Mientras un trabajador colombiano es despedido por faltar tres días, los congresistas cobran 52 millones mensuales por no aparecer, engañar en el registro y llegar cuando les da la gana
LA VERDAD OCULTA: CÓMO EL CONGRESO SE CONVIRTIÓ EN UN CLUB DE VAGOS MILLONARIOS
Imagina esto: Llegas tarde a tu trabajo cuatro veces. Te despiden. Faltas tres días sin justificación. Te despiden. Timbras tu tarjeta y te escapas del puesto. Te despiden por falta grave y falsedad. Eso dice el Código Sustantivo del Trabajo, la norma que rige a todos los trabajadores colombianos. Todos, excepto a los 296 congresistas que se embolsillan 52 millones de pesos mensuales mientras convierten el Capitolio en un teatro de fantasmas donde la asistencia es opcional y la responsabilidad, un concepto olvidado.
Bienvenidos al mecanismo invisible más descarado de la corrupción colombiana: un Congreso que legisla para todos pero no se aplica sus propias reglas. Mientras el pueblo trabaja bajo la amenaza constante del despido justificado, nuestros «honorables» senadores y representantes han diseñado un sistema donde la mediocridad es recompensada, el ausentismo es tolerado y el engaño es práctica cotidiana.
La cifra es obscena: En 2024, los senadores sumaron 838 inasistencias. Los representantes, más de 1.091. Eso sin contar la trampa más vieja del manual corrupto: llegar al llamado a lista, registrarse como presente y desaparecer antes de que empiece la sesión real. Un fraude perfecto. Timbrar tarjeta y evadir el trabajo. Si un empleado de cualquier empresa hace eso, no solo pierde el empleo: enfrenta demandas por falsedad. Pero en el Congreso, eso se llama «astucia política«.

EL SISTEMA SILENCIOSO: CUANDO LOS QUE LEGISLAN SON LOS PRIMEROS EN VIOLAR LA LEY
Aquí está el genio perverso del sistema: los mismos que escriben las leyes laborales que castigan a los trabajadores, son los primeros en ignorarlas. Y lo hacen sin rubor, sin consecuencias, sin que nadie les pase factura.
Miguel Polo Polo, el rey de los vagos según la senadora Esmeralda Hernández, faltó a 317 de 505 votaciones en plenaria. Es decir, se ausentó del 63% de las decisiones legislativas. Además, no asistió a 23 plenarias en un periodo y en solo dos meses del nuevo periodo ya acumulaba 8 ausencias más. Total: 72 sesiones perdidas. ¿Consecuencia? Ninguna. Su salario completo, intacto, millonario, puntual.
Su excusa es digna de un mal guion de telenovela: «Me ha tocado defenderme de 14 demandas infundadas«. Claro, porque todos los trabajadores colombianos que tienen problemas legales reciben permiso automático para no ir a trabajar durante meses mientras siguen cobrando. Ah no, espera. Eso solo aplica para los congresistas.

Pero Polo Polo no es la excepción. Es apenas la cara visible de una mediocridad sistémica.
Lidio García, del Partido Liberal, faltó 44 veces en un año. Estuvo ausente del 63% de las sesiones del segundo semestre. ¿Su castigo? Fue nombrado presidente del Senado. Sí, leyeron bien: el premio a su ausentismo fue la presidencia. Porque en este Congreso, la irresponsabilidad no se castiga, se promueve.
García se justifica con «problemas de salud» y «calamidad familiar«. Respetable, si no fuera porque cualquier trabajador colombiano debe presentar incapacidad médica dentro de las primeras 48 horas o arriesga su empleo. Y aun con incapacidad, muchos trabajadores pierden su salario. Pero los congresistas cobran completo, tengan o no excusa válida.
Óscar Barreto (Conservador): 30 ausencias. Antonio Luis Zabaraín (Cambio Radical): 24 ausencias. María Fernanda Cabal (Centro Democrático): 20 ausencias. Iván Cepeda (Pacto Histórico): 19 ausencias. La lista es interminable y transversal: todos los partidos están igual de comprometidos con el ausentismo.
