El teatro de la «unidad democrática» esconde el mismo libreto de siempre: impunidad disfrazada de institucionalidad


La farsa de los salvadores

Mientras Abelardo de La Espriella propone «unidad» entre candidatos de derecha siete días antes del plazo para inscribir firmas, Colombia enfrenta una verdad incómoda: la corrupción no tiene color político, pero sí tiene cómplices muy bien vestidos. La propuesta del abogado mediático —cercano a Álvaro Uribe, defensor de paramilitares, residente en Estados Unidos por más de una década— de realizar una encuesta para «escoger un candidato único de la democracia» es el epítome de una estrategia tan vieja como efectiva: presentar como solución lo que siempre ha sido parte del problema.

Más allá de los titulares sobre candidaturas y encuestas, este episodio revela un sistema silencioso que ha operado durante décadas en Colombia: la derecha tradicional se ha apropiado del discurso anticorrupción mientras construye, protege y perpetúa las estructuras que hacen posible la impunidad. Y lo más alarmante no es que lo hagan, sino que millones de colombianos aplauden, votan y defienden a quienes los mantienen encadenados.

Según el Índice de Percepción de la Corrupción 2023, Colombia ocupa el puesto 91 de 180 países. Pero más revelador es que durante los 16 años de hegemonía uribista (2002-2018), los escándalos de corrupción escalaron exponencialmente: parapolítica, yidispolítica, falsos positivos, chuzadas ilegales, financiación paramilitar. ¿Cuántos de esos responsables están en la cárcel? ¿Cuántos siguen haciendo campaña?

El Mecanismo Expuesto – Cómo funciona la corrupción «Institucional»

La estrategia de De La Espriella no es innovadora; es el mismo manual que la derecha colombiana ha perfeccionado durante décadas. Primero, te presentas como «independiente» —un outsider que no pertenece a la clase política corrupta—. Luego, recoges firmas para legitimarte con «el aval del pueblo«. Finalmente, cuando necesitas poder real, te «unes» con los partidos tradicionales en nombre de la «democracia» y la «institucionalidad«.

Este es el truco democrático que Alejandro Nieto describió en «El desgobierno de lo público»: un sistema diseñado para proteger a la élite política mediante mecanismos que parecen democráticos pero son profundamente excluyentes. En Colombia, esto se manifiesta en:

  1. El aforamiento de congresistas y altos funcionarios que los blinda de rendir cuentas
  2. La lentitud calculada de procesos judiciales contra políticos poderosos
  3. El clientelismo disfrazado de «gestión social»: arreglan una calle antes de elecciones, reparten subsidios estratégicos, y venden la idea de que «al menos hacen algo«
  4. La normalización del «roba pero hace« como criterio electoral válido

De La Espriella encarna este mecanismo invisible. Participó activamente en el proceso de paz con paramilitares en El Ralito —ese mismo proceso que terminó con cientos de políticos uribistas condenados por nexos con grupos armados ilegales—. A través de la Fundación Fipaz, promovió la causa paramilitar buscando su inclusión en la vida política. Defendió a varios de ellos en procesos penales, «aunque con poco éxito«, como admite discretamente el registro.

Ahora, este mismo personaje propone ser el «candidato único de la democracia». La ironía sería cómica si no fuera tan trágica.

Los actores y sus roles – El teatro del uribismo

Analicemos a los protagonistas de esta farsa:

Álvaro Uribe Vélez: El gran arquitecto de la impunidad elegante. Bajo su mandato se perpetraron los falsos positivos (más de 6.400 ejecuciones extrajudiciales), se consolidó la parapolítica (más de 60 congresistas condenados por vínculos con paramilitares), y se institucionalizó la chuzadas ilegales. Hoy está bajo investigación por manipulación de testigos y fraude procesal. Su respuesta ante la propuesta de De La Espriella: «válida». Por supuesto que lo es. Es el mismo guion que él escribió.

María Fernanda Cabal: Solicita aplazar la elección del candidato del Centro Democrático para marzo de 2026, pero días después respalda una encuesta para diciembre de 2025. La coherencia no es necesaria cuando tu electorado vota con el estómago, no con la cabeza. Cabal representa el ala más extrema del uribismo: xenofobia, autoritarismo, y un discurso de «mano dura» que siempre termina siendo mano dura contra los pobres, nunca contra los corruptos de cuello blanco.

Vicky Dávila: La candidata que se presenta como «intachable» mientras cuestiona «el origen de los recursos» de De La Espriella. Noble gesto, si no fuera por la ironía de que ella misma ha sido acusada de recibir financiación cuestionable y de usar su plataforma mediática para persecución política selectiva. «Los colombianos esperan que quien llegue a la presidencia en 2026, sea intachable«, dice. Entonces, ¿por qué se presenta ella?

Abelardo de La Espriella: El tigre que no es tan fiero como se pinta. O más bien, el tigre prestado de Javier Milei. Su movimiento «Salvadores de la patria» no es más que otro vehículo electoral diseñado para capturar el voto del hartazgo sin ofrecer ninguna alternativa real. Dice tener 4 millones de firmas —muy por encima de las 650 mil necesarias— pero sigue recolectando. ¿Por qué? Porque las firmas nunca fueron el objetivo; el objetivo era posicionarse en encuestas y negociar con los caciques políticos que dice combatir.

