Cuando el pueblo elige al ladrón dos veces seguidas, ya no hay víctimas: solo cómplices
En Apartadó no hubo sorpresa cuando se llevaron esposado a Héctor Rangel. La sorpresa había sido que tardaran tanto. Porque cuando un político te roba $3.554 millones de pesos, es destituido por hacer trampa en las elecciones, y luego tú lo vuelves a elegir con el 47% de los votos, el problema ya no es el político. El problema eres tú.
El Mecanismo Perfecto: Cuando la democracia se infecta
La historia de Apartadó es la radiografía perfecta de un sistema que ya no funciona porque la sociedad decidió que no funcionara. Héctor Rangel no inventó la corrupción; simplemente entendió que en un lugar donde la gente aplaude al corrupto, ser corrupto es la estrategia ganadora.
El mecanismo es tan elegante como repugnante: primero, te roban con 49 transacciones fantasma que no aparecen en ningún registro contable oficial. Luego, cuando te destituyen por hacer trampa electoral, organizas nuevas elecciones para que te vuelvan a elegir. Y la gente, esa misma gente que sufre las consecuencias del robo, te vuelve a dar su voto como si fuera un premio por la audacia.
¿Qué clase de sociedad vota dos veces seguidas por alguien que está siendo investigado por robar recursos públicos? Una sociedad que ya perdió la capacidad de distinguir entre un líder y un estafador.

Los Números que no mienten (A diferencia de los políticos)
Mientras Rangel y su combo se embolsillaban $5.554 millones de pesos entre mayo de 2024 y marzo de 2025, la Contraloría Departamental hacía su trabajo: contar. Y los números son implacables. «Se verificó que dichos pagos no cuentan con registros en el sistema de contabilidad oficial, ni con soportes contractuales, actos administrativos, ni comprobantes de egreso válidos que los justifiquen
«, dice el informe con esa frialdad técnica que describe el caos administrativo.
Traducido al lenguaje ciudadano: se robaron todo lo que pudieron de la manera más descarada posible. Sin documentos, sin justificaciones, sin ni siquiera el mínimo esfuerzo de disimular. Porque cuando sabes que la gente te va a votar igual, ¿para qué molestarse en ser sutil?
La Contraloría encontró «actuación dolosa» por parte de los funcionarios, que es la manera elegante de decir que sabían perfectamente lo que estaban haciendo cuando metían la mano en la caja. No fue error, no fue negligencia, no fue «falta de experiencia«. Fue robo con todas las letras.

El Verdadero Crimen: La complicidad social
Lo que realmente duele de Apartadó no son los $3.554 millones robados. Es que 13.418 personas votaron por Héctor Rangel en abril, sabiendo que había sido destituido por corrupto. Esas 13.418 personas no fueron víctimas; fueron cómplices voluntarios de su propia estafa.
Porque aquí está la verdad que nadie quiere admitir: cuando una sociedad vota por el corrupto conocido en lugar de arriesgarse con el honesto desconocido, esa sociedad está eligiendo la corrupción como sistema de gobierno. Y entonces ya no tiene derecho a quejarse cuando la corrupción la devora.
Cada peso que Rangel se robó fue posible gracias a esos votos. Cada transacción fantasma fue respaldada por la legitimidad democrática que le dieron quienes sabían exactamente qué estaban eligiendo. La democracia no los traicionó; ellos traicionaron a la democracia.
El Sistema que premia la desfachatez
¿Pero por qué funciona esta ecuación perversa? Porque el sistema político colombiano está diseñado para que el corrupto exitoso siempre tenga ventaja sobre el honesto principiante. Rangel podía prometer obras porque ya había demostrado su «capacidad de gestión
» (léase: de robarse la plata y hacer algo visible con lo que sobraba). Sus rivales solo podían prometer decencia, y la decencia no construye puentes.
El clientelismo no es un error del sistema; es el sistema. Y funciona porque la gente prefiere las migajas inmediatas del corrupto a la posibilidad lejana de un gobierno honesto. Es una transacción: yo te doy mi voto, tú me das tu obra (financiada con dinero robado, pero obra al fin y al cabo).
Esta lógica pervierte todo. Convierte al robo en «capacidad de gestión», a la ilegalidad en «pragmatismo», y al voto en una moneda de cambio en lugar de un acto de soberanía.
La Red que se protege a sí misma
El caso de Apartadó también revela la perfección del entramado corrupto: no es solo Rangel. Es Cristian Mena (el extesorero que se entregó), Arnobio Cuesta (el exsecretario de Hacienda capturado) y «tres personas más
» cuyos nombres no han sido entregados, como si fueran daños colaterales en lugar de piezas fundamentales de la maquinaria.
Esta red funcionaba porque cada uno tenía su rol y todos tenían su incentivo para mantener el silencio. No hubo whistleblowers (denunciantes), no hubo filtraciones, no hubo crisis de conciencia. El sistema se autorregulaba perfectamente hasta que los auditores externos vinieron a arruinar la fiesta.
Y aquí está la pregunta incómoda: ¿cuántos casos como Apartadó están funcionando en este momento, protegidos por la misma lógica de complicidad social que permitió que Rangel llegara tan lejos?
El Costo Real de la resignación
Cada colombiano que dice «todos roban, pero este al menos hace algo
» está subsidiando este modelo. Cada voto que premia la corrupción «eficiente
» sobre la honestidad «improductiva
» está invirtiendo en la perpetuación del sistema.
Los $3.554 millones de Apartadó no solo son plata robada; son hospitales no construidos, escuelas no equipadas, vías no pavimentadas, empleos no creados. Pero sobre todo, son una lección para otros políticos de que el crimen paga, especialmente si eres hábil manejando la opinión pública.
La resignación ciudadana es el combustible que mantiene funcionando esta máquina. Cada «así es la política
» es una autorización para que continúe el saqueo. Cada «al menos no es tan malo como los otros
» es un cheque en blanco para la mediocridad corrupta.
El espejo que no queremos ver
Apartadó es Colombia en miniatura. Un lugar donde la democracia funciona tan bien que elige dos veces seguidas al mismo ladrón. Donde la Contraloría hace su trabajo pero la sociedad ignora sus conclusiones hasta que las esposas hacen el ruido que los informes no lograron.
La pregunta no es por qué Héctor Rangel se robó esa plata. La pregunta es por qué una sociedad que sabía que se la estaba robando decidió premiarlo con más votos. Y la respuesta duele: porque ya no creemos que merecemos algo mejor.
El día que Apartadó vote masivamente por un candidato que prometa honestidad en lugar de obras, ese día sabremos que hay esperanza. Mientras tanto, cada elección es una reafirmación de que hemos normalizado el robo como precio de la «gestión».
La Única salida
No se puede cambiar un sistema que la gente no quiere cambiar. Apartadó votó por Rangel porque Apartadó quería a Rangel, con su corrupción incluida. Y esa decisión democratica convierte cada peso robado en un peso autorizado.
La regeneración política no empieza en los despachos; empieza en las mentes de quienes votan. El día que el electorado prefiera perder una elección antes que votar por un corrupto conocido, ese día habremos dado el primer paso real hacia un país diferente.
Hasta entonces, seguiremos teniendo los gobiernos que merecemos. Y casos como Apartadó seguirán siendo la norma, no la excepción, porque hemos convertido la corrupción en el único sistema político que realmente funciona.
La democracia nos dio las herramientas para cambiar. Nosotros decidimos usarlas para perpetuar lo mismo. Héctor Rangel no traicionó a Apartadó; Apartadó eligió la traición como forma de gobierno.
Y esa, tal vez, sea la verdad más dolorosa de todas.