Y hay un detalle aún más sórdido: 11 senadores se ausentaron sin siquiera presentar excusa. Simplemente no llegaron. Punto. Como si el trabajo fuera opcional. Como si los $52 millones mensuales fueran un regalo del cielo y no el producto de los impuestos de millones de colombianos que sí cumplen, que sí madrugán, que sí responden.
LA RADIOGRAFÍA PROFUNDA: ANATOMÍA DE UN CONGRESO PARÁSITO
Vamos a descomponer el mecanismo, capa por capa, para que se entienda el nivel de cinismo que estamos financiando.
Primera capa: El doble estándar legislativo
El Código Sustantivo del Trabajo que ellos mismos aprobaron es implacable con el ciudadano común:
- Un solo día de falta sin excusa puede iniciar proceso de despido.
- Tres faltas injustificadas permiten terminación unilateral del contrato.
- Cuatro llegadas tarde justifican despido.
- Timbrar tarjeta y ausentarse es falta gravísima por falsedad.
¿Y para ellos? Nada. La Ley Quinta del Congreso establece que solo las inasistencias injustificadas a plenaria pueden generar pérdida de investidura. Las faltas a comisiones no cuentan. Las llegadas tarde no importan. El registro falso de asistencia es «uso legítimo del reglamento«.
Traducción: Se escribieron sus propias reglas de impunidad mientras le exigen disciplina militar al resto del país.
Segunda capa: El fraude del «llamado a lista»
Esta es la joya de la corona corrupta. El congresista llega justo para el llamado a lista, registra su asistencia (y así cobra el día completo), y se esfuma antes de que comience la sesión real. No vota, no debate, no legisla. Solo cobra.
Es el equivalente exacto a timbrar tarjeta en una empresa y salir corriendo por la puerta trasera. En el sector privado, eso es causal de despido inmediato por fraude laboral. En el Congreso, es «estrategia parlamentaria«.
La pregunta es simple: Si un ciudadano hace esto en su trabajo y lo despiden, ¿por qué un congresista puede hacerlo y seguir cobrando millones?
Tercera capa: El salario obsceno sin rendimiento
$52 millones de pesos mensuales. Casi 97% más que un salario mínimo. No por producir resultados, no por cumplir metas, no por servir eficientemente al país. Solo por tener la curul. Así falten, así engañen, así traicionen su mandato.
Mientras tanto, 1.091 inasistencias en la Cámara de Representantes en un solo año. Año determinante para reformas sociales clave en salud, pensiones y derechos laborales. Pero las curules estaban vacías mientras se decidía el futuro del país.
Juan Carlos Losada (Liberal): 19 inasistencias, incluyendo una clase de yoga en una cárcel. Luis Alberto Albán (Comunes): 16 ausencias. Yenica Acosta (Centro Democrático): 16 ausencias. Juliana Aray (Conservador): 15 ausencias.
Y aquí viene lo más perverso: muchos de estos congresistas tienen resoluciones o «permisos de carácter personal» para justificar sus faltas. Es decir, permisos remunerados por motivos personales. Un lujo que ningún trabajador colombiano tiene. Si tu hijo se enferma, si tienes una cita médica, si necesitas resolver un asunto familiar, probablemente pierdas el día de salario o debas compensarlo. Ellos no. Ellos cobran completo.
EL IMPACTO OCULTO: LO QUE NOS CUESTA SU MEDIOCRIDAD
Ahora conectemos los puntos entre su ausencia y tu vida diaria.
Cada sesión perdida es una ley sin debatir, una reforma sin aprobar, una investigación sin realizar, un control político sin ejercer. Cada congresista ausente es un vacío de representación que afecta directamente a sus electores.
¿Querías que investigaran la corrupción en tu región? El congresista no llegó. ¿Esperabas que defendiera el proyecto de ley que beneficia a tu sector? Estaba en España, en Miami, o simplemente «no quiso ir«. ¿Confiabas en que votara por tu pensión digna? Se registró en lista y se fue a almorzar.
El costo de oportunidad es brutal:
- Mientras Lidio García faltaba 44 veces, ¿cuántas denuncias de corrupción quedaron sin investigar?
