hablar con los “jefes” y cobraran la cabeza pedida del que osaba molestarlo pidiéndole minucias de los contratos y las obras.

Aida siempre fue conservadora gerleinista. Uno de los tantos engranajes electorales de este grupo político en los barrios populares de Barranquilla engrasados con dinero y dadivas en la que muy pronto la pizpireta muchacha fue admiración por su enjundia organizando apoyos barriales, peleando, negociando voto por voto para Roberto y su hermano, el fallecido “bulldozer” Jorge.  Cuando era estudiante de bachillerato en el colegio Rafael Borelly, Aida hizo un auto de fe sobre el senador Roberto Gerlein al que dijo seguir por “las ideas que él promovía a favor de la familia, los principios y los valores. Yo me identifico mucho con él, siempre ha sido mi inspiración, mi ejemplo y mi modelo”. No hay duda que así fue.

En esos avatares, luego de una separación de su pareja Manzaneda padre de sus dos hijos, conoce al concejal Carlos Rojano que aparece en la escena política como miembro en la civilidad electoral proveniente de las huestes del antiguo EPL, un grupo guerrillero desmovilizado que integra la coalición del Movimiento Ciudadano respaldando la alcaldía del cura Bernardo Hoyos, quien, por esa causa, señala en sus alocuciones que conoce íntimamente a Aida.

Es cierto. Bernardo conocía todas las mujeres de los miembros de su movimiento a las que muchas veces protegía de las infidelidades y abusos de sus maridos como una especie de padre espiritual. A veces los regañaba públicamente sometiéndolos a la vergüenza pública. Por ello señala que Aida era bonita, una verdad demasiado peligrosa de indicar, e inteligente, lo que constituye una perfecta invención en el verbo encendido de Hoyos confundiendo sus movimientos tácticos en la politiquería con la astucia de una Mata Hari criolla que tras su paso por la Cámara de Representantes no pudo mostrar ninguna cualidad especifica de la mencionada “inteligencia” en su rol de legisladora. Algunos la recuerdan en los pasillos del congreso mostrando fotos de un personaje político de Barranquilla comprometido en juegos sexuales de alta intensidad y su tendencia a la bonitura con estilista de cabecera para lucir siempre sensual y elegante a la hora de mostrarse en los vericuetos del poder en Bogotá.

El auge de Carlos Rojano

Rojano llega en su migración política al gerleinismo apoyado por la estructura ultra conocida de Aida que se las sabe todas y una más en los asuntos de cómo conseguir votos en donde campean las necesidades por las carencias de la pobreza.  Así que su esposo Rojano llega por segunda vez al Concejo de Barranquilla en el 2008, esta vez no en su plan de militante de izquierda sino de todo lo contrario, de un grupo de derecha conservador perteneciente a la rancia burguesía barranquillera, un convertido absoluto sin escrúpulos ideológicos al respecto.

Brilla con luz propia Aida.  En el 2002 ese mismo grupo político Conservador gerlenista respalda el salto cuántico de la  lideresa en ciernes que pese a su condición de primípara en estas lides alcanza la votación más alta del departamento en la Asamblea del Atlántico: 42.275 apoyos. Es una estrella en ascenso que deslumbra al que se le acerca, incluso a su jefe Julio Gerlein que empieza a soñar más de la cuenta con sus encantos.

Todavía casada con Carlos Rojano inicia una relación sentimental intensa con Julio Gerlein que bota –y vota- la casa por la ventana por sus amores. Es vox populi y Rojano, displicente, se echa a un lado. El problema era que Aida era mochilera, capitana electoral de las barriadas populares y su ascenso político empieza a provocar suspicacias en la vieja militancia del partido Conservador perteneciente a las élites que no se resignan a “tragarse” ese sapo de una advenediza en una feroz e inalcanzable carrera política.