El Impacto Real – Lo que esta comedia le cuesta al país

Mientras estos personajes juegan al ajedrez electoral, Colombia sangra:

  • En educación: Según el DANE, el 39.3% de los jóvenes colombianos no estudian ni trabajan. Mientras De La Espriella gasta millones en publicidad, escuelas rurales se caen a pedazos.
  • En salud: El sistema de salud colapsa con 6.5 millones de procedimientos represados. Pero eso no importa cuando puedes pagarte una clínica privada con recursos de origen «cuestionable».
  • En seguridad: La violencia se recrudece en zonas donde antiguos paramilitares —esos que De La Espriella defendió— ahora controlan economías ilegales. Pero la «mano dura» solo se aplica contra manifestantes, nunca contra estructuras criminales con conexiones políticas.
  • En justicia: La impunidad llega al 98% en casos de corrupción. De los 300 casos más graves de corrupción investigados entre 2010-2020, solo 6 terminaron en condena. Los demás: prescritos, archivados, o eternamente «en investigación».

El costo de oportunidad es brutal: cada peso que se roba es un niño sin educación, un enfermo sin atención, una familia sin vivienda digna. Pero más grave es el costo psicológico y social: la normalización de que «todos roban», la resignación de que «nada va a cambiar», la transformación de víctimas en cómplices.

«El corrupto no gana porque sea fuerte, gana porque muchos ya se rindieron, porque en vez de exigir transparencia preferimos miniganas y mientras la dignidad se vende barata, el poder siempre se la lleva toda.»

El Sistema que lo permite – La Arquitectura de la Impunidad

La pregunta fundamental no es por qué De La Espriella, Uribe, Cabal o Dávila actúan así. La pregunta es: ¿por qué el sistema lo permite?

La respuesta está en lo que Alejandro Nieto llamó «corrupción estructural»: no son casos aislados, sino prácticas sistemáticas integradas en el funcionamiento del Estado. En Colombia, esto se manifiesta en:

1. Politización de la administración: Los altos cargos responden a intereses partidistas, no a criterios de mérito. El Estado no sirve al ciudadano; sirve al político que controla el aparato.

2. Falta de control y rendición de cuentas: La Contraloría, la Fiscalía, y la Procuraduría están cooptadas o son ineficientes. La impunidad no es un accidente; es una política de Estado.

3. Fragmentación institucional: Mientras el «estado de las autonomías» debería acercar la administración a los ciudadanos, se ha convertido en un foco de duplicidades, clientelismo y dispendio. Cada nivel de gobierno es una nueva oportunidad de corrupción.

4. Inflación normativa: Se aprueban leyes contradictorias que generan confusión y arbitrariedad. Así, el corrupto siempre encuentra un vacío legal donde esconderse.

5. Resignación ciudadana: El factor más importante. Como señala el análisis sobre impunidad: «Mientras los gobernantes gozan de una impunidad casi total, la sociedad colombiana ha mostrado una preocupante pasividad ante los abusos del poder. La indignación parece ser efímera y superficial, limitada a manifestaciones esporádicas o quejas en redes sociales

Esta resignación tiene causas: el «todos son iguales«, la comodidad de la apatía, el miedo a represalias. Pero sobre todo, tiene una causa filosófica profunda: hemos perdido la conexión con el concepto mismo de comunidad y propósito colectivo.

La derecha colombiana ha explotado magistralmente este vacío. Han transformado la política en un espectáculo tribal donde no importan las propuestas, solo la identidad emocional. «¿Eres uribista o petrista?» se convierte en la única pregunta relevante, como si la corrupción respetara esa división artificial.

La Pregunta que nadie quiere responder

La propuesta de De La Espriella de «unidad democrática» no es un llamado a la acción; es una confesión involuntaria. Confiesa que su supuesto «independentismo» siempre fue una farsa. Confiesa que sin el respaldo de los caciques políticos tradicionales —esos mismos que dice combatir— no tiene ninguna posibilidad real. Confiesa que el sistema está diseñado para que solo los que juegan según sus reglas puedan ganar.

Pero hay una confesión más profunda y más dolorosa: Colombia no está postrada ante la corrupción por falta de alternativas; está postrada porque una parte significativa de su población aplaude al corrupto, lo justifica, lo defiende y lo vota.

«¿Crees que la gente realmente quiere justicia o sólo quiere que no la molesten?»

Esta es la verdadera pregunta. Y hasta que los colombianos estemos dispuestos a responderla honestamente, seguiremos atrapados en el mismo ciclo: nuevos candidatos, mismas promesas, mismos resultados.

La libertad no se pierde en un día, se entrega poco a poco. Cada vez que votamos por el «roba pero hace«, cada vez que justificamos la corrupción porque «es del nuestro«, cada vez que preferimos la comodidad de la tribalización a la incomodidad de la reflexión crítica, estamos eligiendo nuestras propias cadenas.

De La Espriella, Uribe, Cabal, Dávila —todos ellos— son solo síntomas. El verdadero problema es un sistema que hemos permitido, normalizado y, en muchos casos, celebrado. Un sistema donde la derecha se presenta como salvadora mientras perpetúa la impunidad, donde la «institucionalidad» es solo un disfraz elegante de la misma corrupción de siempre.

¿Es posible un cambio? Solo si dejamos de ser espectadores y nos convertimos en protagonistas. Solo si exigimos no solo que cambien las caras, sino que se desmantelen las estructuras. Solo si entendemos que la corrupción no se combate votando por otro corrupto con mejor marketing.

La pregunta no es si la derecha colombiana es corrupta. La pregunta es: ¿cuándo dejaremos de aplaudirla?


Más allá de los titulares, corrupcionaldia.com disecciona los sistemas que perpetúan la impunidad. Porque la verdad no solo se lee, se siente. Y cuando la sientes, ya no puedes mirar hacia otro lado.

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