- Mientras Polo Polo se ausentaba del 63% de las votaciones, ¿cuántas leyes en favor de los ciudadanos se cayeron por falta de quórum?
- Mientras 838 senadores faltaban en un año, ¿cuántos millones de pesos en salarios se pagaron por trabajo no realizado?
Hagamos la cuenta obscena: 838 inasistencias de senadores + 1.091 de representantes = 1.929 ausencias en un año. Multiplica eso por el salario diario (aproximadamente 1.7 millones de pesos) y llegas a más de 3.200 millones de pesos pagados por días no trabajados. Tres mil millones financiando la vagancia legislativa.
Con esa plata se podrían construir escuelas, contratar médicos, pavimentar vías rurales. Pero no. La gastamos en pagarle a fantasmas que cobran como si trabajaran.
LA RED SUBTERRÁNEA: EL SISTEMA QUE PROTEGE LA MEDIOCRIDAD
¿Por qué ninguno enfrenta consecuencias reales? Porque el sistema está diseñado para protegerlos.
El aforamiento les blinda de la justicia ordinaria. Solo pueden ser juzgados por la Corte Suprema, que tiene procesos eternos y donde las investigaciones prescriben antes de llegar a sentencia.
Los reglamentos internos que ellos mismos escriben son deliberadamente laxos. No hay control de horarios efectivo, no hay supervisión de productividad, no hay consecuencias graduales por ausentismo.
La pérdida de investidura es casi un mito. Solo aplica para inasistencias injustificadas a plenaria, y aún así requiere un proceso largo y complicado que casi nunca culmina en sanción real.
Los partidos políticos encubren a sus miembros porque todos practican lo mismo. Es un pacto de silencio: «Yo no denuncio tu ausentismo, tú no denuncias el mío«. Una omertá legislativa donde la lealtad partidista está por encima del deber ciudadano.
Los medios tradicionales cubren los escándalos con tibias llamadas de atención, pero nunca exigen consecuencias estructurales. Un titular, una nota, y listo. A la semana siguiente, todo sigue igual.
Y el pueblo, acostumbrado a la resignación, normaliza lo inaceptable. «Todos son iguales«, decimos, y con esa frase sepultamos cualquier intento de exigir cambio.
LA CONEXIÓN PERDIDA: CUANDO EL CONGRESO TRAICIONA SU ESENCIA
Aquí está el núcleo filosófico del problema: el Congreso ha roto el contrato social que justifica su existencia.
Un congresista no es un empleado cualquiera. Es un representante del pueblo. Su salario no es un sueldo por servicios prestados, es una compensación para que pueda dedicarse completamente a representar los intereses de sus electores sin preocupaciones económicas.
Pero cuando ese representante no representa, cuando falta, cuando engaña, cuando prioriza sus intereses personales sobre el mandato ciudadano, está robando. No solo el salario. Está robando representación, está robando voz, está robando la posibilidad de que las necesidades de su región sean escuchadas.
La senadora Esmeralda Hernández lo dijo sin eufemismos: «Polo Polo roba al país«. Y tiene razón. Pero no es solo Polo Polo. Son cientos los que roban al país cada vez que faltan sin justificación, cada vez que registran asistencia falsa, cada vez que cobran millones por trabajo no realizado.
Este Congreso no es mediocre por casualidad. Es mediocre por diseño. Porque un sistema donde la responsabilidad es opcional y el salario está garantizado sin importar el desempeño, inevitablemente atrae y retiene a los mediocres, a los oportunistas, a los que ven la curul como un botín y no como un servicio.
LA PUERTA TRANSPARENTE: ¿ES POSIBLE CAMBIAR ESTO?
La senadora Hernández anunció que radicará un proyecto de ley para sancionar el ausentismo parlamentario con descuentos salariales. Noble intento. Pero hay un detalle macabro: proyectos similares nunca han pasado del segundo debate.
¿Por qué? Porque pedirle a los congresistas que se autolegislen controles es como pedirle a un ladrón que diseñe el sistema de seguridad del banco que planea robar. No va a pasar.