El poder de Aida

Conoce, mejor que todos ellos, cual es la labor de los marcadores en las elecciones. De la forma de pagar los “servicios” electorales y en qué circunstancias. De cómo zonificar llevando el control estricto sobre los votantes para tener un aproximado general que le permitiera hacer alianzas o negocios con candidatos de otros partidos. Eso fue lo que sucedió en el caso Casa Blanca.  En un informe de El Espectador se presenta la estructura delictiva electoral:

Era tan sofisticada la empresa criminal para la compra de los votos, que esta contaba con un área de gerencia, otra de recursos humanos, personal administrativo, oficina de sistemas y área de seguridad. Los coordinadores se encargaban de recomendar a quienes pudieran desempeñarse como líderes, desde una premisa: que tuvieran la capacidad de reclutar un alto número de votantes. Los líderes accedían al Comando Central para conocer de cerca las instrucciones y de qué manera llenar una especie de formulario de inscripción con los datos de quién lo recomendaba y el número de votantes que se comprometía a conseguir.

Los líderes recibían talonarios desprendibles y huelleros para diligenciarlos con los datos de los votantes. Una vez conseguidos, la promesa se sellaba con la entrega de $50.000. Luego los líderes regresaban a la Casa Blanca o Comando Central para la revisión de sus talonarios. Allí, los llamados punteadores, a través de una lupa, verificaban que las huellas plasmadas por los votantes en los desprendibles coincidieran con aquellas que aparecían en las fotocopias de las cédulas de ciudadanía que siempre iban adjuntas. Los punteadores también tenían su propia lista de instrucciones para el éxito de la organización.

En adelante, en el área de sistemas, se verificaba que los votantes asignados a determinado coordinador no se cruzaran con otro, es decir, que no se repitieran. Además, en esta sección se debía establecer cuál era el puesto de votación de cada votante, permitiendo de paso un control a futuro sobre los sufragios necesarios para cada sitio. Con una regla ineludible: las personas debían estar zonificadas en máximo tres puestos de votación por líder y, en cada uno de ellos, debían existir como mínimo 10 votantes. Esta oficina de sistemas contaba con al menos 23 digitadores.

Cuando concluía el trabajo de los punteadores y del área de sistemas, comenzaba el proceso de zonificación. Si el trabajo de los líderes estaba bien realizado, recibían $15.000 por cada votante para ser entregado como anticipo, con el correspondiente subsidio de transporte. Luego de la correcta zonificación de las personas, los líderes debían retornar al Comando Central para acceder a los recursos complementarios. En cuanto a los votantes, cuando recibían los $15.000, los líderes debían firmar letras de cambio en blanco como garantía de no apropiarse de los recursos.

Al concluir la zonificación, empezaba la etapa didáctica que consistía en visitar a los votantes en sus casas para enseñarles cómo votar por Aida Merlano al Senado y por Lilibeth Llinás a la Cámara. Después los líderes recibían contraseñas para identificarse el día de los comicios, con suficiente información sobre las casas de apoyo. Estas últimas eran 187 terrazas arrendadas por la organización en Barranquilla y otros municipios donde no solo se hacían las simulaciones de las votaciones, sino que se definía también cómo cancelar en dos porcentajes por los votos comprados.

El día de las elecciones, cuando el votante ejercía su derecho al voto, le entregaba el certificado electoral a su líder y este le daba los $35.000 que se le debían como excedente. Los líderes debían grapar los certificados electorales con los stickers recibidos en el Comando Central, y los punteadores diligenciaban los formatos de constancia de entrega de los dineros. Al terminar el trabajo, cada líder recibía el dinero del 30 % de los votantes que aún no había sido cancelado, más $10.000 por cada sufragante. Si habían cumplido con el 80 %, recibían $10.000 adicionales por votante.

Si bien los Gerlein, en una ciudad liberal como Barranquilla patentaron el célebre TLC (techo, ladrillos y cemento) con estrategias económicas de todo tipo para atraer electores –es celebre una frase histórica de un allegado al clan: “Que no se pierda una elección por falta de plata”- después todas las campañas políticas, todas, adoptaron y desarrollaron parte de esa metodología de corrupción electoral que se volvió “ley” ilegal sobre la legislación electoral vigente que quedó como un absoluto saludo a la bandera; un método importado, según diría Roberto Gerlein en entrevista radial, desde el departamento del Magdalena e implementado con mayores niveles de sofisticación en el Atlántico.

