La Universidad del Atlántico no solo ha perdido en lo atinente a su autonomía académica, presupuestal y financiera, su crisis es aún mucho más profunda. Todo indica que es una institución enferma en su ser. El ambiente laboral y de relaciones interpersonales está destruido. El bienestar de sus miembros se derrumbó, nadie cree en nadie, de todo se sospecha y los ataques personales a través de pasquines, dazibaos y libelos.

Acusaciones van y vienen, ataques personales contra docentes, contra mujeres, contra directivos es el pan de cada día y, lo peor, se hacen a través de los correos institucionales sin que los directivos se den por enterado.

En medio de este ambiente contaminado y tóxico la semana pasada presentaron renuncia a sus cargos como docentes después de las de 25 años de servicio los esposos Ferrer Rodríguez, ambos doctores y ambos excelentes docentes, ante lo cual el profesor Julio Morales Guerrero (otro docente que ha sido objeto de ataques, denuncias y linchamientos virtuales) publicó una carta sobre la renuncia de los esposos Ferrer que más que una epístola es un reclamo angustioso de una institución enferma en su ser.

Carta abierta al gobierno de la Universidad del Atlántico

Conocí hoy las cartas de renuncia al cargo de profesor de la Universidad que le fueron dirigidas al rector por los esposos Gabriel Alberto Ferrer y Yolanda Rodríguez Cadena. Por ser ostensible en el texto de cada una cierta pérdida del sentido de realidad de los oficiantes, sumado a lo cual la circunstancia de coincidir en el mismo día y el mismo motivo de la renuncia consistente en que han sido llamados por la divinidad a prepararse para la vida eterna abandonando los medios de vida ordinarios, solicito no tomar dichas cartas como verdaderas renuncias formales a sus empleos de profesores sino como indicio de un posible estado de alteración de la salud mental. Sobre todo, teniendo en cuenta que Gabriel y Yolanda, en el pasado reciente, sufrieron la muy grave pérdida de la vida de su hija en la plenitud de su juventud con 24 años de edad, de cuyo trauma y duelo es posible que todavía no hayan podido sobreponerse.

Ahora, más que antes, llegados a la senectud y con la carga de cuidar de su único hijo con cierto padecimiento, requieren del apoyo por parte de la Dirección de Bienestar Universitario. Apoyo que al parecer tampoco se les otorgó durante el duelo por la muerte de su entrañable hija.

Basta observar que la fe que expresaron en la divinidad y que aducen como causa de su renuncia es la misma que han conservado desde muchos años atrás para constatar que ha de existir otra causa de carácter práctico y no ésta muy sublime para motivar la señalada renuncia.

No se debe pasar inadvertido que el ambiente laboral y cultural de la Universidad del Atlántico contiene como elemento perverso el acoso laboral que ha desencadenado el suicidio, el abandono del cargo, el retraimiento de profesores, entre otros males manifiestos en la somatización del stress hasta provocar incluso la muerte.

De cada uno de estos daños puedo citar casos particulares que por consideración con quienes los han sufrido y sus familiares me abstengo de nombrar.

Es alarmante el alto número de casos de cáncer contraído por profesores; estadísticamente más elevado de lo que el promedio nacional registra. Estas calamidades tienen como elemento común ser padecidas por doctores de reconocida idoneidad y estacados por su buen desempeño académico.

Sería desproporcionado que las referidas cartas de renuncia fueran tomadas como tal por la Administración y no como lo que son; a saber: una alarma que convoca a revisar y corregir el ambiente laboral y cultural de la Universidad y el desempeño de la función de bienestar universitario hacia el profesorado.

Aunque seguramente no exprofeso, se ejerce aguda crueldad en la Universidad del Atlántico.

Si el gobierno de la Universidad se ocupa de hacer la detenida lectura de estos acontecimientos, entonces comprobará que más allá de los problemas presupuestales y de otra índole se necesita replantear el modo de ser de la Institución. Es suficiente constatar la frecuencia con que se producen en la Universidad comunicados, pasquines, insultos anónimos y toda suerte de inculpaciones y pronunciamientos agramaticales, incoherentes, obscenos y esquizoides para saber que en ella el principal mal es relativo a su espíritu y no a su estructura material y financiera; esta última, naturalmente, sufre deterioro como una consecuencia del mal esencial. El espíritu de la Universidad tiene que ser robusto y no famélico, lo cual se expresa en la calidad de sus productos intelectuales antes que en el alto número y rango de grupos de investigación y puntos salariales.

Finalmente, hago notar que los profesores Gabriel y Yolanda no se limitaron a dirigir su carta de renuncia al rector y la dieron a la publicidad, en un verdadero acto de clamor de comprensión, lo que interpreto como estado de desesperación que también me contagia su sufrimiento. Digo desesperación en estricto sentido literal: ¡carencia de esperanza! Como sin esta esperanza la vida no se puede sobrellevar, entonces la espera se traslada a un ultramundo hipotético del que no estamos seguros, pero consuela al añorarlo.
Atentamente:


Julio Armando Morales Guerrero
Profesor de Tiempo completo

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