Pero hay alternativas que sí funcionarían:
1. Eliminación del aforamiento para casos de ausentismo
Si un congresista falta injustificadamente más de tres veces, debe poder ser investigado y sancionado por la justicia ordinaria, no por comisiones internas del mismo Congreso.
2. Salario por desempeño
El salario base debería ser significativamente menor, con bonificaciones por asistencia efectiva, participación en debates, presentación de proyectos y aprobación de iniciativas. Que cobren por lo que realmente producen.
3. Transparencia total en tiempo real
Publicación diaria y pública de asistencias, votaciones y participaciones de cada congresista. Con tecnología blockchain para que no puedan manipular los registros. Que cada ciudadano pueda ver, en vivo, si su congresista está trabajando o no.
4. Revocatoria de mandato por ausentismo
Si un congresista falta más del 30% de las sesiones en un periodo, sus electores deberían poder activar una revocatoria automática del mandato.
5. Auditorías ciudadanas independientes
Comités de ciudadanos sin afiliación política que revisen y publiquen reportes mensuales sobre el desempeño legislativo, con poder para elevar denuncias ante la Fiscalía.
6. Inhabilitación perpetua por fraude de asistencia
Cualquier congresista que sea sorprendido registrando asistencia falsa (llegar a lista y retirarse sin participar) debe ser inhabilitado de por vida para ocupar cargos públicos.
EL CICLO SECRETO QUE DEBEMOS ROMPER
Aquí está el patrón que se repite una y otra vez:
- Los congresistas faltan, engañan, llegan tarde.
- Alguien denuncia públicamente el escándalo.
- Los medios cubren la noticia por unos días.
- Los implicados presentan excusas vagas o se defienden con cinismo.
- No pasa absolutamente nada.
- El ciclo se repite al mes siguiente.
Este ciclo se sostiene porque hay complicidad en todos los niveles:
- Los partidos políticos protegen a sus miembros sin importar su desempeño.
- Los medios tradicionales no hacen seguimiento riguroso de las consecuencias.
- El poder judicial es lento, politizado e ineficaz para sancionar.
- La ciudadanía normaliza la mediocridad y sigue votando por los mismos.
Romper este ciclo requiere un despertar ciudadano que vaya más allá de la indignación pasajera en redes sociales. Requiere organización, exigencia constante, memoria histórica a la hora de votar y presión sostenida para reformas estructurales.
CONCLUSIÓN: EL CONGRESO QUE MERECEMOS O EL CONGRESO QUE EXIGIMOS
Si aplicáramos el Código Sustantivo del Trabajo a los congresistas colombianos, más de la mitad perdería su curul por despido justificado.
No es una exageración. Es un cálculo conservador basado en las cifras oficiales de ausentismo, registro falso de asistencia y llegadas tardías recurrentes.
La pregunta final es devastadora: ¿Somos un país donde los trabajadores son despedidos por faltar un día, pero los congresistas cobran millones por faltar decenas de veces?
La respuesta, hasta ahora, es un sí rotundo y vergonzoso.
Pero esa respuesta puede cambiar. No con promesas vacías de los mismos políticos que perpetúan el sistema, sino con presión ciudadana organizada, con reformas legales concretas, con memoria electoral implacable.
Este no es el Congreso que merecemos. Es el Congreso que estamos tolerando.
Y seguirá siendo así hasta que dejemos de aplaudir al corrupto, hasta que dejemos de justificar al mediocre, hasta que dejemos de resignarnos ante lo inaceptable.
La verdad es clara: Tenemos un Congreso mayormente mediocre, ausentista, tramposo y millonariamente remunerado. Un Congreso que legisla para el pueblo pero no se aplica sus propias reglas. Un Congreso que no está comprometido con el bienestar de los colombianos, sino con el bienestar de sus propios bolsillos.
La pregunta ya no es si esto es verdad. La pregunta es qué vamos a hacer al respecto.
¿Seguir financiando este teatro de fantasmas millonarios? ¿O exigir el Congreso que realmente merecemos?
La pelota está en nuestra cancha. Y el reloj sigue corriendo mientras ellos siguen faltando.
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