Siguiendo con estos paradigmas de cómo comportarse “correctamente” en una elección usando métodos basados en la compra de la conciencia del elector es preciso mencionar, dentro de las mismas huestes gerleinistas conservadoras, a una figura conspicua con una trayectoria en algunos tramos similar a la de Aida Merlano. Se trata del ahora senador Laureano Acuña, más conocido con el remoquete de “El gato volador”, surgido también en las barriadas populares de Barranquilla, mochilero, capitán electoral, con poder para amasar gruesas votaciones lo que le permite negociar con otros políticos y movimientos en las empresas electorales. Es un mercado perfectamente medible usando estadísticas, cruce de datos en las redes que permite saber en tiempo real cuantos votos necesita X candidato para salir elegido y cuál es el costo real de esa votación. La diferencia de Acuña con Merlano apunta a que este no se enredó sentimentalmente con el capo Julio Gerlein y que su corronchera popular lo sacaba de la tentación de irse a dar vueltas y rozar a los dueños del balón en sus territorios. En síntesis, una cucaracha que no pisaba gallineros ajenos.

Aida sí y en qué forma. Tomando, bailando, seduciendo, montándose lenta pero segura en el potro de las aspirantes a suceder al ya viejo senador Roberto Gerlein, enfermo, cansado y con ganas de no hacer definitivamente nada para gozar plenamente su jubilación.  Tras la toma de la decisión de Aida a aspirar al senado se encontraba Julio Gerlein, confiando en tener una senadora de confianza a la cual pudiera direccionar como antaño lo hizo con Roberto que era apenas la punta del iceberg, la cara visible de la organización de su empresa de contratos de obras públicas que creció inexorable, no solo en Barranquilla, donde era el mayor contratista, sino en otros sectores de la geografía nacional.

Para impulsar la campaña de Aida se montó la sede llamada Casa Blanca ubicada en un estratégico sector del norte de Barranquilla, a unos metros del emblemático colegio Marymount y del barrio El Golf como una especie de estandarte del gran salto que daba la muchacha bonita y avispada del barrio Buenos Aires a uno de los barrios de la élite de Barranquilla en donde campeaba su imagen, como una quinceañera rediviva, en tierno color rosado.

Eso es en definitiva lo que se hacía en la llamada Casa Blanca de Aida Merlano, montada bajo los auspicios de Julio Gerlein en donde la Fiscalía encuentra pagos de por lo menos $11.000 millones para la campaña electoral. Un flujo de caja generoso y desprendido que soportaba las diversas cuentas de la campaña: las legales e ilegales. Pago para el numeroso equipo que allí se encontraba, entre ellos los guardias de seguridad, los digitadores de información para incorporar en las bases de datos, los profesores que enseñaban a votar y los pagos de diverso talante; desde la caja menor, regalos y dadivas. Según la Fiscalía el soporte de este apoyo financiero era Julio Gerlein que además vigilaba personalmente tanto a Aida como sus inversiones electorales fueran bien encaminadas en la empresa montada, dicho desde el punto de vista de la decencia política pues la Corte Suprema de Justicia la denominó – que feo para un señor de tantas campanillas- como una “empresa criminal”.

El amor desbocado produce distorsiones de la realidad y es así como Julio Gerlein perdió la sindéresis y prudencia que hasta este momento lo habían mantenido alejado de las indagaciones judiciales pues desde su cuenta de Bancolombia se giraron diversos cheques a favor de personas sin ninguna relación con la campaña, algunos de ellos con identidades falsas que entraban, para despistar, a una larga cadena de endosos hasta que finalmente, igual a una carretera con destino trazado, llegar hasta las personas relacionadas con la campaña de Aida Merlano. Sencilla y estúpida formula que colocó al ingeniero Gerlein en la mira de la fiscalía que señaló que una sola persona podía cobrar varias veces las sumas consignadas en los cheques. Por ejemplo, Edwin Martínez, José Antonio Manzaneda –primer marido y padre de los hijos de Aida Merlano- y Andrés Niño cobraron 25 cheques girados por Gerlein. En total, el ingreso desde las cuentas de Julio Gerlein a la campaña de la Merlano fue por $11.000 millones de pesos. Por supuesto que Gerlein, conocedor como pocos de la forma en que se mueven las campañas políticas en Barranquilla tenía perfecto conocimiento de los usos que se le daba a su dinero y encima lo supervisaba.

Total, que Aida, tal como se pronosticaba públicamente al contar con los auspicios de su poderoso mentor salió elegida sobrepasando los cálculos previstos de más de 50.000 votos. Esas previsiones, esas sumas, le dieron para armar alianzas electorales con los votos sobrantes con la candidata Lilibeth Llinas, del partido Cambio Radical bajó la égida del senador Arturo Char.  Aida sacó un total de 67.178 votos pero no alcanzó a disfrutar este efímero triunfo pues en una jugada insólita en la historia de las elecciones en Barranquilla, la Fiscalía y la Policía, alertadas por una “misteriosa” llamada allanó la sede Casa Blanca el 11 de marzo de 2018 en una operación cantada pues el entonces Fiscal Néstor Humberto Martínez había dicho meses antes, con brillo luciferino en sus ojos, que estaba asqueado de la corrupción electoral en Barranquilla fabricando una especie de prologo dramático para los ulteriores acontecimientos.

La caída de la Casa Blanca arrastró a varios políticos de su partido Conservador y de Cambio Radical (entre ellos Arturo Char y Lilibeth Llinas), que son, en suma, y no es coincidencia, los verdaderos factores de poder real político en Barranquilla y dueños absolutos de las obras publicas en que participa el Distrito. Aida también tenía sus planes y entre ellos no estaba precisamente seguir de “marioneta” de Julio Gerlein ni del partido Conservador pues en las elecciones anteriores, en contravía a los lineamientos de su partido, siguiéndole la corriente a Julio Gerlein, había votado por la candidatura de Alfredo Varela a la gobernación del Atlántico. Según ella, hasta el momento clave de su apoyo, Varela “marcaba bajito en las encuestas y se disparó a raíz de mi respaldo”. De ella, pero especialmente en materia financiera, de Julio. Después se mostrarían las verdaderas causas de esta insólita alianza cuando se nombró a Alfredo Varela en Cormagdalena en donde la empresa Navelena, constituida por Odebretch y Valorcon con una porción minoritaria accionaria de la empresa de Gerlein, resultó beneficiada con una decisión de Varela que lo mantiene bajo vigilancia fiscal por parte de la Contraloría y la Fiscalía.

El castigo para Aida Merlano se configuró a partir de una condena de 15 años de cárcel por parte de la Corte Suprema de Justicia de la que se evadió en el mejor sentido espectacular hollywodiano.  Había amenazado con denunciar con todos los rasgos y señas a todos los demás integrantes de la empresa electoral criminal que la auspició. El 22 de octubre de 2019 el Consejo de Estado, en fallo de segunda instancia confirmó la perdida de la investidura por violación a los topes permitidos en su campaña lo que en plata blanca significa que el amor desmedido de Julio Gerlein suministrándole recursos cavó la tumba política de su amada.

Gerlein se ha defendido en su crisis de todas las formas. Del corazón, de sus amores contrariados con Aida; no, pues desarrolló una celotipia con las andanzas de la dama de su ajedrez pendiente que otros reyes o aspirantes no se la comieran. Se enteró de un “flirt”, no como dicen las redes sociales y en sotto voce, con Arturo Char sino con su hermano Alcalde Alex con las consecuentes rabietas de Julio en tal sentido que alcanzaron hasta amenazas en el aristocrático club ABC frente al clan Char con toda la carga de confrontación que tal situación implica.

Con el agravante que hasta ese momento eran socios políticos y participes en el ponqué de contrataciones del Distrito de Barranquilla, dos variables que no sopesó en su airado reclamo. Aida, capturada y trasladada a una cárcel bogotana, se deprimió ante tan tétrico panorama y cada cierto tiempo amenazaba con irse de ventilador pues según ella no era la única depositaria de esa empresa criminal. Les decía a los medios que contaría todas las verdades de la historia e incluso, en un acto de desesperación pues tiene la condición psíquica de bipolar, trató de suicidarse en medio de una crisis depresiva de la que solo saldría cuando desde afuera la armaron la publicitada fuga que la desapareció del panorama quizás para siempre.

No tiene sentido regresar en tan terrible encrucijada judicial pues le cortaron los vínculos, no solo con la política, sino con la ciudad donde creció, con su familia que todavía no se repone; igual que el vecindario del barrio Buenos Aires, del Unión, de sus amigas boliteras, del auge y caída de la bella y talentosa muchachita hija de Monchi Merlano. Igual al vuelo de Ícaro, cuando se acercó demasiado al sol se le derritieron las alas cayendo estrepitosamente.

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